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martes, 9 de agosto de 2011

¡¡¡Siempre alegres en el Señor!!!!

Queridos jó­venes:
Os sa­ludo a todos con gran afecto. Estoy par­ti­cu­lar­mente con­tento de estar con vo­so­tros en esta his­tó­rica plaza que re­pre­senta el co­razón de la ciudad de Zagreb. Un lugar de en­cuentro y de co­mu­ni­ca­ción, donde a me­nudo do­mina el ruido y el mo­vi­miento de la vida co­ti­diana. Ahora, vuestra pre­sencia la trans­forma casi en un “templo”, cuya bó­veda es el cielo mismo, que esta tarde pa­rece in­cli­narse sobre no­so­tros. Queremos acoger en el si­lencio la Palabra de Dios que ha sido pro­cla­mada, para que ilu­mine nues­tras mentes e in­flame nues­tros corazones.
Agradezco vi­va­mente a Monseñor Srakić, Presidente de la Conferencia Episcopal, las pa­la­bras con las que ha in­tro­du­cido nuestro en­cuentro; y en modo par­ti­cular sa­ludo y agra­dezco a los dos jó­venes que nos han ofre­cido sus be­llos tes­ti­mo­nios. La ex­pe­riencia vi­vida por Daniel re­cuerda la de San Agustín: es la ex­pe­riencia de buscar el amor “fuera” y luego des­cu­brir que está más cer­cano de mí que yo mismo, que me “toca” en lo pro­fundo y me pu­ri­fica… Mateja, en cambio, nos ha ha­blado de la be­lleza de la co­mu­nidad, que abre el co­razón, la mente y el ca­rácter… Gracias a los dos.
San Pablo –en la lec­tura que se ha pro­cla­mado– nos ha in­vi­tado a estar “siempre ale­gres en el Señor” (Fil 4, 4). Es una pa­labra que hace vi­brar el alma, si con­si­de­ramos que el Apóstol de los Gentiles es­cribe esta Carta a los cris­tianos de Filipos mien­tras se en­con­traba en la cárcel, a la es­pera de ser juz­gado. Él está en­ca­de­nado, pero el anuncio y el tes­ti­monio del Evangelio no pueden ser en­car­ce­lados. La ex­pe­riencia de san Pablo re­vela cómo es po­sible man­tener la ale­gría en nuestro ca­mino, aun en los mo­mentos os­curos. ¿A qué ale­gría se re­fiere? Todos sa­bemos que en el co­razón de cada uno anida un fuerte deseo de fe­li­cidad. Cada ac­ción, cada de­ci­sión, cada in­ten­ción en­cierra en sí esta íntima y na­tural exi­gencia. Pero con fre­cuencia nos damos cuenta de haber puesto la con­fianza en reali­dades que no apagan ese deseo, sino que por el con­trario, re­velan toda su pre­ca­riedad. Y estos mo­mentos es cuando se ex­pe­ri­menta la ne­ce­sidad de algo que sea “más grande”, que dé sen­tido a la vida cotidiana.
Queridos amigos, vuestra ju­ventud es un tiempo que el Señor os da para poder des­cu­brir el sig­ni­fi­cado de la exis­tencia. Es el tiempo de los grandes ho­ri­zontes, de los sen­ti­mientos vi­vidos con in­ten­sidad, y tam­bién de los miedos ante las op­ciones com­pro­me­tidas y du­ra­deras, de las di­fi­cul­tades en el es­tudio y en el tra­bajo, de los in­te­rro­gantes sobre el mis­terio del dolor y del su­fri­miento. Más aún, este tiempo es­tu­pendo de vuestra vida com­porta un an­helo pro­fundo, que no anula todo lo demás, sino que lo eleva para darle ple­nitud. En el Evangelio de Juan, di­ri­gién­dose a sus pri­meros dis­cí­pulos, Jesús pre­gunta: “¿Qué bus­cáis?” (Jn 1, 38). Queridos jó­venes, estas pa­la­bras, esta pre­gunta in­ter­pela a lo largo del tiempo y del es­pacio a todo hombre y mujer que se abre a la vida y busca el ca­mino justo… Y, esto es lo sor­pren­dente, la voz de Cristo re­pite tam­bién a vo­so­tros: “¿Qué bus­cáis?”. Jesús os habla hoy: me­diante el Evangelio y el Espíritu Santo, Él se hace con­tem­po­ráneo vuestro. Es Él quien os busca, aun antes de que vo­so­tros lo bus­quéis. Respetando ple­na­mente vuestra li­bertad, se acerca a cada uno de vo­so­tros y se pre­senta como la res­puesta au­tén­tica y de­ci­siva a ese an­helo que anida en vuestro ser, al deseo de una vida que vale la pena ser vi­vida. Dejad que os tome de la mano. Dejad que entre cada vez más como amigo y com­pa­ñero de ca­mino. Ofrecedle vuestra con­fianza, nunca os de­silu­sio­nará. Jesús os hace co­nocer de cerca el amor de Dios Padre, os hace com­prender que vuestra fe­li­cidad se logra en la amistad con Él, en la co­mu­nión con Él, porque hemos sido creados y sal­vados por amor, y sólo en el amor, que quiere y busca el bien del otro, ex­pe­ri­men­tamos ver­da­de­ra­mente el sig­ni­fi­cado de la vida y es­tamos con­tentos de vi­virla, in­cluso en las fa­tigas, en las pruebas, en las de­silu­siones, in­cluso ca­mi­nando contra corriente.
Queridos jó­venes, arrai­gados en Cristo, po­dréis vivir en ple­nitud lo que sois. Como sa­béis, he plan­teado sobre este tema mi men­saje para la pró­xima Jornada Mundial de la Juventud, que nos re­unirá en agosto en Madrid, y hacia la cual nos en­ca­mi­namos. He par­tido de una in­ci­siva ex­pre­sión de san Pablo: «Arraigados y edi­fi­cados en Cristo, firmes en la fe» (Col2, 7). Creciendo en la amistad con el Señor, a través de su Palabra, de la Eucaristía y de la per­te­nencia a la Iglesia, con la ayuda de vues­tros sa­cer­dotes, po­dréis tes­ti­mo­niar a todos la ale­gría de haber en­con­trado a Aquél que siempre os acom­paña y os llama a vivir en la con­fianza y en la es­pe­ranza. El Señor Jesús no es un maestro que em­bauca a sus dis­cí­pulos: nos dice cla­ra­mente que el ca­mino con Él re­quiere es­fuerzo y sa­cri­ficio per­sonal, pero que vale la pena. Queridos jó­venes amigos, no os de­jéis desorientar por las pro­mesas atrac­tivas de éxito fácil, de es­tilos de vida que pri­vi­le­gian la apa­riencia en de­tri­mento de la in­te­rio­ridad. No ce­dáis a la ten­ta­ción de poner la con­fianza ab­so­luta en el tener, en las cosas ma­te­riales, re­nun­ciando a des­cu­brir la verdad que va más allá, como una es­trella en lo alto del cielo, donde Cristo quiere lle­varos. Dejaos guiar a las al­turas de Dios.
En el tiempo de vuestra ju­ventud, os sos­tiene el tes­ti­monio de tantos dis­cí­pulos del Señor que han vi­vido su tiempo lle­vando en el co­razón la no­vedad del Evangelio. Pensad en Francisco y Clara de Asís, en Rosa de Viterbo, en Teresita del Niño Jesús, en Domingo Savio; tantos jó­venes santos y santas en la gran co­mu­nidad de la Iglesia. Pero aquí, en Croacia, vo­so­tros y yo pen­samos en el Beato Iván Merz. Un joven bri­llante, me­tido de lleno en la vida so­cial, que tras la muerte de la joven Greta, su primer amor, inicia el ca­mino uni­ver­si­tario. Durante los años de la Primera Guerra Mundial se en­cuentra frente a la des­truc­ción y la muerte, y todo eso lo marca y lo forja, ha­cién­dole su­perar mo­mentos de crisis y de lucha es­pi­ri­tual. La fe de Iván se re­fuerza hasta tal punto que se de­dica al es­tudio de la Liturgia e inicia un in­tenso apos­to­lado entre los jó­venes. Descubre la be­lleza de la fe ca­tó­lica y com­prende que la vo­ca­ción de su vida es vivir y hacer vivir la amistad con Cristo. De cuántos gestos de ca­ridad, de bondad que sor­prenden y con­mueven está lleno su ca­mino. Muere el 10 de mayo de 1928, con tan sólo treinta y dos años, des­pués de al­gunos meses de en­fer­medad, ofre­ciendo su vida por la Iglesia y por la juventud.
Esta vida joven, en­tre­gada por amor, lleva el per­fume de Cristo, y es para todos una in­vi­ta­ción a no tener miedo de con­fiarse al Señor, del mismo modo que lo con­tem­plamos, en modo par­ti­cular, en la Virgen María, la Madre de la Iglesia, aquí ve­ne­rada y amada con el tí­tulo de “Majka Božja od Kamenutih vrata” [“Madre de Dios de la Puerta de Piedra”]. A Ella deseo con­fiar esta tarde a cada uno de vo­so­tros, para que os acom­pañe con su pro­tec­ción y os ayude sobre todo a en­con­trar al Señor y, en Él, a en­con­trar el sig­ni­fi­cado pleno de vuestra exis­tencia. María no tuvo miedo de en­tre­garse por com­pleto al pro­yecto de Dios; en Ella vemos la meta a la que es­tamos lla­mados: la plena co­mu­nión con el Señor. Toda nuestra vida es un ca­mino hacía la Unidad y Trinidad de Amor que es Dios; po­demos vivir con la cer­teza de no ser aban­do­nados nunca. Queridos jó­venes croatas, os abrazo a todos como a hijos. Os llevo en el co­razón y os dejo mi Bendición. “Estad siempre ale­gres en el Señor”. Su ale­gría, la ale­gría del ver­da­dero amor, sea vuestra fuerza. Amén. ¡Alabados sean Jesús y María!
Fuente: www.vatican.va; Vigilia de ora­ción con los jó­venes en la plaza del Bano Josip Jelačič — Zagreb. Discurso del santo padre Benedicto XVI. Sábado 4 de junio de 2011

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