Cuentan que un monje copto, allá en los primeros siglos del cristianismo, fue a ver a otro monje para preguntarle por una duda que le asaltaba en su interior: “¿Por qué hay muchos candidatos a ser eremitas? Ya se ve que empiezan muchos, y se quedan luego en muy pocos”. El monje interpelado, que ya era mayor y tenía toda la sabiduría aprendida del Señor, le puso un ejemplo. “Es como un perro que divisa una liebre y sale corriendo y ladrando tras ella, y al oírlo ladrar y correr se le unen otros perros, pero al cabo del tiempo los que se unieron al ruido se cansan y sólo queda el que vio la liebre, y es ése el que no se desanima, porque la vio y sabe el motivo de su correr y ladrar, y continúa persiguiéndola hasta darle alcance”.
Nosotros también hemos percibido el amor. Las cosas son como las vimos, como las vivimos con la gracia de Dios. No podemos olvidar que en la vida pasan muchas cosas y situaciones. Ocurre como con el amor humano, aunque al principio se dicen sí, luego llega el desengaño. Uno se deja llevar por el desaliento, por el pensar ya no me quiere, por el espíritu de la sospecha, y viene el desamor… También ocurre en nuestra vida, sentimos el desengaño, y que somos menos de lo que pensábamos.
Olvidamos que cada uno, tú y yo, somos un gran proyecto de Dios. Es preciso no bajar la mirada de ese rostro de Dios que un día salió a mi encuentro. No podemos dudar de lo que Dios me ha dicho, y de lo que ha hecho por mi. ¡Que no nos conformemos con la inercia de que “cualquier tiempo pasado fue mejor”! Muchas cosas nos pueden distraer: nuestras miserias, desengaños, desánimos… Pero nada, absolutamente nada, nos puede distraer de Ti, Señor.
Que siempre acudamos, en esos momentos de duda y frustración, a Santa María, y que, al igual que ella, quedemos anclados en esa clave de amor, el que un día Dios nos regaló con su mirada, que es la llave maestra de nuestra vocación.
Mater Dei
Archidiócesis de Madrid
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