LA PRESENCIA DE DIOS EN MEDIO DE LA HISTORIA DEL HOMBRE.



A lo largo de la historia, Dios ha hablado a los hombres de muchas maneras, hoy nos ha hablado por medio de Jesucristo. Él se hace hoy presente en medio de su Iglesia, la Iglesia que él ha querido fundar. Cristo, única promesa de felicidad, se hace presente en la realidad de cada día, en cada hombre y en cada acontecimiento.

Por ello, este blog lo que pretende es reconocer a través de los hechos en la Iglesia, la presencia de Dios en medio de su Pueblo.

jueves, 6 de junio de 2019

Pensamiento

6.06.2019

PADRE PIERINO: Si se puede recuperar el amor al Señor, ¿por qué no se puede recuperar el afecto bueno?

Se si può recuperare l’amore al Signore, perché non si può recuperare l’affetto buono?


PADRE PÍO:

Mi Bien, ¿dónde estás?; ya no te conozco ni te encuentro; pero es necesario buscarte a ti, que eres la vida del alma que muere. ¡Mi Dios! y ¡Dios mío!... Ya no sé decirte otra cosa:«¿Por qué me has abandonado?». Más allá de este abandono, yo ignoro, ignoro todo, hasta la vida que ignoro si la vivo.

Mi queridísimo padre, no me abandone en esta agonía desgarradora; estoy a punto de perderme; estoy para ser triturado bajo la pesada mano de un Dios justamente indignado conmigo. Recuerde que el Señor me confió a su guía, consuelo y salvación. Recuerde que, desde el momento mismo en que el Señor me confió a usted, yo le he tenido por padre de mi alma, comprometiéndome ante el cielo a manifestarle toda mi ternura de hijo, que la siento y la cultivo todavía; y siempre he seguido con avidez sus mandatos y enseñanzas.

Oh padre mío, ¡auxílieme! Quisiera, si me fuera posible, derramar en esta carta mi alma, que se va consumiendo; pero usted comprende bien que no me es posible: me encuentro en una dolorosa impotencia… Solamente puedo gritar; y de esto comprenderá cuál es mi pobreza y bajeza, mi miseria e indigencia. Implore para mí la ayuda del cielo, la perfecta conformidad con los puros, ocultos, divinos y santos deseos, docilidad firme, constante y férrea a la obediencia, la única tabla a la que asirme en el fuerte fragor de la tempestad, la única tabla a la que agarrarme en este naufragio del espíritu.


(4 de junio de 1918, al P. Benedicto de San Marco in Lamis – Ep. I, p. 1026)


 


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