LA PRESENCIA DE DIOS EN MEDIO DE LA HISTORIA DEL HOMBRE.



A lo largo de la historia, Dios ha hablado a los hombres de muchas maneras, hoy nos ha hablado por medio de Jesucristo. Él se hace hoy presente en medio de su Iglesia, la Iglesia que él ha querido fundar. Cristo, única promesa de felicidad, se hace presente en la realidad de cada día, en cada hombre y en cada acontecimiento.

Por ello, este blog lo que pretende es reconocer a través de los hechos en la Iglesia, la presencia de Dios en medio de su Pueblo.

lunes, 10 de diciembre de 2012

Enjugar el rostro sufriente de la Iglesia

No pretendas entender el misterio del mal. Ni siquiera solucionarlo. Ante situaciones que nos sobrepasan a veces sólo cabe la inclinación humilde de un entendimiento que calla ante lo que no entiende, o la oración escondida de un corazón que acepta dolorido el mal ajeno. Has de aprender a estar junto a la cruz, como María, redimiendo más con tu dolor que con tu acción. Has de aprender a sufrir con misericordia el mal de otros, llevando sobre los hombros de tu oración ese carga tan pesada del pecado que tanto aflige a la Iglesia. No caigas en la tentación de la crítica fácil ante las miserias y escándalos de los miembros de tu Iglesia. No cedas a la duda, al desaliento o al desánimo cuando te topes de cerca con el pecado, la defección y la omisión de otros cristianos o, incluso, de tus mismos pastores. Esas situaciones que tanto dolor te causan quizá no te corresponde a ti solucionarlas, pero sí sufrirlas.
Besa con tu entrega y tu fidelidad esas llagas del cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Enjuga con los cabellos de tu oración esos pies sucios y doloridos con los que Cristo sigue hoy caminando en los miembros de su Iglesia. Abraza en lo más profundo del corazón esa misma cruz que Cristo abrazó en Getsemaní, con el doloroso gozo de saberte, como Cristo, crucificado por los pecados que afean la indefectible santidad de la Esposa. Y, sobre todo, cuida de no herir con tu vida mediocre, con tus faltas consentidas, con la indiferencia ante tus propios pecados, esa filigrana sublime, misteriosa y delicada que es la comunión de la misma Iglesia. Tu también puedes ser con tu vida de aquellos que, ante este cuerpo llagado y ensangrentado de Cristo que es la Iglesia, gritan y piden el castigo de la crucifixión. Acércate a tu Iglesia como se acercó aquella mujer al cuerpo llagado y caído de Cristo, enjugando con el paño limpio de tu vida el rostro sufriente de Cristo en cada uno de tus hermanos.

Mater Dei
Archidiócesis de Madrid

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