Toda la riqueza interior que acumulas con esfuerzo en tu tiempo de oración, en tus eucaristías, en tu trato con Dios, se te puede evaporar con rapidez cuando no gobiernas y dominas esa necesaria aliada que es nuestra lengua. Es difícil no hablar con ligereza y superficialidad, saber ponderar comentarios o evitar críticas apresuradas y valoraciones innecesarias cuando el corazón no está lleno de silencio interior. Si llevas dentro mucho ruido de afectos desordenados, de pensamientos vanidosos, de prisas y activismos, de dudas y tentaciones, de falta de paz, de excesivas preocupaciones, de rencores, tu hablar será igualmente ruidoso y desordenado. Y ese ruido del alma, ese hablar alocado, te llevarán a decir que Dios no te habla, que no le ves, que está lejos de ti, que no te escucha. Una forma de hacer silencio interior es cuidar y ponderar lo que hablamos y decimos, sobre todo cuando la falta de serenidad de ánimo, la ira o el excesivo entusiasmo nos hacen decir cosas de las que –la mayoría de las veces– terminamos por arrepentirnos. Aprende a ser discreto, cauto y ponderado en el hablar porque, una vez que la caja de Pandora se ha abierto, es casi imposible volver a encerrar en ella todos los vientos que se escaparon. Aprende de los silencios y del hablar de Dios. Contempla a menudo tantos silencios de Nuestro Señor, mucho más abundantes en su vida que abundantes fueron sus palabras y sus milagros. Aprende de esos profundos silencios de nuestra Madre, que acompañaban tan de cerca los silencios del Hijo. Pídele a san José que te enseñe y ayude a vivir el silencio, como él lo vivió: junto a María y a Jesús. Cuanto más vayas llenando de Dios tu corazón más buscarás tu silencio interior. Y entonces empezarás a hablar el verdadero lenguaje, el de la caridad con Dios y con los demás, y tu vida ya no podrá callar a Dios.
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LA PRESENCIA DE DIOS EN MEDIO DE LA HISTORIA DEL HOMBRE.
Por ello, este blog lo que pretende es reconocer a través de los hechos en la Iglesia, la presencia de Dios en medio de su Pueblo.
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