LA PRESENCIA DE DIOS EN MEDIO DE LA HISTORIA DEL HOMBRE.



A lo largo de la historia, Dios ha hablado a los hombres de muchas maneras, hoy nos ha hablado por medio de Jesucristo. Él se hace hoy presente en medio de su Iglesia, la Iglesia que él ha querido fundar. Cristo, única promesa de felicidad, se hace presente en la realidad de cada día, en cada hombre y en cada acontecimiento.

Por ello, este blog lo que pretende es reconocer a través de los hechos en la Iglesia, la presencia de Dios en medio de su Pueblo.

sábado, 30 de julio de 2011

La Cruz y el Icono de la JMJ

Es conocida como la "Cruz del Año Santo", la "Cruz del Jubileo", la "Cruz de la JMJ", la "Cruz peregrina"; muchos la llaman la "Cruz de los jóvenes", porque ha sido entregada a los jóvenes para que la llevasen por todo el mundo, a todos los lugares y en todo tiempo. Ésta es su historia:

Era en 1984, Año Santo de la Redención, cuando el Papa Juan Pablo II decidió que tenía estar una cruz - como símbolo de la fe - cerca del altar mayor de la Basílica de San Pedro, donde todos pudiesen verla. Así fue instalada una gran cruz de madera, de una altura de 3,8 m, tal como él la deseaba.

Al final del Año Santo, después de cerrar la Puerta Santa, el Papa entregó esa misma cruz a la juventud del mundo, representada por los jóvenes del Centro Internacional Juvenil San Lorenzo en Roma. Éstas fueron sus palabras en aquella ocasión: "Queridos jóvenes, al clausurar el Año Santo os confío el signo de este Año Jubilar: ¡la Cruz de Cristo! Llevadla por el mundo como signo del amor del Señor Jesús a la humanidad y anunciad a todos que sólo en Cristo muerto y resucitado hay salvación y redención" (Roma, 22 de abril de 1984).

Los jóvenes acogieron el deseo del Santo Padre. Se llevaron la cruz al Centro San Lorenzo, que se convertiría en su morada habitual durante los períodos en los que aquélla no estuviera peregrinando por el mundo.

En 2003 al final de la Misa de Ramos, Juan Pablo II quiso regalar a los jóvenes una copia del icono de María Salus Populi Romani: "A la delegación que ha venido de Alemania le entrego hoy también el icono de María. De ahora en adelante, juntamente con la Cruz, este icono acompañará las Jornadas Mundiales de la Juventud. Será signo de la presencia materna de María junto a los jóvenes, llamados, como el apóstol san Juan, a acogerla en su vida." (Angelus, XVIII Jornada Mundial de la Juventud, 13 de abril de 2003). La versión original del icono es custodiada en la Basílica de Santa María la Mayor en Roma.

Muchos son los testimonios de personas a las que les ha tocado profundamente el encuentro con la Cruz: en los últimos años, estos testimonios han sido aún más numerosos, o quizás han tenido una mayor difusión a través de Internet. Éstos se pueden encontrar en el Centro Internacional Juvenil San Lorenzo, morada habitual de la Cruz, pero también en las revistas y publicaciones dedicadas a las JMJ. Algunos se preguntan, cómo dos piezas de madera pueden tener tal efecto sobre la vida de una persona; sin embargo, dondequiera que vaya la Cruz, la gente pide que ésta pueda regresar. En esta Cruz se ve la presencia del amor de Dios. A través de esta Cruz, muchos jóvenes llegan a comprender mejor la Resurrección y algunos encuentran el valor de tomar decisiones respecto a su vida.

RECORRIDO DE LA CRUZ Y EL ICONO POR EL MUNDO:

  1. 1984 - Con motivo del Año Santo de la Redención, el Papa Juan Pablo II decidió situar una cruz de casi cuatro metros cerca del altar mayor de la basílica de San Pedro. Al finalizar el Año Santo, se la entregó a los jóvenes del mundo, con estas palabras: «Llevadla por el mundo como signo del amor del Señor Jesús».
  2. 1985 - Al oír las noticias de los primeros viajes de la Cruz, el Papa pide que sea llevada a Praga, entonces todavía tras el telón de acero. Ese año se celebraba el Año Internacional de la Juventud de la ONU, y el Domingo de Ramos 300.000 jóvenes participaron en un encuentro con el Papa en San Pedro. En diciembre, se anunció la institución de las Jornadas Mundiales de la Juventud cada Domingo de Ramos.
  3. 1987 - Se celebra la primera JMJ fuera de Roma, en Buenos Aires. La Cruz pisa América por primera vez.
  4. 1989 - La Cruz visita España por primera vez, para la JMJ de Santiago de Compostela; y Asia.
  5. 1992 - La Cruz es confiada por primera vez a los jóvenes de la diócesis que será sede de la próxima JMJ (Denver, Estados Unidos); también visita Australia por primera vez.
  6. 2002 - Haciendo un alto en su peregrinación por Canadá, la Cruz de los jóvenes visita la zona cero de Nueva York. Fue llevada desde Monreal a Toronto a pie, en un trayecto que duró 43 días.
  7. 2003 - Al final de la Misa de Ramos en la que los jóvenes canadienses se la entregaron a los alemanes para la JMJ de Colonia, el Papa les entregó también una copia del icono de Maria, Salus Populi Romani, y desde entonces peregrinan juntos la Cruz y el Icono.
  8. 2006-2007 - Antes de llegar a Australia para la JMJ de 2008, la Cruz y el Icono recorrieron varios países de Asia, África y Europa.
  9. 2008-2010 - La Cruz ha peregrinado por diferentes lugares como en Aquila (Italia) tras el terremoto que asoló la Región de los Abruzzos. Durante la celebración en la Plaza de San Pedro del domingo de Ramos en 2009, Benedicto XVI entregó la Cruz y el icono de la JMJ a los jóvenes madrileños, que peregrinaron hasta allí para la ocasión.
  10. En la actualidad, la Cruz y el icono de la JMJ se encuentran peregrinando por las diócesis españolas.

viernes, 29 de julio de 2011

Cultivando la amistad con Dios y los demás, la admiración de la naturaleza y el arte.

CIUDAD DEL VATICANO, domingo 24 de julio de 2011 (ZENIT.org).- Para disfrutar de las vacaciones, Benedicto XVI recomienda cultivar la amistad con Dios y con los demás, la admiración de la naturaleza y del arte.


El padre Federico Lombardi S.I., director de la Oficina de Información de la Santa Sede, ha recogido los consejos que en los últimos domingos ha ido dejando el papa, con motivo del Ángelus, a quienes pueden disfrutar en este verano boreal de un período de vacaciones.
Ante todo, el pontífice ha invitado “a tratar de utilizar estos días para vivir de una manera nueva las relaciones con los demás y con Dios. Si se puede interrumpir el ritmo cotidiano frenético o afanoso, es bueno tomar un poco de tempo para los demás y para el Señor”.
En concreto, “el papa sugiere también llevar en la propia maleta la Palabra de Dios, en particular el Evangelio”, recuerda el padre Lombardi en el editorial del último número de “Octava Dies”, semanario del Centro Televisivo Vaticano.
El domingo sucesivo, el obispo de Roma invitó a contemplar la creación a nuestro alrededor, a admirar la belleza y estremecerse ante la maravilla que hace presentir la presencia y la grandeza del Creador.
“Es un don magnífico, que hay que observar con la atención con la que la observaba Jesús, que sabía interpretar el lenguaje y los signos. Un don que hay que respetar, custodiar, proteger, del que somos responsables ante Dios, ante los demás, ante la humanidad del futuro”, sigue aclarando el padre Lombardi.
Finalmente, el Papa ha invitado a los viajeros y peregrinos veraniegos a descubrir con curiosidad inteligente y profunda los monumentos de la historia cristiana como testimonios de cultura y de fe, auténtico patrimonio espiritual de lazos con nuestras raíces, lugares - como las catedrales o las abadías - en los que la belleza ayuda a reconocer la presencia de Dios.
Al contemplar estos lugares de sorprendente belleza, recuerda su portavoz, Benedicto XVI “invita a la oración por la humanidad en camino en el tercer milenio”.
Este domingo, 24 de julio, hablando en francés, el papa añadió un nuevo consejo, a los ya recogidos por el padre Lombardi.
Invitó “a aprovechar este período de vacaciones para buscar a Dios y pedirle que nos libere de todo los que nos estorba inútilmente”.
“Pidamos por tanto un corazón inteligente y sabio que sepa encontrarle”, concluyó el pontífice.

jueves, 28 de julio de 2011

Tú, que permaneciste intrépida junto al altar de la Cruz, ruega por nosotros

La valentía no es cuestión de voluntarismo. Demostrar lo que uno es capaz de llevar a cabo, sólo a fuerza de puños, no es argumento para que otros confíen en nosotros. Cuanto más creemos que nuestro arrojo y coraje son fruto del ejercicio de nuestra voluntad, más nos equivocamos y equivocamos a otros. En cambio, hay una valentía que está más allá de nuestros límites, humanamente inexplicable, porque la recibimos de Dios. Toda la vida de María fue una entrega confiada a la voluntad de Dios, no a la suya propia. Ahí está la paradoja: que, con su abandono a la gracia divina, María vivió como nadie esa libertad propia de los que viven en la intimidad de los hijos de Dios.

La Virgen estuvo junto a la Cruz de su Hijo. No de manera hierática, o como un convidado de piedra. Su sufrimiento y su dolor no eran óbice para permanecer con una fidelidad inimaginable ante la muerte de su Hijo. La valentía de la Virgen, fruto de la gracia de Dios que inundaba su alma, hizo que su amor se anticipara a cualquier condicionamiento humano. Ella estaba allí, y el Espíritu Santo, como a Aquel que permanecía en el ara del suplicio, llenaba su alma de una fortaleza que sólo provenía de Dios.

Cuántas veces nos cuesta dar testimonio de nuestra fe, porque nos acomplejamos por la opinión de la mayoría, por el qué dirán, por los respetos humanos. Pero, más allá de esas circunstancias que tanto nos condicionan al actuar, poseemos el don de la fuerza del Espíritu Santo, que nos da la valentía sobrenatural necesaria para testimoniar a Dios allí donde estemos. Fiarnos de Él es actuar con la certeza de que el Señor ha depositado en nuestros corazones una valentía que no es fruto de nuestros esfuerzos, sino del amor que nos tiene.
Mater Dei
Archidiócesis de Madrid

martes, 26 de julio de 2011

San Joaquín y santa Ana, santidad conyugal y familiar


Nada dicen los evangelistas acerca de los padres de la Virgen María. No sabemos, siquiera, si vivían cuando nació Jesús. El respetuoso silencio que muestran los Evangelios acerca de personajes, claves en la historia de la salvación, es significativo, pero, no por ello, sus vidas carecen de importancia. Joaquín y Ana son reconocidos por la tradición como padres de la Madre de Dios, y, además, considerados santos. La santidad no queda reducida, por tanto, a gentes que realizaron grandes prodigios ante los ojos atónitos de multitudes, sino que Dios se sigue deleitando en la sencillez de corazones generosos que gastaron su vida con dedicación y entrega, sobre todo, a Sus ojos. La discreción sigue siendo un síntoma de los alardes divinos, una manera de significar que lo esencial sigue siendo invisible a tanta torpeza humana, y que la verdadera sabiduría de Dios se recrea en la simplicidad de una respuesta que dice "sí" a su llamada, sin volúmenes de análisis, dialécticas o razonamientos grandilocuentes.
María, la hija de Joaquín y de Ana, había de ser la llena de gracia. Sólo en la lógica de Dios podemos entender esa predisposición que depositaría Él en los corazones de esos padres amantísimos, que irían, en el silencio de sus días, gastando su tiempo y sus esfuerzos en educar, formar y amar a la que sería Madre de Dios. No sabemos si tendrían esos padres revelaciones privadas o anticipos de aquello que Dios quería para su hija María, pero –y esta es la lección de este día–, sólo en lo más cotidiano, en lo más ordinario de sus vidas, irían descubriendo, Joaquín y Ana, esa sombra de la divinidad que iba apoderándose del corazón de la Virgen, mostrándose ellos con esa respetuosa distancia de la presencia de Dios, para no interferir en esa elección, única e irrepetible en la historia, de la gracia.
También a nosotros nos enseñan los padres de la Virgen a vivir con mayor generosidad la voluntad de Dios. No veamos, ante cada llamada que realiza (a nosotros, o a los de nuestro entorno más personal), un capricho o una amenaza a nuestra libertad. Sólo Dios sabe lo que más necesitamos, y lo que más puede hacernos felices. Si con Él alcanzamos la plenitud de la dicha, ¿por qué resistirnos a su gracia? En la santidad de Joaquín y de Ana, abuelos de Jesús, hemos de ver la conformidad con los planes de Dios, adelantándonos, como ellos lo hicieron, en el amor. Tal vez, san Joaquín y santa Ana, enseñarían a su hija, entresacado de algún salmo de la Sagrada Escritura, aquello que dijo la Virgen en Nazaret: "Hágase en mí según tu Palabra".


Mater Dei
Archidiócesis de Madrid

lunes, 25 de julio de 2011

Llamaba a compartir su vida y su misión

1. Juan Pablo II a los jóvenes

"En realidad, es a Jesús a quien buscáis cuando soñáis la felicidad; es Él quien os espera cuando no os satisface nada de lo que encontráis; es Él la belleza que tanto os atrae; es Él quien os provoca con esa sed de radicalidad que no os permite dejaros llevar del conformismo; es Él quien os empuja a dejar las máscaras que falsean la vida; es Él quien os lee en el corazón las decisiones más auténticas que otros querrían sofocar. Es Jesús el que suscita en vosotros el deseo de hacer de vuestra vida algo grande, la voluntad de seguir un ideal, el rechazo a dejaros atrapar por la mediocridad, la valentía de comprometeros con humildad y perseverancia para mejoraros a vosotros mismos y a la sociedad, haciéndola más humana y fraterna. Queridos jóvenes, (JUAN PABLO II, Jornada Mundial de la Juventud, Roma, agosto 2000).

Cada uno tiene que pararse a pensar si son éstos los sentimientos que más frecuentemente ocupan su corazón: soñar la felicidad, sentir insatisfacción con lo que se encuentra, sentirse atraídos por la belleza, tener sed de radicalidad, dejar las máscaras que falsean la vida, hacer de la vida algo grande, seguir un ideal, hacer una sociedad más humana y fraterna. Cada uno tiene que pararse a pensar si verdaderamente se siente insatisfecho, si vive buscando algo que llene su vida.

Juan Pablo II no se limitaba a afirmar lo que con toda probabilidad eran los sentimientos más comunes de los jóvenes. Interpretaba esos sentimientos y declaraba su significado: "Es Jesús a quien buscáis., es Él quien os espera., es Él la belleza que os atrae., es Él quien os provoca., es Él quien os empuja a dejar las máscaras., es Él quien os lee en el corazón., es Jesús quien suscita en vosotros el deseo. Diciendo sí a Cristo decís sí a todos vuestros ideales más nobles. No tengáis miedo de entregaros a Él. Él os guiará, os dará la fuerza para seguirlo todos los días y en cada situación".

La llamada de Jesús resuena dentro de nosotros mismos, en nuestra propia vida. En nuestra insatisfacción, nuestra búsqueda, nuestros deseos de radicalidad y de algo grande, podemos reconocer la pregunta que hizo Jesús a los dos discípulos de Juan Bautista, cuando le seguían sin saber bien adónde: "¿Qué buscáis?" (Jn 1,37). Y podemos reconocer también la respuesta que acertaron a balbucir los discípulos: "Maestro, ¿dónde vives?" (Jn 1,39). Se dejaron atraer por Jesús y consintieron en seguirle.


2. Escuchamos la Palabra de Dios (Mc 1,16-20; Lc 9,59-62; Jn 1,35-42)

Existir es responder a una llamada

Nuestra existencia no es puro azar, no hemos sido arrojados al mundo, no existimos por casualidad o por un absurdo. El Señor tiene un plan para cada uno de nosotros, nos conoce y nos llama por nuestro nombre. Cuenta con nosotros para confiarnos una misión: es lo que estamos llamados a hacer en la vida para tejer la historia y contribuir a la edificación de su Iglesia, templo vivo de su presencia.

En origen de nuestra vida hay una llamada. Vivir es percibirla, permanecer a la escucha, ser valientes y generosos para responder. Al final de nuestra existencia en la tierra seremos considerados siervos fieles que han aprovechado bien los dones que se nos han concedido .

Llamados a vivir como hijos de Dios

Hemos sido creados a imagen de Dios, para ser sus hijos, unidos por la acción del Espíritu Santo a Jesucristo, que es el Hijo. Estamos tan fuertemente llamados a vivir unidos a Jesucristo, que sólo conociéndole a Él nos entendemos a nosotros mismos y comprendemos nuestro destino. El Concilio Vaticano II lo dice así: "El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio de Jesucristo, perfecto Dios y perfecto hombre" (Gaudium et spes 22). "Desde que existo, mi existencia no tiene otro fin que Cristo mismo", decía el teólogo Henri de Lubac.

Si, como hijos de Dios, estamos llamados a vivir unidos a Jesucristo, el primer paso de nuestra respuesta es el Bautismo, por el que fuimos hechos miembros de su Cuerpo. En Él se va formando el pueblo de los llamados. La Humanidad entera va realizando en Cristo el destino al que está llamada como pueblo, como comunidad.

Nadie mejor que Jesucristo, el Hijo Eterno de Dios hecho hombre, puede hablarnos y reproducir en nosotros su imagen de hijo. Por eso nos invita a seguirle, a ser como Él, a compartir su vida, su palabra, sus sentimientos, su muerte y resurrección. El Hijo de Dios se hizo hombre para que la llamada de Dios resuene siempre en nosotros. No existe un solo párrafo en el Evangelio, o un encuentro o un diálogo, que no tenga un sentido vocacional, que no exprese, directa o indirectamente, una llamada por parte de Jesús. Según los relatos de los evangelios, parece que, Jesús siempre deja a quienes se encuentran con Él la misma preocupación: ¿qué hacer de mi vida?, ¿cuál es mi camino?

Llamados por Jesús

La relación de Jesús con sus seguidores no era como la de los demás maestros. La forma en que Jesús llamó a sus discípulos, la finalidad de dicha llamada y las consecuencias que tuvo en la vida de quienes le siguieron son los rasgos más novedosos de la experiencia de discípulos que encontramos en los evangelios.

Lo habitual era que un joven buscara una escuela o un maestro para hacerse discípulo. Los discípulos de los rabinos buscan algo parecido a una enseñanza más bien técnica para luego llegar a ser maestros. Sin embargo, los discípulos de Jesús no eligen ellos. Jesús es quien da el primer paso llamándolos a ellos. Él es quien llama y pone condiciones (Mc 1,16-20; Lc 9, 59-62) con una autoridad poco común.

Jesús no enseña una doctrina, sino que pide una adhesión incondicional a su persona para hacer la voluntad de Dios. En ninguno de los grupos religiosos de la época encontramos una exigencia de adhesión personal como la que encontramos en Jesús. El imperativo ¡sígueme! constituye el núcleo de su llamada. Seguir a Jesús, ir detrás de él, constituirá el centro del estilo de vida de sus discípulos. Él siempre será el Maestro, y los llamados siempre serán discípulos.

La iniciativa de Jesús de llamar a los discípulos y la autoridad con la que llama revelan una conciencia singular de sí mismo. Al actuar así, Jesús se sitúa en el mismo lugar que ocupa Dios en los relatos del Antiguo Testamento, en los que se cuenta la llamada a caudillos y profetas del pueblo para encomendarles una misión. Jesús es el Hijo de Dios.

Llama a todos. Es una llamada universal. Rompe las barreras de lo puro-impuro, pecadores-fieles. Llama a los publicanos que están lejos de la comunidad, incluso a los zelotes, o a los simples iletrados pecadores. Y a algunos los llama para una misión concreta.

A algunos, dice el evangelio de san Marcos, los llamó para que "estuvieran con él y para enviarlos a predicar". En primer lugar, para que establecieran una nueva relación con él, una relación que implica no sólo el aprendizaje de su doctrina, sino compartir su estilo de vida e identificarse con su destino. Esta identificación con Jesús es, además, la condición para que los discípulos puedan ser enviados a anunciar y hacer presente el reinado de Dios.

La llamada de Jesús incluye una misión o servicio: ser pescadores de hombres, anunciar el reino de Dios.

La llamada es apremiante. La respuesta debe ser rápida y sin reservas. No valen excusas sutiles, ni hacerse el sordo. Ante su llamada no se puede tergiversar nada ni tomarse ningún tiempo para realizar otras tareas humanas. A la llamada de Jesús para el Reino los discípulos responden inmediatamente y con toda la vida. Esa misión de los discípulos comporta el mismo riesgo a que ha estado sometido el maestro.

Jesús responde a nuestras preguntas

"Venid y lo veréis" (Jn 1, 39). Así responde Jesús a los dos discípulos de Juan el Bautista, que le preguntaban donde vivía. En estas palabras encontramos el significado de ser discípulo de Cristo. En esta escena tan conmovedora reconocemos todo el misterio de la vocación cristiana.

Los discípulos siguieron a Cristo. Seguir a Jesús es la expresión evangélica favorita para designar el discipulado. Se sigue a una persona, y no un programa o una ideología. Cuando Jesús habla de la actitud de sus discípulos hacia él, Jesús dice: "seguir". Como las ovejas siguen al pastor (Jn 10,4.5.27). Seguir a Jesús es fiarse de Él, dejarse iluminar por Él: "El que me sigue no camina en las tinieblas, sino que tiene la luz de la vida" (Jn 8,12). La "obra" principal que el Padre pide de quienes siguen a su Hijo es "que crean en él" (Jn 6,29).

Los dos discípulos son invitados a seguirle viviendo con Él y como Él. Es la llamada de Jesús a todo hombre. Una llamada que, para ser escuchada, requiere búsqueda y generosidad. De otro modo es difícilmente perceptible.

El cristianismo prende en los apasionados por la verdad y por el amor. Hay mil maneras de buscar. Pero todos los corazones persiguen lo mismo. Se llama felicidad, amor, alegría, razones para vivir, etc. Son nombres más o menos afortunados. Todos los nacidos de mujer, sabiéndolo o no, buscamos lo mismo.

Eso, detrás de lo cual el corazón anda ansioso, tiene un nombre, toma cuerpo, se deja ver, se puede decir que pasa delante de uno. Un verdadero cristiano es quien se ha encontrado con el rostro de Jesucristo y este encuentro no le ha dejado indiferente. ¿Nos atrevemos a avanzar por el camino que se abre ante nosotros? ¿Consentimos al seguimiento sincero y generoso de Jesucristo?


Jesús llama a dar la vida

Lo experimentaron los primeros discípulos y todos los que le han seguido después. Seguir a Jesús consiste en compartir su propio destino, en ser y obrar como Él. Más en concreto: vivir su misma relación con el Padre y con los hombres, sus hermanos. Los discípulos de Jesús aceptan la vida como un don recibido de las manos del Padre, para "perderla" y verter este don sobre aquellos que el Padre les ha confiado.

La vida toda de Jesús, y todo su ser, gira en torno a la misión. En ella se concentra y se expresa su obediencia al Padre y su amor tan extremado a sus hermanos: "Nadie tiene un amor más grande que éste: el de dar la vida por los propios amigos" ( Jn 15,13).

Jesús hace a sus discípulos partícipes de la misión que ha recibido del Padre. "Como me ha enviado a mí el Padre, así también yo os envío a vosotros" (Jn 20,21). Estamos llamados, por tanto, a reproducir y revivir los sentimientos del Hijo, que se sintetizan en el amor. Pero estamos llamados a hacerlo visible diversamente, según las circunstancias concretas, los dones recibidos, el modo de participar cada uno en la misión de Jesús.

Las modalidades serán diversas, pero la vocación fundamental de los discípulos es única: entregar la propia vida como lo hizo Jesús. El envío es, en efecto, el mandato de la tarde de Pascua (Jn 20,21), la última palabra antes de subir al Padre (Mt 28,16-20).

Jesús llama hoy

"Jesús, al invitar al joven rico a ir mucho más allá de la satisfacción de sus aspiraciones y proyectos personales, le dice: 'Ven y sígueme'. La vocación cristiana nace de una propuesta de amor del Señor y sólo puede realizarse gracias a una respuesta de amor: 'Jesús invita sus discípulos al don total de su vida, sin cálculo ni interés humano, con una absoluta confianza en Dios.

Los santos acogen esta invitación exigente y, con humilde docilidad, se ponen a seguir a Cristo crucificado y resucitado. Su perfección, en la lógica de la fe que muchas veces no se comprende bien, consiste en dejar de colocarse en el centro y elegir avanzar contra corriente, viviendo según el Evangelio'

Siguiendo el ejemplo de tantos discípulos de Cristo, acoged también vosotros con alegría, queridos amigos, la invitación a seguirle para vivir intensamente y con fecundidad en este mundo. Por el Bautismo, en efecto, llama a cada uno a seguirle a través de acciones concretas, a amarle por encima de todo y a servirle en sus hermanos. El joven rico, infelizmente, no acogió la invitación de Jesús y se marchó muy triste. Le había faltado valentía para desprenderse de los bienes materiales para encontrar el bien incomparable que Jesús le proponía.

La tristeza del joven rico del Evangelio es la que nace en el corazón de cada uno cuando no se tiene la valentía de seguir a Cristo, de elegir la mejor opción. ¡Pero nunca es demasiado tarde para responderle!

Jesús no deja de volver su mirada de amor y de llamar a hacerse discípulos suyos, pero a algunos les propone una opción más radical.

En este Año Sacerdotal, querría exhortar a los jóvenes y adolescentes a estar atentos para saber si el Señor no les está invitando a un don mayor, por el camino del sacerdocio ministerial, y a estar disponibles para acoger con generosidad y entusiasmo este signo de predilección particular, emprendiendo el necesario camino de discernimiento con un sacerdote o con su director espiritual.

No tengáis miedo, queridos muchachos y queridas muchachas, si el Señor os llama a la vida religiosa, monástica, misionera o de especial consagración: él sabe dar una profunda alegría a quienes responden con valentía.

Invito, además, a los que sienten la vocación la matrimonio a acogerla con fe, comprometiéndose a poner sólidas bases para vivir un gran amor, fiel y abierto al don de la vida, que es riqueza y gracia para la sociedad y para la Iglesia" (BENEDICTO XVI, Mensaje a los Jóvenes en la XXV JMJ, 2010).


3. Nuestra respuesta

Un encuentro de dos libertades

La historia de toda vocación cristiana es la historia de un diálogo entre Dios y el hombre, entre el amor de Dios que llama y la libertad del hombre que responde a Dios en el amor. Un encuentro de dos libertades. Nada más sagrado, nada que exija más respeto.

La intervención libre y gratuita de Dios que llama es absolutamente prioritaria, anterior y decisiva. La primacía absoluta de la gracia en la vocación encuentra su proclamación perfecta en la palabra de Jesús: «No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros y os he destinado para que vayáis y deis fruto y que vuestro fruto permanezca» (Jn 15, 16).

Esa primacía de la gracia requiere la respuesta libre del hombre. Una respuesta positiva que presupone siempre la aceptación y la participación en el proyecto que Dios tiene sobre cada uno; una respuesta que acoja la iniciativa amorosa del Señor y llegue a ser para todo el que es llamado una exigencia moral vinculante, una ofrenda agradecida a Dios y una total cooperación en el plan que Él persigue en la historia . En la vocación brillan a la vez el amor gratuito de Dios y la exaltación de la libertad del hombre; la adhesión a la llamada de Dios y su entrega a Él.

"Para acoger una propuesta fascinante como la que nos hace Jesús, para establecer una alianza con él, hace falta ser jóvenes interiormente, capaces de dejarse interpelar por su novedad, para emprender con él caminos nuevos. Jesús tiene predilección por los jóvenes, como lo pone de manifiesto el diálogo con el joven rico (cf. Mt 19, 16-22; Mc 10, 17-22); respeta su libertad, pero nunca se cansa de proponerles metas más altas para su vida: la novedad del Evangelio y la belleza de una conducta santa.

Siguiendo el ejemplo de su Señor, la Iglesia tiene esa misma actitud. Por eso, queridos jóvenes, os mira con inmenso afecto; está cerca de vosotros en los momentos de alegría y de fiesta, al igual que en los de prueba y desvarío; os sostiene con los dones de la gracia sacramental y os acompaña en el discernimiento de vuestra vocación" .

Es posible responder "no"

El joven rico se acercó a Jesús preguntando por el algo más que le faltaba. Había vivido cumpliendo los mandamientos desde pequeño. Cuando el joven pregunta sobre el 'algo más': "¿Qué me queda aún?", Jesús lo mira con amor y este amor encuentra aquí un nuevo significado. Jesús añade: "Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes, dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos, y ven y sígueme".

El joven es invitado a vivir según la dimensión del don, una dimensión no sólo superior a la de las meras obligaciones morales, como a veces se consideran los mandamientos, sino más profunda y fundamental. El joven es invitado a pasar de la vida como proyecto a la vida como vocación.

El cristianismo sólo se puede vivir en plenitud si se vive desde la llamada. "Si quieres" dice el Señor. Él respeta nuestra decisión, nuestra libertad.

domingo, 24 de julio de 2011

EN RECUERDO DE LAS VICTIMAS DEL ATENTADO EN OSLO


En recuerdo de las victimas 
del doble atentado en Oslo (Noruega) hacemos la siguiente oración.

Señor, que tu infinita bondad nos consuele en el dolor de estas muertes inesperadas e ilumine nuestra pena, con la firme confianza de que nuestros hermanos, vive ya feliz en tu compañía. Por Cristo nuestro Señor. Amén.




sábado, 23 de julio de 2011

Aquella por quien los discípulos creyeron en el Maestro, ruega por nosotros

Al ver el milagro de las Bodas de Caná, los discípulos de Jesús se asombrarían de la poderosa intercesión de la Virgen. Nos dice de san Juan que “sus discípulos creyeron en Él”. La intervención de la Virgen fue la mediación necesaria para impulsar la fe primeriza de los que seguían a Jesús. Pocos son los momentos del Evangelio en que aparece la figura de María, pero, en todos ellos, su presencia escondida y oculta encierra una eficacia sobrenatural que se nos escapa. Se trata de la eficiencia, fruto de un corazón que vive con sencillez su relación con Dios, que mira siempre en el interior. Ese ponderar en el corazón la gracia del Espíritu Santo, es no dejarse llevar por la notoriedad de lo externo, sino vivir con una confianza absoluta en ese don, invisible a los ojos de los hombres, que es una comunión permanente con el Amor del Padre, una entrega sin límites al cuidado del Hijo, y la fidelidad al Esposo, Espíritu Santo, que la hacía a María vivir en esa tensión espiritual, lejos del agobio o la ansiedad, “simplemente” abandonada a Él.

Cuesta entender que los apóstoles fueran tardos en creer, habiendo acompañado tanto tiempo al Señor y habiendo visto sus obras y prodigios. María, en cambio, más que buscar explicaciones, simplemente aceptaba todo lo que acontecía en su vida, en los momentos de gozo o de dolor, de alegría o de sufrimiento. Buscar la unidad de vida en cada una de esas situaciones, mirándonos en el espejo de la providencia divina, ayuda a vivir sin el sobresalto de nuestras limitaciones, o sin la contradicción de esos detalles de cada jornada. Todo nos habla de Dios cuando estamos enamorados de Él. Cada rosa esconde una espina para recordarnos a quien hemos de entregar nuestro corazón, porque sólo la Cruz desprende el verdadero aroma de una vida entregada.

Mater Dei
Archidiócesis de Madrid

miércoles, 20 de julio de 2011

Mensaje para la JMJ de 2011 - Madrid

Muy queridos amigos:

Ya solo queda 29 días para la llegada del Santo Padre a Madrid. Debemos de ir preparando el camino para estos días de gracia. Para prepararnos voy a publicar algunos textos que nos ayudará a adentrarnos en esta gran fiesta de la juventud.  

Comenzamos con el mensaje que el Papa ha dirigido a los jóvenes con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud.



"Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe"(cf. Col 2, 7)

Queridos amigos

Pienso con frecuencia en la Jornada Mundial de la Juventud de Sydney, en el 2008. Allí vivimos una gran fiesta de la fe, en la que el Espíritu de Dios actuó con fuerza, creando una intensa comunión entre los participantes, venidos de todas las partes del mundo. Aquel encuentro, como los precedentes, ha dado frutos abundantes en la vida de muchos jóvenes y de toda la Iglesia. Nuestra mirada se dirige ahora a la próxima Jornada Mundial de la Juventud, que tendrá lugar en Madrid, en el mes de agosto de 2011. Ya en 1989, algunos meses antes de la histórica caída del Muro de Berlín, la peregrinación de los jóvenes hizo un alto en España, en Santiago de Compostela. Ahora, en un momento en que Europa tiene que volver a encontrar sus raíces cristianas, hemos fijado nuestro encuentro en Madrid, con el lema: «Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe» (cf. Col 2, 7). Os invito a este evento tan importante para la Iglesia en Europa y para la Iglesia universal. Además, quisiera que todos los jóvenes, tanto los que comparten nuestra fe, como los que vacilan, dudan o no creen, puedan vivir esta experiencia, que puede ser decisiva para la vida: la experiencia del Señor Jesús resucitado y vivo, y de su amor por cada uno de nosotros.

1. En las fuentes de vuestras aspiraciones más grandes

En cada época, también en nuestros días, numerosos jóvenes sienten el profundo deseo de que las relaciones interpersonales se vivan en la verdad y la solidaridad. Muchos manifiestan la aspiración de construir relaciones auténticas de amistad, de conocer el verdadero amor, de fundar una familia unida, de adquirir una estabilidad personal y una seguridad real, que puedan garantizar un futuro sereno y feliz. Al recordar mi juventud, veo que, en realidad, la estabilidad y la seguridad no son las cuestiones que más ocupan la mente de los jóvenes. Sí, la cuestión del lugar de trabajo, y con ello la de tener el porvenir asegurado, es un problema grande y apremiante, pero al mismo tiempo la juventud sigue siendo la edad en la que se busca una vida más grande. Al pensar en mis años de entonces, sencillamente, no queríamos perdernos en la mediocridad de la vida aburguesada. Queríamos lo que era grande, nuevo. Queríamos encontrar la vida misma en su inmensidad y belleza. Ciertamente, eso dependía también de nuestra situación. Durante la dictadura nacionalsocialista y la guerra, estuvimos, por así decir, "encerrados" por el poder dominante. Por ello, queríamos salir afuera para entrar en la abundancia de las posibilidades del ser hombre. Pero creo que, en cierto sentido, este impulso de ir más allá de lo habitual está en cada generación. Desear algo más que la cotidianidad regular de un empleo seguro y sentir el anhelo de lo que es realmente grande forma parte del ser joven. ¿Se trata sólo de un sueño vacío que se desvanece cuando uno se hace adulto? No, el hombre en verdad está creado para lo que es grande, para el infinito. Cualquier otra cosa es insuficiente. San Agustín tenía razón: nuestro corazón está inquieto, hasta que no descansa en Ti. El deseo de la vida más grande es un signo de que Él nos ha creado, de que llevamos su "huella". Dios es vida, y cada criatura tiende a la vida; en un modo único y especial, la persona humana, hecha a imagen de Dios, aspira al amor, a la alegría y a la paz. Entonces comprendemos que es un contrasentido pretender eliminar a Dios para que el hombre viva. Dios es la fuente de la vida; eliminarlo equivale a separarse de esta fuente e, inevitablemente, privarse de la plenitud y la alegría: «sin el Creador la criatura se diluye» (Con. Ecum. Vaticano. II, Const. Gaudium et Spes, 36). La cultura actual, en algunas partes del mundo, sobre todo en Occidente, tiende a excluir a Dios, o a considerar la fe como un hecho privado, sin ninguna relevancia en la vida social. Aunque el conjunto de los valores, que son el fundamento de la sociedad, provenga del Evangelio -como el sentido de la dignidad de la persona, de la solidaridad, del trabajo y de la familia-, se constata una especie de "eclipse de Dios", una cierta amnesia, más aún, un verdadero rechazo del cristianismo y una negación del tesoro de la fe recibida, con el riesgo de perder aquello que más profundamente nos caracteriza.

Por este motivo, queridos amigos, os invito a intensificar vuestro camino de fe en Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo. Vosotros sois el futuro de la sociedad y de la Iglesia. Como escribía el apóstol Pablo a los cristianos de la ciudad de Colosas, es vital tener raíces y bases sólidas. Esto es verdad, especialmente hoy, cuando muchos no tienen puntos de referencia estables para construir su vida, sintiéndose así profundamente inseguros. El relativismo que se ha difundido, y para el que todo da lo mismo y no existe ninguna verdad, ni un punto de referencia absoluto, no genera verdadera libertad, sino inestabilidad, desconcierto y un conformismo con las modas del momento. Vosotros, jóvenes, tenéis el derecho de recibir de las generaciones que os preceden puntos firmes para hacer vuestras opciones y construir vuestra vida, del mismo modo que una planta pequeña necesita un apoyo sólido hasta que crezcan sus raíces, para convertirse en un árbol robusto, capaz de dar fruto.

2. Arraigados y edificados en Cristo

Para poner de relieve la importancia de la fe en la vida de los creyentes, quisiera detenerme en tres términos que san Pablo utiliza en: «Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe» (cf. Col 2, 7). Aquí podemos distinguir tres imágenes: "arraigado" evoca el árbol y las raíces que lo alimentan; "edificado" se refiere a la construcción; "firme" alude al crecimiento de la fuerza física o moral. Se trata de imágenes muy elocuentes. Antes de comentarlas, hay que señalar que en el texto original las tres expresiones, desde el punto de vista gramatical, están en pasivo: quiere decir, que es Cristo mismo quien toma la iniciativa de arraigar, edificar y hacer firmes a los creyentes.

La primera imagen es la del árbol, firmemente plantado en el suelo por medio de las raíces, que le dan estabilidad y alimento. Sin las raíces, sería llevado por el viento, y moriría. ¿Cuáles son nuestras raíces? Naturalmente, los padres, la familia y la cultura de nuestro país son un componente muy importante de nuestra identidad. La Biblia nos muestra otra más. El profeta Jeremías escribe: «Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza: será un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa raíces; cuando llegue el estío no lo sentirá, su hoja estará verde; en año de sequía no se inquieta, no deja de dar fruto» (Jer 17, 7-8). Echar raíces, para el profeta, significa volver a poner su confianza en Dios. De Él viene nuestra vida; sin Él no podríamos vivir de verdad. «Dios nos ha dado vida eterna y esta vida está en su Hijo» (1 Jn 5,11). Jesús mismo se presenta como nuestra vida (cf. Jn 14, 6). Por ello, la fe cristiana no es sólo creer en la verdad, sino sobre todo una relación personal con Jesucristo. El encuentro con el Hijo de Dios proporciona un dinamismo nuevo a toda la existencia. Cuando comenzamos a tener una relación personal con Él, Cristo nos revela nuestra identidad y, con su amistad, la vida crece y se realiza en plenitud. Existe un momento en la juventud en que cada uno se pregunta: ¿qué sentido tiene mi vida, qué finalidad, qué rumbo debo darle? Es una fase fundamental que puede turbar el ánimo, a veces durante mucho tiempo. Se piensa cuál será nuestro trabajo, las relaciones sociales que hay que establecer, qué afectos hay que desarrollar. En este contexto, vuelvo a pensar en mi juventud. En cierto modo, muy pronto tomé conciencia de que el Señor me quería sacerdote. Pero más adelante, después de la guerra, cuando en el seminario y en la universidad me dirigía hacia esa meta, tuve que reconquistar esa certeza. Tuve que preguntarme: ¿es éste de verdad mi camino? ¿Es de verdad la voluntad del Señor para mí? ¿Seré capaz de permanecerle fiel y estar totalmente a disposición de Él, a su servicio? Una decisión así también causa sufrimiento. No puede ser de otro modo. Pero después tuve la certeza: ¡así está bien! Sí, el Señor me quiere, por ello me dará también la fuerza. Escuchándole, estando con Él, llego a ser yo mismo. No cuenta la realización de mis propios deseos, sino su voluntad. Así, la vida se vuelve auténtica.

Como las raíces del árbol lo mantienen plantado firmemente en la tierra, así los cimientos dan a la casa una estabilidad perdurable. Mediante la fe, estamos arraigados en Cristo (cf. Col 2, 7), así como una casa está construida sobre los cimientos. En la historia sagrada tenemos numerosos ejemplos de santos que han edificado su vida sobre la Palabra de Dios. El primero Abrahán. Nuestro padre en la fe obedeció a Dios, que le pedía dejar la casa paterna para encaminarse a un país desconocido. «Abrahán creyó a Dios y se le contó en su haber. Y en otro pasaje se le llama "amigo de Dios"» (St 2, 23). Estar arraigados en Cristo significa responder concretamente a la llamada de Dios, fiándose de Él y poniendo en práctica su Palabra. Jesús mismo reprende a sus discípulos: «¿Por qué me llamáis: "¡Señor, Señor!", y no hacéis lo que digo?» (Lc 6, 46). Y recurriendo a la imagen de la construcción de la casa, añade: «El que se acerca a mí, escucha mis palabras y las pone por obra. se parece a uno que edificaba una casa: cavó, ahondó y puso los cimientos sobre roca; vino una crecida, arremetió el río contra aquella casa, y no pudo tambalearla, porque estaba sólidamente construida» (Lc 6, 47-48).

Queridos amigos, construid vuestra casa sobre roca, como el hombre que "cavó y ahondó". Intentad también vosotros acoger cada día la Palabra de Cristo. Escuchadle como al verdadero Amigo con quien compartir el camino de vuestra vida. Con Él a vuestro lado seréis capaces de afrontar con valentía y esperanza las dificultades, los problemas, también las desilusiones y los fracasos. Continuamente se os presentarán propuestas más fáciles, pero vosotros mismos os daréis cuenta de que se revelan como engañosas, no dan serenidad ni alegría. Sólo la Palabra de Dios nos muestra la auténtica senda, sólo la fe que nos ha sido transmitida es la luz que ilumina el camino. Acoged con gratitud este don espiritual que habéis recibido de vuestras familias y esforzaos por responder con responsabilidad a la llamada de Dios, convirtiéndoos en adultos en la fe. No creáis a los que os digan que no necesitáis a los demás para construir vuestra vida. Apoyaos, en cambio, en la fe de vuestros seres queridos, en la fe de la Iglesia, y agradeced al Señor el haberla recibido y haberla hecho vuestra.

3. Firmes en la fe

Estad «arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe» (cf. Col 2, 7). La carta de la cual está tomada esta invitación, fue escrita por san Pablo para responder a una necesidad concreta de los cristianos de la ciudad de Colosas. Aquella comunidad, de hecho, estaba amenazada por la influencia de ciertas tendencias culturales de la época, que apartaban a los fieles del Evangelio. Nuestro contexto cultural, queridos jóvenes, tiene numerosas analogías con el de los colosenses de entonces. En efecto, hay una fuerte corriente de pensamiento laicista que quiere apartar a Dios de la vida de las personas y la sociedad, planteando e intentando crear un "paraíso" sin Él. Pero la experiencia enseña que el mundo sin Dios se convierte en un "infierno", donde prevalece el egoísmo, las divisiones en las familias, el odio entre las personas y los pueblos, la falta de amor, alegría y esperanza. En cambio, cuando las personas y los pueblos acogen la presencia de Dios, le adoran en verdad y escuchan su voz, se construye concretamente la civilización del amor, donde cada uno es respetado en su dignidad y crece la comunión, con los frutos que esto conlleva. Hay cristianos que se dejan seducir por el modo de pensar laicista, o son atraídos por corrientes religiosas que les alejan de la fe en Jesucristo. Otros, sin dejarse seducir por ellas, sencillamente han dejado que se enfriara su fe, con las inevitables consecuencias negativas en el plano moral.

El apóstol Pablo recuerda a los hermanos, contagiados por las ideas contrarias al Evangelio, el poder de Cristo muerto y resucitado. Este misterio es el fundamento de nuestra vida, el centro de la fe cristiana. Todas las filosofías que lo ignoran, considerándolo "necedad" (1 Co 1, 23), muestran sus límites ante las grandes preguntas presentes en el corazón del hombre. Por ello, también yo, como Sucesor del apóstol Pedro, deseo confirmaros en la fe (cf. Lc 22, 32). Creemos firmemente que Jesucristo se entregó en la Cruz para ofrecernos su amor; en su pasión, soportó nuestros sufrimientos, cargó con nuestros pecados, nos consiguió el perdón y nos reconcilió con Dios Padre, abriéndonos el camino de la vida eterna. De este modo, hemos sido liberados de lo que más atenaza nuestra vida: la esclavitud del pecado, y podemos amar a todos, incluso a los enemigos, y compartir este amor con los hermanos más pobres y en dificultad.

Queridos amigos, la cruz a menudo nos da miedo, porque parece ser la negación de la vida. En realidad, es lo contrario. Es el "sí" de Dios al hombre, la expresión máxima de su amor y la fuente de donde mana la vida eterna. De hecho, del corazón de Jesús abierto en la cruz ha brotado la vida divina, siempre disponible para quien acepta mirar al Crucificado. Por eso, quiero invitaros a acoger la cruz de Jesús, signo del amor de Dios, como fuente de vida nueva. Sin Cristo, muerto y resucitado, no hay salvación. Sólo Él puede liberar al mundo del mal y hacer crecer el Reino de la justicia, la paz y el amor, al que todos aspiramos.

4. Creer en Jesucristo sin verlo

En el Evangelio se nos describe la experiencia de fe del apóstol Tomás cuando acoge el misterio de la cruz y resurrección de Cristo. Tomás, uno de los doce apóstoles, siguió a Jesús, fue testigo directo de sus curaciones y milagros, escuchó sus palabras, vivió el desconcierto ante su muerte. En la tarde de Pascua, el Señor se aparece a los discípulos, pero Tomás no está presente, y cuando le cuentan que Jesús está vivo y se les ha aparecido, dice: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo» (Jn 20, 25).

También nosotros quisiéramos poder ver a Jesús, poder hablar con Él, sentir más intensamente aún su presencia. A muchos se les hace hoy difícil el acceso a Jesús. Muchas de las imágenes que circulan de Jesús, y que se hacen pasar por científicas, le quitan su grandeza y la singularidad de su persona. Por ello, a lo largo de mis años de estudio y meditación, fui madurando la idea de transmitir en un libro algo de mi encuentro personal con Jesús, para ayudar de alguna forma a ver, escuchar y tocar al Señor, en quien Dios nos ha salido al encuentro para darse a conocer. De hecho, Jesús mismo, apareciéndose nuevamente a los discípulos después de ocho días, dice a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino creyente» (Jn 20, 27). También para nosotros es posible tener un contacto sensible con Jesús, meter, por así decir, la mano en las señales de su Pasión, las señales de su amor. En los Sacramentos, Él se nos acerca en modo particular, se nos entrega. Queridos jóvenes, aprended a "ver", a "encontrar" a Jesús en la Eucaristía, donde está presente y cercano hasta entregarse como alimento para nuestro camino; en el Sacramento de la Penitencia, donde el Señor manifiesta su misericordia ofreciéndonos siempre su perdón. Reconoced y servid a Jesús también en los pobres y enfermos, en los hermanos que están en dificultad y necesitan ayuda.

Entablad y cultivad un diálogo personal con Jesucristo, en la fe. Conocedle mediante la lectura de los Evangelios y del Catecismo de la Iglesia Católica; hablad con Él en la oración, confiad en Él. Nunca os traicionará. «La fe es ante todo una adhesión personal del hombre a Dios; es al mismo tiempo e inseparablemente el asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado» (Catecismo de la Iglesia Católica, 150). Así podréis adquirir una fe madura, sólida, que no se funda únicamente en un sentimiento religioso o en un vago recuerdo del catecismo de vuestra infancia. Podréis conocer a Dios y vivir auténticamente de Él, como el apóstol Tomás, cuando profesó abiertamente su fe en Jesús: «¡Señor mío y Dios mío!».

5. Sostenidos por la fe de la Iglesia, para ser testigos

En aquel momento Jesús exclama: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto» (Jn 20, 29). Pensaba en el camino de la Iglesia, fundada sobre la fe de los testigos oculares: los Apóstoles. Comprendemos ahora que nuestra fe personal en Cristo, nacida del diálogo con Él, está vinculada a la fe de la Iglesia: no somos creyentes aislados, sino que, mediante el Bautismo, somos miembros de esta gran familia, y es la fe profesada por la Iglesia la que asegura nuestra fe personal. El Credo que proclamamos cada domingo en la Eucaristía nos protege precisamente del peligro de creer en un Dios que no es el que Jesús nos ha revelado: «Cada creyente es como un eslabón en la gran cadena de los creyentes. Yo no puedo creer sin ser sostenido por la fe de los otros, y por mi fe yo contribuyo a sostener la fe de los otros» (Catecismo de la Iglesia Católica, 166). Agradezcamos siempre al Señor el don de la Iglesia; ella nos hace progresar con seguridad en la fe, que nos da la verdadera vida (cf. Jn 20, 31).

En la historia de la Iglesia, los santos y mártires han sacado de la cruz gloriosa la fuerza para ser fieles a Dios hasta la entrega de sí mismos; en la fe han encontrado la fuerza para vencer las propias debilidades y superar toda adversidad. De hecho, como dice el apóstol Juan: «¿quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?» (1 Jn 5, 5). La victoria que nace de la fe es la del amor. Cuántos cristianos han sido y son un testimonio vivo de la fuerza de la fe que se expresa en la caridad. Han sido artífices de paz, promotores de justicia, animadores de un mundo más humano, un mundo según Dios; se han comprometido en diferentes ámbitos de la vida social, con competencia y profesionalidad, contribuyendo eficazmente al bien de todos. La caridad que brota de la fe les ha llevado a dar un testimonio muy concreto, con la palabra y las obras. Cristo no es un bien sólo para nosotros mismos, sino que es el bien más precioso que tenemos que compartir con los demás. En la era de la globalización, sed testigos de la esperanza cristiana en el mundo entero: son muchos los que desean recibir esta esperanza. Ante la tumba del amigo Lázaro, muerto desde hacía cuatro días, Jesús, antes de volver a llamarlo a la vida, le dice a su hermana Marta: «Si crees, verás la gloria de Dios» (Jn 11, 40). También vosotros, si creéis, si sabéis vivir y dar cada día testimonio de vuestra fe, seréis un instrumento que ayudará a otros jóvenes como vosotros a encontrar el sentido y la alegría de la vida, que nace del encuentro con Cristo.

6. Hacia la Jornada Mundial de Madrid

Queridos amigos, os reitero la invitación a asistir a la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid. Con profunda alegría, os espero a cada uno personalmente. Cristo quiere afianzaros en la fe por medio de la Iglesia. La elección de creer en Cristo y de seguirle no es fácil. Se ve obstaculizada por nuestras infidelidades personales y por muchas voces que nos sugieren vías más fáciles. No os desaniméis, buscad más bien el apoyo de la comunidad cristiana, el apoyo de la Iglesia. A lo largo de este año, preparaos intensamente para la cita de Madrid con vuestros obispos, sacerdotes y responsables de la pastoral juvenil en las diócesis, en las comunidades parroquiales, en las asociaciones y los movimientos. La calidad de nuestro encuentro dependerá, sobre todo, de la preparación espiritual, de la oración, de la escucha en común de la Palabra de Dios y del apoyo recíproco.

Queridos jóvenes, la Iglesia cuenta con vosotros. Necesita vuestra fe viva, vuestra caridad creativa y el dinamismo de vuestra esperanza. Vuestra presencia renueva la Iglesia, la rejuvenece y le da un nuevo impulso. Por ello, las Jornadas Mundiales de la Juventud son una gracia no sólo para vosotros, sino para todo el Pueblo de Dios. La Iglesia en España se está preparando intensamente para acogeros y vivir la experiencia gozosa de la fe. Agradezco a las diócesis, las parroquias, los santuarios, las comunidades religiosas, las asociaciones y los movimientos eclesiales, que están trabajando con generosidad en la preparación de este evento. El Señor no dejará de bendecirles. Que la Virgen María acompañe este camino de preparación. Ella, al anuncio del Ángel, acogió con fe la Palabra de Dios; con fe consintió que la obra de Dios se cumpliera en ella. Pronunciando su "fiat", su "sí", recibió el don de una caridad inmensa, que la impulsó a entregarse enteramente a Dios. Que Ella interceda por todos vosotros, para que en la próxima Jornada Mundial podáis crecer en la fe y en el amor. Os aseguro mi recuerdo paterno en la oración y os bendigo de corazón.


Vaticano, 6 de agosto de 2010


Benedictus PP. XVI

lunes, 18 de julio de 2011

Aquella por quien el Hijo realizó el primero de sus signos, ruega por nosotros

En las Bodas de Caná el Señor hizo el primero de sus milagros. María, su Madre, es invitada a esa celebración, quizás por ser un pariente cercano o una persona allegada. Jesús la acompaña con algunos de sus discípulos. En medio de la celebración, el maestresala avisa que se han quedado sin vino, y esto debería de ser un verdadero drama, pues era la bebida por antonomasia con la que se celebraban semejantes banquetes. La Virgen acude a su hijo: “Se han quedado sin vino”. Jesús responde: “Mujer, qué nos va a ti y a mi esto… aún no ha llegado mi hora”. Sorprende la naturalidad del trato entre madre e  hijo. Como si el Señor adivinara las intenciones de la Virgen. Entonces se produce el milagro. Sabiendo María que el tiempo de Jesús aún no era el que se esperaba para que mostrara los signos de su poder, comprometió la voluntad de Dios para que su Hijo realizara la conversión del agua en vino.

Ser conscientes del poder mediador de la Virgen es algo que debería alegrarnos, además de buscar su intercesión permanentemente. Ella, como Madre, sabe de las necesidades de sus hijos, y de la manera en que su Hijo intervendrá para operar esa gracia eficaz en nuestras vidas. ¿Qué hemos de hacer? ¡Rezar!, acudir a Ella, en primer lugar, y decirle que el vino de nuestra vida interior está agostado y caduco. Que necesitamos acuda a la infinita misericordia de su Hijo, y que su corazón, humano y divino, realice el prodigio de transformar nuestra débil condición en fidelidad a su seguimiento… La alegría de escuchar de labios de María: “Haced lo que Él os diga”, llenará nuestra pobre tinaja, agrietada y llena de lañas, de paz y serenidad para seguir hacia delante, con un corazón repleto del más aromático de los vinos, el del Amor de Dios.
Mater Dei
Archidiócesis de Madrid

viernes, 15 de julio de 2011

Los mormones y la gran apostasía.

El testimonio

Un testimonio es el conocimiento seguro o la certeza que viene del Espíritu Santo acerca de la veracidad y de la divinidad de la obra del Señor en estos últimos días. Un testimonio es la convicción permanente, viviente y conmovedora de las verdades reveladas del Evangelio de Jesucristo.


La restauracion y Organización de la Iglesia

Si usted alguna vez ha escuchado lecciones de los misioneros, ha asistido a la Iglesia de Los mormones, o ha hablado con un miembro, se ha encontrado con una palabra muy común entre Los mormones, La Restauración. Los mormones saben que Jesucristo estableció su Iglesia durante Su vida mortal. Aunque había otras iglesias en ese tiempo también, Su iglesia reinaba como la única iglesia verdadera sobre la faz de la tierra. Su iglesia se organizó con un fundamento esencial, Profetas y apóstoles. El organizó Su iglesia con la autoridad del sacerdocio para poder efectuar las ordenanzas salvadoras de la manera adecuada. Cristo confirió esta autoridad a sus apóstoles para que efectuaran estas mismas ordenanzas para bendecir a todos los que aceptaran. Al ascender Jesucristo al cielo los apóstoles se mantuvieron firmes por un tiempo. Poco a poco la persecución creció hasta eliminar y matar a todo miembro de la iglesia investido con la autoridad del sacerdocio. A este evento se le llama La Gran Apostasía. Debido a la Apostasía, la revelación de Dios cesó en la tierra. Los hombres hicieron sus propias conclusiones y formaron sus propias iglesia de acuerdo con lo que ellos pensaban era correcto. Esto causó mucha confusión y contienda entre las diferentes iglesias. El Señor había previsto que esta falta de sabiduría y conocimiento vendría a la tierra,

“He aquí vienen días, dice Jehová el Señor, en los cuales enviaré hambre a la tierra, no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la palabra de Jehová. E irán errantes de mar a mar; desde el norte hasta el oriente discurrirán buscando palabra de Jehová, y no la hallarán. (Amos 8:11-12)

Los mormones creen que El Señor prometió restaurar su Iglesia para traer de nuevo profetas y apóstoles a la tierra. El Señor reveló,

“Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio, y él envíe a Jesucristo, que os fue antes anunciado; a quien de cierto es necesario que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo.(Hechos 3:19-21)

Por mucho tiempo la gente vivió en tinieblas, en oscuridad y confusión. Pero El Señor cumplió con su promesa 1700 años después llamando de nuevo a un profeta, llamando apóstoles, revelando nueva escritura, y restaurando de nuevo la autoridad de Dios para recibir las ordenanzas de la salvación.

La Gran Apostasía

Hay muchas religiones Cristianas sobre la faz de la tierra, y al parecer siguen multiplicándose. En el Mormonismo se enseña que después de la ascensión de Jesucristo la Iglesia empezó a decaer a causa de disensiones internas, por la persecución, y la muerte de los apóstoles.

Sin dirección, revelación, o sacerdocio, la Iglesia cayó y surgieron muchas diferentes iglesias. En La Iglesia Mormona y en las escrituras (incluyendo la Biblia) a esto se le llama la Gran Apostasía. Al ocurrir este acontecimiento muchas diferentes enseñanzas surgieron cada una con parte de la verdad tratando de rescatar lo que se había perdido. La Biblia explica lo siguiente:

“Pero con respecto a la venida de nuestro Señor Jesucristo, y nuestra reunión con él, os rogamos, hermanos, que no os dejéis mover fácilmente de vuestro modo de pensar, ni os conturbéis, ni por espíritu, ni por palabra, ni por carta como si fuera nuestra, en el sentido de que el día del Señor está cerca. Nadie os engañe en ninguna manera; porque no vendrá sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición, el cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios.

¿No os acordáis que cuando yo estaba todavía con vosotros, os decía esto?  Y ahora vosotros sabéis lo que lo detiene, a fin de que a su debido tiempo se manifieste.

Porque ya está en acción el misterio de la iniquidad; sólo que hay quien al presente lo detiene, hasta que él a su vez sea quitado de en medio
 (2 Tes 1:1-7.)

El Apóstol Pablo explica en estos versículos que Jesucristo no regresaría por segunda vez hasta que hubiera una apostasía. Y que se manifestara Satanás el Hijo de Perdición, haciéndose pasar como Dios. Esto significa que Satanás aprovecharía para causar confusión haciendo muchas Iglesias para confundir al género humano, haciéndose pasar como Dios para que el género humano se alejara de la verdad de Dios. Al perderse la Iglesia se perdió también el sacerdocio, la autoridad de Dios para efectuar las ordenanzas salvadoras, ya que no hubo a quien transmitirlo. Jesucristo estableció Su Iglesia con Doce Apóstoles. Jesucristo teniendo la autoridad, les impuso las manos y les dio la autoridad del sacerdocio. Y así se les fue dando a los miembros fieles y dignos de la Iglesia. Cuando Jesucristo murió, los que tenían la autoridad fueron a otras tierras para predicar el Evangelio. Poco a poco fueron rechazados y los miembros de la Iglesia fueron alejándose de la verdadera doctrina de Jesucristo y fueron creando sus propias doctrinas. También los Apóstoles empezaron a ser perseguidos y muertos uno por uno. Estas dificultades que los miembros de la Iglesia primitiva de Jesucristo y los apóstoles pasaron, se pueden encontrar en el Nuevo Testamento. Al final, los que tenían la autoridad para conferir el poder a otros murieron. Esta cadena se rompió y no había nadie que tuviera la autoridad del sacerdocio.

Aun sin los apóstoles, los miembros de la Iglesia con buenas intenciones trataron de seguir la Cristiandad, pero no había nadie autorizado para recibir revelación, ni nadie que tuviera el sacerdocio. Sin la guía y revelación de Dios el hombre tuvo que depender de su propia sabiduría para interpretar las escrituras y guiar la Iglesia. Aunque tuvieran buenas intenciones se fueron alejando más y más de la doctrina verdadera de Jesucristo. Esto creó falsas doctrinas y ordenanzas y creó mucha confusión del plan y la naturaleza de Dios.

Tal como un espejo quebrado, los fragmentos de la Iglesia de Cristo fue todo lo que quedó, y estos fragmentos se mezclaron con prácticas paganas o prácticas de otras religiones. El mundo cayó en la apostasía, lo cual significa que la verdad completa del evangelio no se encontraba en la tierra. La apostasía viene del significado griego de la palabra "rebelión". Aunque la Iglesia se había perdido por completo, Dios no se olvidó de Sus hijos. Él los guiaba e inspiraba a progresar lo más posible sin la organización de la Iglesia. En la Iglesia Mormona se enseña que los reformadores religiosos fueron guiados por Dios para que se preparara el camino para la restauración del Evangelio. La Biblia enseña que la Iglesia de Jesucristo sería restaurada, “Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio, 
 y él envíe a Jesucristo, que os fue antes anunciado;
 a quien de cierto es necesario que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo
 (Hechos 3:19-21.)

Esta restauración vino por medio de José Smith. En la primavera de 1829, al traducir El Libro de Mormón, José Smith y Oliverio Cowdery fueron visitados por mensajeros celestiales que restauraron El Sacerdocio, la autoridad para actuar en el nombre de Dios. La Iglesia de Jesucristo se restauró oficialmente en 1830, con el nombre de La Iglesia Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (conocida como Los mormones, o la Iglesia Mormona). Se escogieron de nuevo apóstoles, y las verdades del Evangelio y las ordenanzas y de nuestro Padre Celestial fueron restauradas.  De nuevo se encuentran profetas y apóstoles en la tierra con la autoridad de Dios, y la Iglesia de Jesucristo ha sido restaurada  “en preparación para la segunda venida de Jesucristo.”

http://www.losmormones.org