LA PRESENCIA DE DIOS EN MEDIO DE LA HISTORIA DEL HOMBRE.



A lo largo de la historia, Dios ha hablado a los hombres de muchas maneras, hoy nos ha hablado por medio de Jesucristo. Él se hace hoy presente en medio de su Iglesia, la Iglesia que él ha querido fundar. Cristo, única promesa de felicidad, se hace presente en la realidad de cada día, en cada hombre y en cada acontecimiento.

Por ello, este blog lo que pretende es reconocer a través de los hechos en la Iglesia, la presencia de Dios en medio de su Pueblo.

lunes, 14 de enero de 2013

LAS VIRTUDES DE PABLO VI


Fallecido Pablo VI el día de la fiesta de la Trasfiguración del Señor -6 de agosto- de 1978, precisamente su fiesta preferida según cuentan los que le conocieron, no habían pasado ni dos años cuando el entonces obispo de Brescia, Mons. Luigi Morstabilini, comenzaba a dar los primeros pasos dirigidos hacia la posible Canonización de tan insigne hijo de aquellas tierras. Para ello, pidió consejo al Cardenal Agostino Casaroli, entonces Secretario de Estado del Vaticano, el cual, tras consultar a la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos (que así se llamaba hasta que Juan Pablo II les quitó el apelativo de «sagradas» a las congregaciones vaticanas), respondió en modo totalmente favorable.
El siguiente paso fue consultar al clero de Brescia, a la conferencia de los obispos de Lombardía y a la Conferencia Episcopal Italiana. Todas las respuestas fueron ampliamente positivas y a ellas se unió la petición unánime de la Conferencia Episcopal de Latino América, presidida entonces por el Cardenal Antonio Quarracino. Comenzó así a moverse la maquinaria -entonces más lenta, hoy mucho más ligera- de los pasos previos que llevarían años después al Proceso de Canonización, que conllevó el interrogatorio de numerosos testigos: En Roma 63, en Milán 71 y en Brescia 58, entre ellos gran número de cardenales, obispos, sacerdotes, religiosos y seglares. Sólo a modo de ilustración, nótese que fueron interrogados bastantes más que en el Proceso de Juan Pablo II.
El Proceso, después de seguir los diferentes pasos que especifica la legislación canónica y cuya descripción nos llevaría lejos del propósito de este artículo, concluyó su primera gran fase con la promulgación en el pasado diciembre del decreto por el que se reconoce la heroicidad de sus virtudes. No fue una sorpresa, se esperaba dicho decreto así como se espera pronto la resolución del estudio de un milagro atribuido a su intercesión y que, de ser positiva, abriría las puertas a una próxima Beatificación. Y sin embargo para algunos ha sido una sorpresa pues Pablo VI ha sido en cierto sentido un gran desconocido.
El que escribe estas líneas reconoce no saber mucho de la vida espiritual y las virtudes por parte de Pablo VI que, por otra parte, falleció cuando yo era pequeño y de lo último que me preocupaba era de las cosas de la Iglesia. Por eso, me he acercado a su Proceso de Canonización para poder aprender algo más sobre este gran Pastor de la Iglesia al que le tocó vivir tiempos difíciles y sobre cuya actuación se oyen cosas para todos los gustos. Precisamente sobre esto último el actual Prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos, Cardenal Angelo Amato, ha recordado recientemente que el aprobar la heroicidad de las virtudes de Pablo VI no supone aprobar todas y cada una de las acciones de su pontificado, como ocurrió con Juan Pablo II, Juan XXIII, Pío IX o Pío XII, lo cual ya se sabía pero que es bueno recordar para no confundir conceptos.
Y al acercarnos al Proceso de Pablo VI observamos que la heroicidad de sus virtudes ha sido aprobada por los teólogos y los prelados correspondientes con una unanimidad que no obtuvieron en su día otros Pontífices, un consenso casi laudatorio, lo cual se ha debido en gran parte al buen hacer de los Postuladores de la Causa -primero el P. Molinari sj., después el P. Marrazzo cssr- que han allanado el camino planteando todas las posibles dificultades y buscando las respuestas, sin ocultar los problemas, que siempre hay cuando se trata de alguien que se dedicó por tantos años a labores de gobierno y obviamente no siempre contentó a todos.
Pero la imagen más certera de Pablo VI la han transmitido en el Proceso aquellos que mejor lo conocieron, sus más íntimos colaboradores, los cuales hablan de él como un hombre lleno de Dios que tuvo que vivir y gobernar la Iglesia en unos momentos muy difíciles, sea por los cambios internos de la misma, sea por las circunstancias del mundo en aquellos años. Los testigos hablan todos de dichos sufrimientos. Así, por ejemplo, el también Siervo di Dios, cardenal Pironio:
«Creo que ha sido el Papa que más ha sufrido en este siglo. Soy testigo, como predicador de sus ejercicios en 1974 y como colaborador íntimo suyo del 1975 al 1978, de sus sufrimientos morales y espirituales. Las dificultades provenían de dentro de la Iglesia, de miembros de la Curia Romana, pero siempre lo vi firme y confiado, abandonado en las manos de Dios. Pablo VI vivió la ‘gran tribulación’ del postconcilio, pero siempre con serenidad y fortaleza. Creo que sus dos sufrimientos mayores fueron las secularizaciones de sacerdotes y la no comprensión y recta aceptación del Concilio»
Pero, en medio de tanta dificultad, añade el purpurado argentino:
«Su vida y su ministerio manifiestan a un hombre de profunda oración, de particulares experiencias contemplativas, de especial penetración de las Escrituras y los misterios de la Fe. Y lo definiría como un ‘vir contemplativus continuo a Spiritu Sancto ductus’»
Otro de sus grandes colaboradores, el entonces vicario para la diócesis de Roma, cardenal Ugo Poletti, habla en términos parecidos:
«Si hay que subrayar una característica de su pontificado, es el continuo crecimiento de amor y dolor por la Iglesia y por toda la humanidad, alimentado de fe y sabiduría. En el ámbito de la Curia y de la Iglesia, su pontificado fue todo fe, amor, servicio y dolor- Creo poder afirmar que, por lo menos en los últimos diez años de su pontificado, lo vivió todo en una atmósfera espiritual interior que le ayudaba a ver todo ‘sub specie aeternitatis’, con un estilo de oración y ofrecimiento que solamente podían provenir de su íntima unión con Dios»
Sobre la profundidad de su vida espiritual, una dirigida espiritual suya durante muchos años nos habla de su vida de oración:
«Se puede decir, sin sombra de duda, que además de ser un gran maestro de oración, era en su misma vida una oración viviente; era una llama siempre luminosa porqué estaba alimentada con esa relación con Dios que es la oración y quien acudía a él acerca de ella quedaba siempre iluminado y enfervorecido»
Los testigos van desgranando una por una, las virtudes de este gran Pontífice, entre las que destacan su fe indestructible y su caridad pastoral. Muchas serían las anécdotas que podríamos reproducir, pero nos quedamos con ésta de Mons. Rigali:
«Entre los aspectos de su personalidad que siempre he admirado porque los viví en primera persona, sobre todo en las audiencias privadas en las que hacía de intérprete del inglés, puedo afirmar que están su grandísima caridad pastoral y su profunda claridad apostólica. Recuerdo la audiencia privada concedida al obispo anglicano que era el Secretario de la Comunión Anglicana, el cual apoyaba basándose según él en la Sagrada Escritura, el sacerdocio femenino. Pablo VI lo escuchó con paciencia y con actitud caritativa, pero al final reaccionó con firmeza y me pidió traducir al interlocutor estas palabras: ‘Esto no lo puedo aceptar, porque me llamo Pedro, lo cual quiere decir absoluta fidelidad a Jesucristo’. El prelado anglicano salió muy impresionado por la fuerza de las palabras del Papa y me repitió varias veces: ‘¡Qué hombre!, ¡qué hombre!»
El que fue su secretario personal, Mons. Magee, nos habla de las manifestaciones de esa caridad pastoral para con los equivocados e incluso los malintencionados:
«Un día le dije: ‘Santidad, veo que usted perdona siempre’ y él me respondió: ‘Si, tenemos que perdonar a los demás, es lo primero que hay que hacer cuando se ve algo que no es recto, también es los ambientes vaticanos’. Nunca tenía palabras de condena hacia nadie, intentaba buscar justificaciones. Una vez me dijo: ‘Mira, para un sacerdote esta debe ser siempre la primera virtud porque es el dispensador de la misericordia de Dios. Nosotros debemos sentir los primeros la obra del perdón de Dios dentro de nosotros. Yo no debo condenar a nadie, soy ministro del perdón»
Los testigos del Proceso de Canonización de Papa Montini no han omitido el hablar de las críticas que se le dirigían, como nos cuenta un colaborador suyo en Milán, Mons. Pizzagalli:
«las críticas, muy superficiales, que venían de los que no le conocían bien, eran sobre su seriedad y recogimiento, pues raramente sonreía. Cuando partió para el cónclave, le dije a Mons. Macchi: ‘será elegido Papa, pero recomiéndele que sonría un poco más’. Parece una banalidad, pero lo hacía porque me sentaba mal que no se le reconociese su bondad de ánimo, sus sentimientos exquisitos, pues merecía ser alabado por todos. Su aparente seriedad excesiva me dolía porque no correspondía con la realidad»
Sobre su seriedad nos habla también Mons. Macchi:
«Pablo VI, a diferencia de cómo aparecía en los mass-media que lo han querido presentar como un personaje triste, angustiado o parecido a Hamlet, fue en realidad un hombre de gran sencillez, humildad y serenidad interior. No creo que haya perdido nunca la paz. Evidentemente no podía tener siempre la sonrisa en los labios, entre otras cosas porque las dificultades eran tantas que era fácil aparecer serio, pero él sabía que uno es el que siembra y otro el que recoge.»
Hombre sereno, «acostumbrado al sufrimiento», fue criticado por su supuesta debilidad en el gobierno de la Iglesia, sobre todo en ciertos momentos más espinosos, pero en el Proceso de Canonización han salido a la luz sus actuaciones firmes en el Concilio Vaticano II (véase el artículo del blog «Temas de historia de la Iglesia» llamado «Juan concibió el Concilio, Pablo lo dio a luz»), ante el Catecismo Holandés, en la publicación de la Humanae Vitae, etc, a veces en contra de grandes personalidades de la Iglesia, incluso de enteros episcopados y, por supuesto, en contra normalmente de los mass-media. Sin duda en los 15 años de pontificado hubo otras actuaciones menos firmes, pero sus colaboradores han insistido que no fue por debilidad, sino por intentar salvar lo salvable cuando se trataba de personas.
Para concluir -aunque se podría decir mucho más, son tres volúmenes gordos de declaraciones de los testigos- repetir la expresión de Mons. Luigi Giussani cuando le preguntaron sobre la posibilidad de beatificar a Pablo VI. Respondió: «¿Beatificar a Pablo VI? Pues si no le beatifican a él, ¿A quién van a beatificar?». Está claro que alguno no estará de acuerdo. Me cuentan de una comunidad de monjas tradicionalistas en otro país europeo que poco a poco se iban acercando a la Iglesia pero que cuando oyeron la noticia de la declaración de las virtudes heroicas de Pablo VI cortaron radicalmente dicho acercamiento porque la fundadora del monasterio tuvo hace años una visión de Pablo VI en las calderas de Pedro Botero. Para todos los gustos tiene que haber gente, aunque a veces del buen al mal gusto hay poca distancia y de éste al pésimo, hay un solo paso.

P. Alberto Royo Mejía, sacerdote

jueves, 10 de enero de 2013

¿te asusta la cruz?

Si te asusta, quizá es porque en tu oración no la contemplas lo suficiente. ¿Crees, acaso, que un cristianismo sin cruz es posible? Eso que te cuesta, las renuncias y molestias de cada día, los imprevistos, tus luchas y caídas, las humillaciones e incomprensiones, las dificultades y trabajos, los dolores, fracasos, enfermedades, todo, todo puede ser semilla de una gran fecundidad apostólica si sabes vivirlo no con simple resignación, ni siquiera con serena aceptación, sino como aquel que quiere clavarse con su Cristo en la misma cruz. Pídele, sin miedo, que te conceda el gozo de la cruz y no quieras dejar atrás ninguna puerta abierta a la entrega mediocre y a los fáciles consuelos humanos. Abraza la cruz de tu día a día, esa que Dios ha hecho a tu medida, y verás que en ella serás abrazado, consolado por el Cristo que sufre contigo y se crucifica en ti. Algo faltará siempre a la cruz de Cristo mientras tu sigas empeñado en buscar una entrega a medias, acomodada, sin oscuridades ni pruebas. Allí, en el Gólgota, muchos abandonaron al Maestro crucificado por el escándalo de la cruz. ¿Y tu? ¿Huirás también, como ellos? No te asuste permanecer firme al pie de la cruz, como María, con María, aunque, como Ella, no entiendas por qué el camino de la redención haya de ser camino de cruz. 

Mater Dei
Archidiócesis de Madrid

martes, 8 de enero de 2013

"si no os hacéis como niños..."

Fíjate en los niños. Son sacramentos de Dios. El Señor afirmó, ante la mirada escandalizada y desconcertada de sus discípulos, que "de los que son como ellos es el Reino de los cielos" (Mc 10,14-15). Los niños dependen en todo del amor de sus padres. Aman y son amados, y en eso consiste todo su vivir. Su atractivo irresistible nace de la sencillez con que viven una confianza ciega, inaudita, en el amor del padre y de la madre. ¿Por qué no puede ser ése tu camino de santidad? María fue Madre de Cristo porque supo mantenerse siempre Niña ante Dios Padre. Fue la “pequeña del Padre”. Su maternidad no se entiende sin su filiación. Para vivir como Ella la maternidad espiritual hay que permanecer siempre niños, pequeños, hijos. La espiritualidad de la infancia espiritual no tiene nada de blandenguería ni es un camino de santidad de segunda categoría. Con ser pequeño en las formas, ese "caminito" –como gustaba de llamarlo Teresa de Lisieux– va forjando almas grandes en la entrega y en el amor. No te apoyes en tus méritos, cualidades, planes y pronósticos, en tus juicios y valoraciones, en tus estados de ánimo o en tus dotes y virtudes espirituales. Sólo quien vive el más confiado abandono en el amor del Padre y de la Madre es capaz de gustar y contagiar la paz y la alegría de los niños.

Mater Dei
Archidiócesis de Madrid

viernes, 4 de enero de 2013

El espíritu santo, alma de todo apostolado

¿Cómo pretendes ver frutos en tu dedicación apostólica si prescindes del Espíritu Santo? Si quieres resucitar tu fe y tu vida mortecinas, el Espíritu Santo es alma que da vida a tus obras muertas. Si quieres curar tus cegueras, sanar las costras de tus pecados, aliviar las dolencias de tus miserias y debilidades, invoca al Espíritu Santo y verás cómo te inunda el bálsamo de su presencia. El Espíritu Santo fecunda el seno de las vírgenes. Por obra del Espíritu Santo María fue Madre de Dios. Por su maternidad virginal, María fue cauce, en su Hijo, del don universal del Espíritu. Lo materno es obra del Espíritu, adorado como Señor y dador de vida. No te canses de invocar el don del Espíritu Santo a diario, en toda circunstancia, en cualquier necesidad, sobre las personas que quieres, sobre los que tienen necesidad, sobre aquellos que han caído en pecado, sobre aquellos vencidos por el desánimo, sobre los que dudan de su vocación... ¡Ven, Espíritu Santo! ¡Ven, Espíritu Santo! Y a cada invocación una gota de vida divina caerá sobre la tierra reseca y marchita de muchos corazones, también del tuyo. Tu mejor compañero de apostolado ha de ser este Espíritu consolador y dador de vida. Verás cómo, al calor de su presencia, las situaciones más difíciles y las almas más pertinaces se ablandan como la cera encendida. 


Mater Dei
Archidiócesis de Madrid

miércoles, 2 de enero de 2013

Imprégnalo todo de sencillez

La lógica del mundo es complicada y rebuscada, llena de recovecos, caretas y artificios simulados, todo para conseguir tan sólo unas migajas de prestigio, de influencia, de poder o de dinero. Cuánta hipocresía y falsedad allí donde crees encontrar aprecio, interés y afable cortesía. Cuánta política de intereses, cuánto egoísmo y cuánta egolatría detrás de fines buenos e, incluso, de apariencia muy cristiana. ¿Crees, acaso, que el corazón del hombre, abandonado a sí mismo, es capaz de algo bueno sin Dios y sin su gracia? La sencillez, en cambio, cautiva y atrae los corazones más endurecidos, suaviza las situaciones más tensas, suscita la confianza de los demás, gana amistades y afectos. Sencillez en el trato con los demás, en tu oración, en tu alegría, en tu saber estar, en tu quehacer laboral, en tu entrega apostólica. Simplicidad, sobre todo, en tu vida espiritual y en tu relación con Dios, pues cuanto más sencillo es todo más lleva la huella y la presencia de Dios. En las circunstancias más anodinas e insustanciales, en las más aparentemente ineficaces, en la sencillez de lo más ordinario, ahí se te da el Señor con una plenitud capaz de desbordar y traspasar los pequeños límites de cada acontecimiento. Imprégnalo todo de sencillez, allana esos senderos tortuosos y escarpados de tu alma y contagiarás a muchos ese suave aroma de la presencia de Dios.

Mater Dei
Archidiócesis de Madrid