LA PRESENCIA DE DIOS EN MEDIO DE LA HISTORIA DEL HOMBRE.



A lo largo de la historia, Dios ha hablado a los hombres de muchas maneras, hoy nos ha hablado por medio de Jesucristo. Él se hace hoy presente en medio de su Iglesia, la Iglesia que él ha querido fundar. Cristo, única promesa de felicidad, se hace presente en la realidad de cada día, en cada hombre y en cada acontecimiento.

Por ello, este blog lo que pretende es reconocer a través de los hechos en la Iglesia, la presencia de Dios en medio de su Pueblo.

jueves, 27 de octubre de 2011

Espíritu Santo, que nos haces participar de la benignidad de Dios

“¡Dad gracias a Dios, porque es bueno!” (1 Cr 16,34). La bondad es un atributo que corresponde, en primer lugar, a Dios. Se identifica con su amor y, por tanto, con lo más íntimo de su esencia. Sólo Él se da enteramente, sin reservas ni límites de tiempo. Sin embargo, desde nuestra corta perspectiva humana, solemos identificar lo bueno con los instantes de felicidad. Como no nos podemos asegurar una felicidad para siempre, la buscamos en las cosas, ambientes o personas, sin darnos cuenta de que sólo en Dios podemos prolongar hasta lo eterno esos instantes de felicidad.

La benignidad mira al bien del prójimo. Es la inclinación a ocuparse del bien de los demás, bajo la moción del Espíritu Santo. Por tanto, no podemos entender el bien desde los parámetros humanos de la mera filantropía. Lo difícil es hacer el bien con verdadera rectitud de intención, sin buscar compensaciones ni intereses propios. Comenzando en nuestro ambiente más cercano, con los amigos que saben de nuestros defectos, compañeros con los que compartimos las monotonías diarias, con aquellos que nos juzgan o que no son afines a nuestros criterios. Así de radical es el Evangelio: “Más bien, amad a vuestros enemigos; haced el bien, y prestad sin esperar nada a cambio; y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los ingratos y los perversos” (Lc 6,35).

El mal no tiene consistencia propia; es sólo la ausencia del bien. Existe el mal allí donde no hay bien. No está en nuestras manos alcanzar, en este mundo, un bienestar material y afectivo absolutos, sino que nuestra esperanza está en Dios. Y, si todo lo creado es bueno, ¿por qué, entonces, existe el mal en el mundo? Porque aún falta lo bueno que tú has de hacer.

Mater Dei
Archidiócesis de Madrid

sábado, 22 de octubre de 2011

Purísimo Corazón de Cristo, ruega por nosotros

Sólo un amor llenaba tu Corazón: el Padre. Sólo un deseo ardiente impulsaba cada uno de los latidos de tu ser: la voluntad del Padre. Y sólo una fuente, un motor que lo movía todo, el Espíritu Santo aleteando dentro de ti, ungiendo sin cesar cada uno de los rincones de esa carne continuamente ofrecida y consagrada al Padre. Toda tu virgínea pureza no podía sino ser expresión, en lo humano, de esa divinidad, que se ocultaba en aquel cuerpo virginal y en aquel corazón tan puro y transparente. Toda la plenitud de ese amor al Padre, al que no negaste ni una gota de entrega y de correspondencia, llenaba hasta saciar los más recónditos deseos y anhelos de aquel corazón que, sin dejar de ser humano, estaba sólo centrado en lo eterno. Y de esa plenitud quedaban todos impregnados cuando te trataban y se reconocían amados singularmente, de forma única e irrepetible, con ese amor solícito y concreto que siempre va por delante.
Sólo el amor a Dios purifica y universaliza los afectos, sin que pierdan, por ello, una brizna de su más hermosa humanidad y concreción. Mis afectos, mis amores, mis cariños, sólo serán auténticos y verdaderos cuando dejen de centrarse en mi soberbio «yo» y vuelen ligeros sólo hacia Dios. Deja que su gracia te llene a rebosar, purifique tus afectos y tus amores, y verás que amarás a todos, con la limpieza y libertad con que el mismo Corazón de Cristo amó singularmente a cada hombre. En ese Corazón virginal has de encontrar la fuerza para colmar tus soledades afectivas, tus limitaciones en el amor, tus imperfecciones en la caridad. Ama a Dios, por encima de todo, y podrás amarlo todo en Él. No temas la esclavitud de otros amores, si la intimidad con Dios, su gracia, la belleza incomparable de su amor llena todos los rincones de tu alma.
Mater Dei
Archidiócesis de Madrid

NUEVOS TALENTOS

Un joven de mi parroquia llamado Daniel Outón, ha hecho este vídeo promocional para un concurso en el cual se intenta apoyar la nuevas ideas de los jóvenes. Existen jóvenes que sus ideales están marcados por el Evangelio, este es un ejemplo de ello. Por eso os invito a que le votéis para que poco a poco el espíritu cristiano empape nuestra sociedad secularizada. Solo tenéis que pulsar el botón me gusta. Muchas gracias.









martes, 18 de octubre de 2011

Corazón alegre de Cristo, ruega por nosotros

Pocas veces nos narra el Evangelio que Jesús lloró. Aquellas lágrimas del Maestro debieron grabarse profundamente en el ánimo de sus discípulos, acostumbrados como estaban a su porte majestuoso, lleno de serena alegría y de un gozo permanente. Ni siquiera nos dicen los evangelistas que Jesús llorara durante su pasión, o cuando le crucificaron, o cuando vio a su Madre, llena de dolor, al pie de la Cruz. La alegría de Cristo nacía de aquel íntimo gozo que le proporcionaba saberse uno con el Padre. Aun en los momentos en que más pesaba la Cruz, no perdió el Señor aquel gozo íntimo, nada estrepitoso, siempre discreto y permanente, que nacía sólo y siempre de su ardiente deseo de hacer la voluntad del Padre. También en Getsemaní aquel gozo íntimo del Padre sostuvo la lucha del amor.
¡Cuántas risas vacías esconden inútilmente mis tristezas y desánimos! ¡Cuántas máscaras y caretas de alegría hueca y ruidosa con las que pretendo esconder mi mediocridad y mi falta de unión con Dios! Mi falta de alegría, mis tristezas, mis desánimos, mis pesimismos, todo se difumina cuando el corazón contempla enamorado el alma alegre de Cristo en la Cruz. Allí, en el momento de mayor dolor y oscuridad que jamás hombre alguno ha vivido, debió vivir también el Señor el momento de mayor gozo interior y sobrenatural que jamás nadie aquí puede imaginar. Poco sabes de Dios, si poco sabes del gozo de la Cruz. Porque sólo en ella se gusta y saborea al vedadero Dios, si unes tu cruz a la suya. Corazón alegre de Cristo, que sufriéndolo todo, quisiste así hacerte sostén y fuente de mi propia alegría. El mundo no sabe ser feliz, porque no sabe sufrir con Cristo y encontrar en su Corazón adorable el remanso de paz del que nace el verdadero gozo interior.

Mater Dei
Archidiócesis de Madrid

sábado, 15 de octubre de 2011

¿TODAVÍA SE PUEDE TENER FE?


            Se escuchan muchos lamentos sobre la gente joven que no practica la fe o acerca del asedio  laicista anticristiano. Justos lamentos. No falta quien se alegra de que las iglesias estén menos llenas, existan más matrimonios civiles que hace unos años o que un elevado porcentaje de los recién nacidos no sea bautizado. Son muy libres de hacerlo, aunque no sea muy elegante celebrar un mal que se presume ajeno, incluso en las propias antípodas, aunque luego  demuestre  no ser tan ajeno.

            En estas líneas ni busco el lamento condenatorio ni, por supuesto, alegría por esos hechos que, en mi caso al menos, sería más que estúpida. Según  leí en una agencia de noticias, Monseñor Fernando Sebastián publicó  un libro -Evangelizar- que, partiendo de la cruda realidad, impulsa a los católicos a caminar hacia adelante ofertando con garra la verdad que nos posee. No se trata de ningún restauracionismo o confesionalismo, sino de una invitación a vivir y a mostrar el Evangelio, a salir a los caminos como en la parábola de las bodas.

            Frente al cuestionamiento de la fe y de las prácticas religiosas, no pretendo entablar disputas alguna, sino buscar una mejor capacidad para comunicar nuestras convicciones sin arrogancia, pero sin miedo. Necesitamos un lenguaje que llegue al hombre de hoy, con sus progresos y problemas, con sus alegrías y tristezas, con su afán por hacerse preguntas profundas a sí mismo o completamente despreocupado de ellas; quizás con un deslumbramiento por la ciencia experimental y la técnica que le conducen a pensar en un Dios no necesario; o con sus creencias prácticamente intactas, pero sin práctica religiosa; o militantes del descreimiento.

            ¿Qué puede ofertar la fe católica al hombre de nuestro tiempo? ¿Es posible creer todavía? La fe puede deslumbrar con lo permanente, pero sabiendo encontrar razones inteligibles para nuestro mundo. El contenido entregado invariablemente por la fe no es un conjunto de preceptos complicados, ni siquiera  primariamente un cuerpo de doctrina, sino una Persona: Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre. Esta última frase ya comienza a no comprenderse. ¿Dios tiene hijos?, se preguntará alguno. Desde luego que no, si se entiende al modo humano. Habría que ir a la Santísima Trinidad, lo que es harto misterioso y complejo: un único Dios y tres personas distintas. Pero, claro, si existe Dios, precisamos admitir, por principio, que no cabe en nuestro intelecto.

            No podemos esconder la creación. Tampoco que Dios se ha hecho hombre por amor a los hombres de los que, por otro lado, y precisamente por ser Dios, no precisa nada. Ese amor es grande y desinteresado: nos crea sin necesitarnos y nos redime sin más motivo que el amor. Otras interesantes cuestiones: ¿Existe la redención? ¿Era preciso morir en una cruz para salvarnos? ¿Por qué tanto dolor?

            Es obvio que no encontraremos respuestas desde el punto de vista puramente racional, lo que no quiere decir que la fe se enfrente a la razón. Las verdades -si lo son efectivamente- no pueden contradecirse. Pero, claro, Dios no cabe en mi cabeza por más que muchos afirmen que están por la racionalidad, porque la razón acarrea consecuentemente a reconocer sus muchos límites. Ser racional es plantearse los grandes temas de la vida como los trazó, por ejemplo, Juan Pablo II en sus encíclicas "Veritatis Splendor" y "Fides et Ratio". No se trata de rehuir las dificultades en ningún sentido, sino de estudiarlas con hondura.

            La fe católica,  ofertando a Cristo, no aporta soluciones facilonas a los problemas, pero se encara con ellos. En Jesús de Nazaret hallamos esas respuestas, que no son recetas mágicas, sino planteamientos vitales que conducen hasta la existencia de Dios, la creación del universo, y en particular del hombre, el nacimiento, vida, muerte y resurrección de Cristo, la Iglesia y sus sacramentos. Si es preciso hacer este rebobinado,  sería honrado realizarlo, en lugar de limitarnos o vivir de la propia subjetividad o a refugiarnos en unos supuestos de la ciencia experimental que, siendo muy valiosos, no dan razón de esas profundas cuestiones, aunque tampoco se le oponen.  Se puede afirmar con Ratzinger que la razón del Universo nos permite conocer la Razón de Dios.

            Entonces, ¿creer es complicarse la vida? En cierto modo sí, pero a la vez es dar razones  de nuestro ser y de nuestro acontecer. Vale la pena probar ahí la felicidad. Frente a esta sugerencia se puede argüir que uno tiene la vida resuelta con un tranquilo agnosticismo, un ateísmo convencido, o una sencilla falta de práctica religiosa, tan aparentemente cómoda como poco razonable.

            Oiga, usted quiere complicarme la vida con este artículo. Pues la verdad es que sí, aunque sin ningún ánimo de fastidiar, sino justamente con el deseo de que seamos razonables con las eternas preguntas: ¿De dónde vengo? ¿Adónde voy? ¿Quién soy? ¿Qué existe al otro lado de la muerte? Y ofrezco la solución: no es algo complejo, se llama Jesús de Nazaret. No  defraudará a quien lo busca. La Jornada Mundial de la Juventud, con el Papa, es una ocasión para encontrarse con Cristo.

Pablo Cabellos Llorente

Enviado con ligeros retoques a LP el 08.08.11

miércoles, 12 de octubre de 2011

Corazón pobre de Jesús, ruega por nosotros

Lo diste todo. Hasta despojarte de tu condición divina y tomar la condición de siervo (cf. Flp 2,7). Te hiciste el más pobre de los hombres sólo porque así quería el Padre que se operase la redención. ¡Cuánta pobreza y cuánta nada en aquel seno virginal de María! ¡Qué corazones tan pobres los de aquellos apóstoles que iniciaron la Iglesia! ¡Cuánta pobreza y cuánto despojo en la Cruz! ¡Cuánta pobreza en las manos del sacerdote que te ofrece en la Eucaristía! Y, sin embargo, sólo en esa pobreza encuentras tu delicia y puedes manifestar tu omnipotencia.
Corazón pobre y libre de Jesús, que tanto amas la pobreza de mi vida, no dejes que me esclavice la avaricia de mi propio «yo», ese tesoro podrido y sin brillo que no estoy dispuesto a dejar perder. Cuántas ambiciones humanas, cuantas posesiones inútiles, cuántos apegos y seguridades, cuántas compensaciones, que enredan el corazón y lo atan, como grilletes, a los oropeles y bagatelas engañosas de la propia honra. No quiero entender que las obras de Dios nacen sólo allí donde hay mucha desnudez y pobreza interior. Y se me pasa la vida en ambicionar esas migajas de honra, buena fama y poder, que me hacen aparentar ante los demás lo que no soy, sólo por esconderme ante mí mismo los defectos y limitaciones que no me gustan. Mi pobreza es el trono de la misericordia de Dios, pero yo me empeño en triunfar agarrándome al pedestal de mi autosuficiencia. Corazón pobre de Jesús, cuya única ambición era la gloria de Dios y el amor al hombre, enseñame a desprenderme del lastre de mis ambiciones, egoísmos, intereses personales, que tanto obstaculizan la acción de Dios en mi vida. En mi pobreza espiritual tendré siempre mi mayor riqueza, aunque los ojos del mundo no sepan apreciar el brillo de esa nada.
Mater Dei
Archidiócesis de Madrid

"Por ellos me consagro"


Hoy, día de la festividad del Pilar, la diócesis de Getafe cumple el 20º aniversario de su erección. Con ella también los sacerdotes ordenados en el seminario diocesano de la diócesis cumplen su aniversario de ordenación. Pidamos pues por todos los sacerdotes de la diócesis de Getafe, para que el Señor les conceda el corazón de buen pastor.   

Padre, llegó la hora, glorifica a tu Hijo, para que el Hijo te glorifique, según el poder que le diste sobre toda carne, para que a todos los que Tú le diste les dé Él la vida eterna. Esta es la vida eterna, que te conozcan a Ti, único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo. Yo te he glorificado sobre la tierra, Ilevando al cabo la obra que me encomendaste. Y ahora Tú, Padre, glorifícame cerca de Ti mismo con la gloria que tuve, cerca de Ti, antes que el mundo existiese.

He manifestado tu nombre a los hombres que me has dado de este mundo. Tuyos eran, y Tú me los diste, y han guardado tu palabra. Ahora saben que todo cuanto me diste viene de Ti; porque yo les he comunicado las palabras que Tú me diste, y ellos las recibieron, y conocieron verdaderamente que yo salí deTi, y creyeron que Tú me has enviado.

Yo ruego por ellos. No ruego por el mundo, sino por los que Tú me diste; porque son tuyos, y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío, y yo he sido glorificado en ellos. Y yo ya no estoy en el mundo; pero ellos están en el mundo, mientras yo voy a Ti.

Padre santo, guarda en tu nombre a éstos, que me has dado, para que sean uno como nosotros. Cuando yo estaba con ellos, yo los conservaba en tu nombre, y los guardé, y ninguno de ellos pereció, sino el hijo de la perdición, para que la Escritura se cumpliese. Pero ahora yo vengo a Ti, y hablo estas cosas en el mundo para que tengan mi gozo cumplido en sí mismos.

Yo les he dado tu palabra, y el mundo les aborreció; porque no eran del mundo, como yo no soy del mundo. No pido que los tomes del mundo, sino que los guardes del mal. Ellos no son del mundo, como no soy del mundo yo. Santíficalos, en la verdad, pues tu palabra es verdad. Como Tú me enviaste al mundo, así yo los envié a ellos al mundo. Y yo por ellos me santifico, para que ellos sean santificados por la verdad.

Pero no ruego solamente por éstos, sino por cuantos crean en mi por su palabra, para que todos sean uno, como Tú, Padre, estás en mí y yo en Ti, para que también ellos sean en nosotros, y el mundo crea que Tú me has enviado. Y yo les he dado a conocer la gloria que Tú me diste, a fin de que sean uno, como nosotros somos uno. Yo en ellos, y Tú en mí, para que sean consumados en la unidad, y conozca el mundo que Tú me enviaste y amaste a éstos como Tú me amaste.

Padre, lo que Tú me has dado quiero que donde yo esté, estén ellos también conmigo, para que vean mi gloria, que Tú me has dado, porque me amaste antes de la creación del mundo. Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo te conocí, y éstos conocieron que Tú me has enviado, y yo les di a conocer tu nombre, y se lo haré conocer, para que el amor con que Tú me has amado esté en ellos y yo en ellos.


                           ORACION POR LA SANTIFICACIÓN DE LOS SACERDOTES

De Santa Teresita del Niño Jesús 




OH Jesús que has instituido el sacerdocio para continuar en la tierra 
la obra divina de salvar a las almas protege a tus sacerdotes (especialmente a: ..............) en el refugio de tu SAGRADO CORAZÓN.Guarda sin mancha sus MANOS CONSAGRADAS,que a diario tocan tu SAGRADO CUERPO,y conserva puros sus labios teñidos con tu PRECIOSA SANGRE.Haz que se preserven puros sus Corazones,marcados con el sello sublime del SACERDOCIO, y no permitas que el espíritu del mundo los contamine.Aumenta el número de tus apóstoles,y que tu Santo Amor los proteja de todo peligro.Bendice Sus trabajos y fatigas, y que como fruto de Su apostolado obtenga la salvación de muchas almas que sean su consuelo aquí en la tierra y su corona eterna en el Cielo. Amén

lunes, 10 de octubre de 2011

“Los inviolables e inalienables derechos del hombre como fundamento de toda comunidad humana, de la paz y de la justicia en el mundo”.

Ilustre Señor Presidente Federal,
Señor Presidente del Bundestag,
Señora Canciller Federal,
Señor Presidente  del Bundesrat,
Señoras y Señores Diputados


Es para mi un honor y una alegría hablar ante esta Cámara alta, ante el Parlamento de mi Patria alemana, que se reúne aquí como representación del pueblo, elegido democráticamente, para trabajar por el bien común de la República Federal de Alemania. Agradezco al Señor Presidente del Bundestag su invitación a pronunciar este discurso, así como sus gentiles palabras de bienvenida y aprecio con las que me ha acogido. Me dirijo en este momento a ustedes, estimados señoras y señores, también como un connacional que por sus orígenes está vinculado de por vida y sigue con particular atención los acontecimientos de la Patria alemana. Pero la invitación a pronunciar este discurso se me ha hecho en cuanto Papa, en cuanto Obispo de Roma, que tiene la suprema responsabilidad sobre los cristianos católicos. De este modo, ustedes reconocen el papel que le corresponde a la Santa Sede como miembro dentro de la Comunidad de los Pueblos y de los Estados. Desde mi responsabilidad internacional, quisiera proponerles algunas consideraciones sobre los fundamentos del estado liberal de derecho.

Permítanme que comience mis reflexiones sobre los fundamentos del derecho con un breve relato tomado de la Sagrada Escritura. En el primer Libro de los Reyes, se dice que Dios concedió al joven rey Salomón, con ocasión de su entronización, formular una petición. ¿Qué pedirá el joven soberano en este momento tan importante? ¿Éxito, riqueza, una larga vida, la eliminación de los enemigos? No pide nada de todo eso. En cambio, suplica: “Concede a tu siervo un corazón dócil, para que sepa juzgar a tu pueblo y distinguir entre el bien y mal” (1 R 3,9). Con este relato, la Biblia quiere indicarnos lo que en definitiva debe ser importante para un político. Su criterio último, y la motivación para su trabajo como político, no debe ser el éxito y mucho menos el beneficio material. La política debe ser un compromiso por la justicia y crear así las condiciones básicas para la paz. Naturalmente, un político buscará el éxito, sin el cual nunca tendría la posibilidad de una acción política efectiva. Pero el éxito está subordinado al criterio de la justicia, a la voluntad de aplicar el derecho y a la comprensión del derecho. El éxito puede ser también una seducción y, de esta forma, abre la puerta a la desvirtuación del derecho, a la destrucción de la justicia. “Quita el derecho y, entonces, ¿qué distingue el Estado de una gran banda de bandidos?”, dijo en cierta ocasión San Agustín.[1] Nosotros, los alemanes, sabemos por experiencia que estas palabras no son una mera quimera. Hemos experimentado cómo el poder se separó del derecho, se enfrentó contra él; cómo se pisoteó el derecho, de manera que el Estado se convirtió en el instrumento para la destrucción del derecho; se transformó en una cuadrilla de bandidos muy bien organizada, que podía amenazar el mundo entero y llevarlo hasta el borde del abismo. Servir al derecho y combatir el dominio de la injusticia es y sigue siendo el deber fundamental del político. En un momento histórico, en el cual el hombre ha adquirido un poder hasta ahora inimaginable, este deber se convierte en algo particularmente urgente. El hombre tiene la capacidad de destruir el mundo. Se puede manipular a sí mismo. Puede, por decirlo así, hacer seres humanos y privar de su humanidad a otros seres humanos. ¿Cómo podemos reconocer lo que es justo? ¿Cómo podemos distinguir entre el bien y el mal, entre el derecho verdadero y el derecho sólo aparente? La petición salomónica sigue siendo la cuestión decisiva ante la que se encuentra también hoy el político y la política misma.

Para gran parte de la materia que se ha de regular jurídicamente, el criterio de la mayoría puede ser un criterio suficiente. Pero es evidente que en las cuestiones fundamentales del derecho, en las cuales está en juego la dignidad del hombre y de la humanidad, el principio de la mayoría no basta: en el proceso de formación del derecho, una persona responsable debe buscar los criterios de su orientación. En el siglo III, el gran teólogo Orígenes justificó así la resistencia de los cristianos a determinados ordenamientos jurídicos en vigor: “Si uno se encontrara entre los escitas, cuyas leyes van contra la ley divina, y se viera obligado a vivir entre ellos…, por amor a la verdad, que, para los escitas, es ilegalidad, con razón formaría alianza con quienes sintieran como él contra lo que aquellos tienen por ley…”[2]

Basados en esta convicción, los combatientes de la resistencia actuaron contra el régimen nazi y contra otros regímenes totalitarios, prestando así un servicio al derecho y a toda la humanidad. Para ellos era evidente, de modo irrefutable, que el derecho vigente era en realidad una injusticia. Pero en las decisiones de un político democrático no es tan evidente la cuestión sobre lo que ahora corresponde a la ley de la verdad, lo que es verdaderamente justo y puede transformarse en ley. Hoy no es de modo alguno evidente de por sí lo que es justo respecto a las cuestiones antropológicas fundamentales y pueda convertirse en derecho vigente. A la pregunta de cómo se puede reconocer lo que es verdaderamente justo, y servir así a la justicia en la legislación, nunca ha sido fácil encontrar la respuesta y hoy, con la abundancia de nuestros conocimientos y de nuestras capacidades, dicha cuestión se ha hecho todavía más difícil.

¿Cómo se reconoce lo que es justo? En la historia, los ordenamientos jurídicos han estado casi siempre motivados de modo religioso: sobre la base de una referencia a la voluntad divina, se decide aquello que es justo entre los hombres. Contrariamente a otras grandes religiones, el cristianismo nunca ha impuesto al Estado y a la sociedad un derecho revelado, un ordenamiento jurídico derivado de una revelación. En cambio, se ha remitido a la naturaleza y a la razón como verdaderas fuentes del derecho, se ha referido a la armonía entre razón objetiva y subjetiva, una armonía que, sin embargo, presupone que ambas esferas estén fundadas en la Razón creadora de Dios. Así, los teólogos cristianos se sumaron a un movimiento filosófico y jurídico que se había formado desde el siglo II a. C. En la primera mitad del siglo segundo precristiano, se produjo un encuentro entre el derecho natural social, desarrollado por los filósofos estoicos y notorios maestros del derecho romano.[3] De este contacto, nació la cultura jurídica occidental, que ha sido y sigue siendo de una importancia determinante para la cultura jurídica de la humanidad. A partir de esta vinculación precristiana entre derecho y filosofía inicia el camino que lleva, a través de la Edad Media cristiana, al desarrollo jurídico de la Ilustración, hasta la Declaración de los derechos humanos y hasta nuestra Ley Fundamental Alemana, con la que nuestro pueblo reconoció en 1949 “los inviolables e inalienables derechos del hombre como fundamento de toda comunidad humana, de la paz y de la justicia en el mundo”.

Para el desarrollo del derecho, y para el desarrollo de la humanidad, ha sido decisivo que los teólogos cristianos hayan tomado posición contra el derecho religioso, requerido por la fe en la divinidad, y se hayan puesto de parte de la filosofía, reconociendo a la razón y la naturaleza, en su mutua relación, como fuente jurídica válida para todos. Esta opción la había tomado ya san Pablo cuando, en su Carta a los Romanos, afirma: “Cuando los paganos, que no tienen ley [la Torá de Israel], cumplen naturalmente las exigencias de la ley, ellos... son ley para sí mismos. Esos tales muestran que tienen escrita en su corazón las exigencias de la ley; contando con el testimonio de su conciencia…” (Rm 2,14s). Aquí aparecen los dos conceptos fundamentales de naturaleza y conciencia, en los que conciencia no es otra cosa que el “corazón dócil” de Salomón, la razón abierta al lenguaje del ser. Si con esto, hasta la época de la Ilustración, de la Declaración de los Derechos humanos, después de la Segunda Guerra mundial, y hasta la formación de nuestra Ley Fundamental, la cuestión sobre los fundamentos de la legislación parecía clara, en el último medio siglo se produjo un cambio dramático de la situación. La idea del derecho natural se considera hoy una doctrina católica más bien singular, sobre la que no vale la pena discutir fuera del ámbito católico, de modo que casi nos avergüenza hasta la sola mención del término. Quisiera indicar brevemente cómo se llegó a esta situación. Es fundamental, sobre todo, la tesis según la cual entre ser y deber ser existe un abismo infranqueable. Del ser no se podría derivar un deber, porque se trataría de dos ámbitos absolutamente distintos. La base de dicha opinión es la concepción positivista de naturaleza adoptada hoy casi generalmente. Si se considera la naturaleza – con palabras de Hans Kelsen – “un conjunto de datos objetivos, unidos los unos a los otros como causas y efectos”, entonces no se puede derivar de ella realmente ninguna indicación que tenga de algún modo carácter ético.[4] Una concepción positivista de la naturaleza, que comprende la naturaleza de manera puramente funcional, como las ciencias naturales la entienden, no puede crear ningún puente hacia el Ethos y el derecho, sino dar nuevamente sólo respuestas funcionales. Pero lo mismo vale también para la razón en una visión positivista, que muchos consideran como la única visión científica. En ella, aquello que no es verificable o falsable no entra en el ámbito de la razón en sentido estricto. Por eso, el ethos y la religión han de ser relegadas al ámbito de lo subjetivo y caen fuera del ámbito de la razón en el sentido estricto de la palabra. Donde rige el dominio exclusivo de la razón positivista – y este es en gran parte el caso de nuestra conciencia pública – las fuentes clásicas de conocimiento del ethos y del derecho quedan fuera de juego. Ésta es una situación dramática que afecta a todos y sobre la cual es necesaria una discusión pública; una intención esencial de este discurso es invitar urgentemente a ella.

El concepto positivista de naturaleza y razón, la visión positivista del mundo es en su conjunto una parte grandiosa del conocimiento humano y de la capacidad humana, a la cual en modo alguno debemos renunciar en ningún caso. Pero ella misma no es una cultura que corresponda y sea suficiente en su totalidad al ser hombres en toda su amplitud. Donde la razón positivista es considerada como la única cultura suficiente, relegando todas las demás realidades culturales a la condición de subculturas, ésta reduce al hombre, más todavía, amenaza su humanidad. Lo digo especialmente mirando a Europa, donde en muchos ambientes se trata de reconocer solamente el positivismo como cultura común o como fundamento común para la formación del derecho, reduciendo todas las demás convicciones y valores de nuestra cultura al nivel de subcultura. Con esto, Europa se sitúa ante otras culturas del mundo en una condición de falta de cultura, y se suscitan al mismo tiempo corrientes extremistas y radicales. La razón positivista, que se presenta de modo exclusivo y que no es capaz de percibir nada más que aquello que es funcional, se parece a los edificios de cemento armado sin ventanas, en los que logramos el clima y la luz por nosotros mismos, sin querer recibir ya ambas cosas del gran mundo de Dios. Y, sin embargo, no podemos negar que en este mundo autoconstruido recurrimos en secreto igualmente a los “recursos” de Dios, que transformamos en productos nuestros. Es necesario volver a abrir las ventanas, hemos de ver nuevamente la inmensidad del mundo, el cielo y la tierra, y aprender a usar todo esto de modo justo.

Pero ¿cómo se lleva a cabo esto? ¿Cómo encontramos la entrada en la inmensidad, o la globalidad? ¿Cómo puede la razón volver a encontrar su grandeza sin deslizarse en lo irracional? ¿Cómo puede la naturaleza aparecer nuevamente en su profundidad, con sus exigencias y con sus indicaciones? Recuerdo un fenómeno de la historia política reciente, esperando que no se malinterprete ni suscite excesivas polémicas unilaterales. Diría que la aparición del movimiento ecologista en la política alemana a partir de los años setenta, aunque quizás no haya abierto las ventanas, ha sido y es sin embargo un grito que anhela aire fresco, un grito que no se puede ignorar ni rechazar porque se perciba en él demasiada irracionalidad. Gente joven se dio cuenta que en nuestras relaciones con la naturaleza existía algo que no funcionaba; que la materia no es solamente un material para nuestro uso, sino que la tierra tiene en sí misma su dignidad y nosotros debemos seguir sus indicaciones. Es evidente que no hago propaganda de un determinado partido político, nada más lejos de mi intención. Cuando en nuestra relación con la realidad hay algo que no funciona, entonces debemos reflexionar todos seriamente sobre el conjunto, y todos estamos invitados a volver sobre la cuestión de los fundamentos de nuestra propia cultura. Permitidme detenerme todavía un momento sobre este punto. La importancia de la ecología es hoy indiscutible. Debemos escuchar el lenguaje de la naturaleza y responder a él coherentemente. Sin embargo, quisiera afrontar seriamente un punto que – me parece – se ha olvidado tanto hoy como ayer: hay también una ecología del hombre. También el hombre posee una naturaleza que él debe respetar y que no puede manipular a su antojo. El hombre no es solamente una libertad que él se crea por sí solo. El hombre no se crea a sí mismo. Es espíritu y voluntad, pero también naturaleza, y su voluntad es justa cuando él respeta la naturaleza, la escucha, y cuando se acepta como lo que es, y admite que no se ha creado a sí mismo. Así, y sólo de esta manera, se realiza la verdadera libertad humana.

Volvamos a los conceptos fundamentales de naturaleza y razón, de los cuales hemos partido. El gran teórico del positivismo jurídico, Kelsen, con 84 años – en 1965 – abandonó el dualismo de ser y de deber ser (me consuela comprobar que a los 84 años se esté aún en condiciones de pensar algo razonable). Antes había dicho que las normas podían derivar solamente de la voluntad. En consecuencia – añade –, la naturaleza sólo podría contener en sí normas si una voluntad hubiese puesto estas normas en ella. Por otra parte – dice –, esto supondría un Dios creador, cuya voluntad se ha insertado en la naturaleza. “Discutir sobre la verdad de esta fe es algo absolutamente vano”, afirma a este respecto.[5] ¿Lo es verdaderamente?, quisiera preguntar. ¿Carece verdaderamente de sentido reflexionar sobre si la razón objetiva que se manifiesta en la naturaleza no presupone una razón creativa, un Creator Spiritus?

A este punto, debería venir en nuestra ayuda el patrimonio cultural de Europa. Sobre la base de la convicción de la existencia de un Dios creador, se ha desarrollado el concepto de los derechos humanos, la idea de la igualdad de todos los hombres ante la ley, la conciencia de la inviolabilidad de la dignidad humana de cada persona y el reconocimiento de la responsabilidad de los hombres por su conducta. Estos conocimientos de la razón constituyen nuestra memoria cultural. Ignorarla o considerarla como mero pasado sería una amputación de nuestra cultura en su conjunto y la privaría de su integridad. La cultura de Europa nació del encuentro entre Jerusalén, Atenas y Roma; del encuentro entre la fe en el Dios de Israel, la razón filosófica de los griegos y el pensamiento jurídico de Roma. Este triple encuentro configura la íntima identidad de Europa. Con la certeza de la responsabilidad del hombre ante Dios y reconociendo la dignidad inviolable del hombre, de cada hombre, este encuentro ha fijado los criterios del derecho; defenderlos es nuestro deber en este momento histórico.

Al joven rey Salomón, a la hora de asumir el poder, se le concedió lo que pedía. ¿Qué sucedería si nosotros, legisladores de hoy, se nos concediese formular una petición? ¿Qué pediríamos? Pienso que, en último término, también hoy, no podríamos desear otra cosa que un corazón dócil: la capacidad de distinguir el bien del mal, y así establecer un verdadero derecho, de servir a la justicia y la paz. Muchas gracias.

domingo, 9 de octubre de 2011

Corazón eucarístico de Cristo, ruega por nosotros

¡Cuántos eternos anhelos, escondidos desde siempre en el corazón trinitario de Dios, se vieron colmados y satisfechos aquella tarde en el cenáculo de Jerusalén! ¡Cuántos deseos ocultos, cuántas aspiraciones profundas depositó el Señor en aquel cuerpo que se entregaba en la Última Cena! Corazón eucarístico de Cristo, tan enamorado de mi pobre y caduca humanidad, que quisiste compartirla hasta el final de los tiempos, haciéndote comida de inmortalidad. Compañero y confidente de amores y soledades, sed ardiente que buscas ese poco de mi vida donde poder crucificarte, te haces mi altar y mi pan para que yo ofrezca contigo al Padre mi Eucaristía de todos los momentos y de todos los días. Carne eucarística traspasada de amores, bella y hermosa por su callado anonadamiento, carne en la que adoro aquel seno virginal y materno de María que te entregó al mundo.

“Te adoro con amor, divinidad oculta, verdaderamente escondido bajo esas apariencias. A ti se somete mi corazón por completo y se rinde totalmente al contemplarte”. Quisiera hacer de la Eucaristía el centro y motor de mi vida. Quisiera necesitarte más, desearte más, en ese poco de pan y de vino, sin los que no podría dar sentido a cada una de mis jornadas. Cuántos momentos de Eucaristía, de ofrecimiento, de acción de gracias, de súplica y de intercesión, alientas silenciosamente en mi alma, en el ruidoso trajín del día a día. Corazón eucarístico de Cristo, que desde siempre deseaste unirte a mí, en la comunión de cada una de mis Eucaristías. Corazón eucarístico, que lates al unísono con el corazón de tu esposa, la Iglesia Madre, que lleva en su seno el pan de la Eucaristía. Dame hambre y sed de Ti, para que no encuentre ya gusto en las apariencias amargas y desabridas de este mundo.
Mater Dei
Archidiócesis de Madrid

viernes, 7 de octubre de 2011

¿te aburre el rosario?. Nuestra Señora del Rosario


¿Crees que se aburren los enamorados de estar juntos, de hablar, de confesarse su cariño? ¿Crees que el Señor se cansaría de mirar a su Madre, de hablar con Ella, de decirle sus amores? El amor ni cansa ni se cansa. Y en el amor a la Virgen todo se te ha de hacer poco. Cada avemaría, cada gloria, cada misterio de tu rosario deberían ir cargados de una especial ternura y delicadeza, ni siquiera atenuadas por la repetición rutinaria. Aunque se te amontonen las ocupaciones o te pueda la desgana, nunca dejes tu rosario diario. Y si puedes, mejor rézalo en familia. De la mano de María, verás cómo la contemplación de los misterios de Cristo va empapando tu alma y se van imprimiendo en ella los rasgos del Hijo. Cuando te abrumen las preocupaciones, cuando te pesen tus pecados y caídas, cuando todo te resulte desabrido y monótono, cuando la tentación o la desgana espiritual asomen en el horizonte de tu vida interior, agárrate al rosario y descansa en el regazo de tu Madre. Sé fiel en el cariño a la Virgen como Ella lo es a su condición de Madre.

Mater Dei
Archidiócesis de Madrid

miércoles, 5 de octubre de 2011

SANAR LA DEMOCRACIA DESDE LA ÉTICA


            Que nadie espere  inclinación alguna por la política partidista. Solo intento reflexionar, desde la doctrina social de la Iglesia, sobre un tema que  constituye nuestra tercera inquietud en cada encuesta del CIS. Efectivamente, la política, o mejor dicho, los políticos son una cuestión preocupante para muchos españoles. Se podría hablar de la mediocridad de bastantes de los dedicados a esta noble  tarea. Tampoco lo trataré específicamente, aunque tenga buena  relación con nuestro problema.

            La política está enferma por muchos factores. El citado casi solo sería la consecuencia del resto. Muchos no quieren dedicarse a la cosa pública por su más que regular desprestigio. ¿De dónde viene esa minusvaloración? Han acaecido demasiadas cosas conducentes a ello: compra de votos, falta de ideales, programas para ganar -en lugar de ser un plan realizable- y fabricados a golpe de encuestas,  carencia de convicciones que conduce a la superficialidad ajena a la situación, pelotazos urbanísticos y de otros tipos, compra de influencias. En definitiva, codicia y mentira, corrupción.

            Me parece obvio su imposible regeneración ni con una ley electoral, ni con la supresión de las diputaciones o disminuyendo municipios. Puede que algo de eso sea necesario, pero tampoco es mi terreno. El único arreglo es ético, un baño de ética, un conjunto de valientes que prefiera la verdad, la honradez, los ideales, la generosidad, la búsqueda real del bien común en lugar de un acomodo personal y de los cercanos. Tal vez nos ayude la presencia del Papa.

            Al final del famoso discurso de Benedicto XVI en Ratisbona, luego de referirse a las patologías en el diálogo fe-ciencia o fe-razón, concluía que Occidente está, desde hace tiempo, amenazado por la aversión contra los interrogantes fundamentales de su razón, lo que sólo puede suponer una gran pérdida. La valentía para abrirse a la amplitud de la razón, evitando la negación de su grandeza, es el programa para que una teología comprometida con la fe bíblica entre en el debate de nuestro tiempo. Atención que apunta a la teología, para añadir unas palabras con las que Manuel II se dirigía a su interlocutor persa: "no actuar con la razón, no actuar con el logos, es contrario a la naturaleza de Dios". Y finalizaba: En el diálogo de las culturas, invitamos a nuestros interlocutores a este gran logos, a esta amplitud de la razón. Redescubrirla nosotros mismos constantemente es la tarea de la universidad.

            No es frecuente ese talante universitario que busca la sabiduría, con afán de verdad, que reconoce los propios yerros, que busca la grandeza de la razón para servir, para encontrar una sociedad mejor, que no camina tras el utilitarismo como única ciencia. Habrá quien se interrogue: ¿Y los no católicos? Unos y otros pueden escucharse mutuamente desde  esa racionalidad, con altura de miras, sin que nadie desprecie cuanto ignora. No es que lo políticos hayan de ser teólogos o metafísicos, pero si pueden rodearse de sabios y no sólo de asesores de imagen y márquetin.

            Con respecto a la escucha de la religión por parte de la política, podemos hacer resonar unas palabras del Pontífice en Westmister Hall. Socráticamente preguntó: ¿qué exigencias pueden imponer los gobiernos a los ciudadanos de manera razonable? ¿Qué alcance deben tener? ¿En nombre de qué autoridad pueden resolverse los dilemas morales? En definitiva, ¿dónde se encuentra la fundamentación ética de las decisiones políticas? Hay que reconocer que los interrogantes  tienen mucho calado, porque no basta la respuesta simple del parecer de la mayoría. Si ese es su soporte, hemos topado con la mayor vía de agua del sistema democrático. No es fácil la solución, pero la historia demuestra la inutilidad de la receta para evitar el nazismo, o para impedir la bomba atómica arrojada sobre Hiroshima y Nagasaki. Se precisa algo más.

            Ese plus, sin imposición de ningún género, es el que ofrecería el Sumo Pontífice a los parlamentarios ingleses:  la tradición católica mantiene que las normas objetivas para una acción justa de gobierno son accesibles a la razón, prescindiendo del contenido de la revelación. El papel de la religión en el debate político no es tanto proporcionar estas normas, como si no pudieran conocerlas los no creyentes. Menos aún proponer soluciones políticas concretas, algo totalmente fuera de la competencia de la religión. Su papel consiste, más bien, en ayudar a purificar e iluminar la aplicación de la razón al descubrimiento de principios morales objetivos. Ese papel no siempre ha sido bien recibido a causa del sectarismo y el fundamentalismo de unos y otros, distorsiones que también surgen cuando no se presta atención al papel purificador y vertebrador de la razón frente a la religión.

            Estamos entrando en lo más íntimo del ser humano, pero es ahí donde han de sanar la política y los políticos. "¡Parece mentira que se pueda ser tan feliz en este mundo donde muchos se empeñan en vivir tristes, porque corren tras su egoísmo, como si todo se acabara aquí abajo! -No me seas tú de ésos..., ¡rectifica en cada instante!" (Surco, 296). De cara a la eternidad, es más fácil. Pero todos podemos curarnos.

Pablo Cabellos Llorente

Enviado a LP el 16.08.11

lunes, 3 de octubre de 2011

Corazón sepultado de Cristo, ruega por nosotros

Si el grano de trigo cae en tierra y muere da mucho fruto (cf. Jn 12,24). ¡Cuánta fecundidad, cuánta vida albergó la tierra al acoger en su seno aquel cuerpo desclavado de la Cruz! Corazón sepultado, anonadado hasta el extremo de confundirse con la tierra y llegar al límite de la nada, sólo por enseñarme el amor del ocultamiento. Corazón llorado por Pedro, anhelado y buscado por Magdalena, esperado con fe por María Madre, en las horas del silencio orante de aquel sábado santo. Corazón depositado en el sepulcro, ¡nada sabes de grandezas humanas, Tú que eres la medida misma de toda grandeza! Morir a mí mismo, a mis honras y ambiciones tan humanas, a mis vanaglorias y altanerías, a mis hipocresías y engreimientos, sepultando en tu Corazón todo ese «yo» que se empeña con soberbia en negar que está hecho de tierra y más tierra. Tú, que en cada comunión vuelves una y otra vez a enterrarte en el sepulcro de mi propia tierra, me enseñas así a sepultarme contigo, muriendo siempre un poco más a ese «yo» que busca tenazmente el relumbrón y la apariencia.
Habré de aprender Contigo a enterrarme en lo oculto de esa voluntad de Dios, que se me hace áspera, difícil o absurda. Enterrarme en lo escondido del cumplimiento diario del deber, en la fe de la monotonía y rutina cotidiana, en el anonimato  del mundo y de los hombres, para vivir sólo cara a Dios. Sea mi alma para Ti, Señor, ese sepulcro nuevo, en donde repose tu cuerpo y tu vida, en espera de la resurrección. Corazón sepultado de Cristo, que bajaste por mí al abismo de la muerte, me enseñas a vivir sólo para tu gloria, sin más tierra que tu amor y compañía. Tú, que me sepultaste contigo en el Bautismo, me esconderás un día para siempre en el cielo de ese Corazón, que late desde siempre vida eterna.
Mater Dei
Archidiócesis de Madrid

domingo, 2 de octubre de 2011

Corazón de Cristo, unido al de María, ruega por nosotros

“Su madre conservaba cuidadosamente todas estas cosas en su corazón” (Lc 2,51). Cuánto sabe del Hijo y del Padre el corazón de la Virgen Madre. No ha habido dos corazones más cercanos y unidos que el María y el de su Hijo. Dos amores traspasados por la misma espada de dolor, tan mutuamente correspondidos, que en ellos pudo realizarse con todo detalle y a la perfección el plan salvífico de Dios. Si el de María se hizo nada y vacío infinito, fue para acoger en sí el todo y la plenitud inconmensurable del amor de Dios. Corazón humano de Cristo, que creció al calor del amor de la Virgen Madre, para aprender de Ella a dar su amor divino a los hombres. No hay mejor camino para conocer este corazón de Hijo que entrar en los sentimientos y en la intimidad del corazón de María.

Tengo que aprender a conservar y ponderar cuidadosamente estos dos amores en el corazón, para que también en mi vida se cumplan todos los detalles del plan de Dios sobre mí. He de aprender a latir al par de estos dos sagrados corazones, en los que están encerrados todos los tesoros de la intimidad con Dios. Son una escuela de Dios. Fluye por ellos el amor del Espíritu Santo, uniéndolos en una misma intimidad con el Padre. En ellos he de vivir, aprendiendo a poner amor a Dios en todo aquello que hago. Corazón de Cristo, tan unido al de María, que no saben amar por separado ni se entienden divididos. Si el amor a Dios se manifiesta en el servicio a los hermanos, el amor de la Virgen Madre hacia su Hijo fue su vida entera, entregada al servicio de ese Dios, que se hizo carne de sus entrañas. De estos sagrados corazones he de aprender la íntima comunión de quien sólo sabe vivir para Dios.
Mater Dei
Archidiócesis de Madrid