Hacemos un paréntesis en la sucesión de artículos sobre la historia de la Iglesia para anunciar la publicación del libro “Sacerdotes que dejaron huella en el siglo XX“, escrito por dos sacerdotes de Getafe, uno de ellos el que se encarga de este blog, Alberto Royo Mejía, y el otro José Ramón Godino Alarcón, joven experto en historia de la Iglesia. Se trata de la vida y obra de una selección de 46 sacerdotes de diferentes países que en el siglo XX dejaron una huella especial.
Como bien dicen los autores en el prólogo, dedicar un libro a todos los sacerdotes que dejaron huella en el siglo XX sería una labor prácticamente imposible pues, en realidad, casi todos los cientos de miles de sacerdotes -seculares y religiosos- que vivieron y ejercieron su ministerio en dicho siglo dejaron huella de un modo o de otro. La mayoría una huella buena, pues pasaron por el mundo haciendo el bien, como su Divino Maestro; y unos pocos dejaron una huella mala, vergonzosa, pero de ellos mejor ni acordarse.
Huella buena dejaron los sacerdotes que vivieron abnegadamente, según la llamada que un día recibieron del mismo Señor y, por tanto, celebraron y administraron los sacramentos con amor, predicaron la Palabra de Dios con tenacidad, buscaron el bien de las almas a ellos encomendadas y se asemejaron a Cristo pobre y humilde, sin buscar su propia gloria, sino la mayor gloria de Dios. Los que vivieron así, sin duda, dejaron huella. Muchos no habrán salido en los periódicos ni habrán recibido condecoraciones; incluso no habrán hablado a multitudes si su ministerio no lo requería, pero dejaron huella por donde pasaron, en los que bautizaron, confesaron, casaron, alimentaron con el Cuerpo del Señor, prepararon para la buena muerte o enterraron; en los que aconsejaron, consolaron o guiaron; en los niños a los que enseñaron a rezar, en los jóvenes a los que enseñaron a vivir, en los matrimonios a los que enseñaron a amarse, en los pecadores a los que ayudaron a volver a Dios o en los ancianos a los que enseñaron a morir; en todos ellos sin duda dejaron una huella profunda y si todos estos fieles -y tantos otros no-católicos, no-cristianos o no-creyentes que les trataron- pudiesen hablar, contarían maravillas de ellos.
Por eso, ante la imposibilidad de escribir un libro de tales dimensiones -dicen los autores-, “hemos tenido que escoger una pequeña representación -solamente cuarenta y seis- de los sacerdotes que dejaron huella en el siglo XX“. Para que nos hagamos una idea de lo reducida que queda la selección, se piense que en cada año del siglo XX falleció por lo menos un sacerdote que está en proceso de canonización, y en muchos años más de uno -sin hablar de los obispos-, por lo que solamente candidatos a los altares de los que se podría escribir hay bastantes más de cien.
“Así pues, hemos tenido que excluir a los que llegaron al episcopado, incluidos los que fueron obispos de Roma , para quedarnos en los que fueron simples sacerdotes (hay algún monseñor, pero eso no altera su condición de sacerdotes, sino que solo la adorna un poco), seculares o religiosos, sin distinción. Si no hubiésemos hecho esa reducción, solamente con los obispos podíamos haber escrito otro libro todavía más voluminoso que éste. Ha sido, además, una exclusión buscada a propósito, pues los autores del libro queríamos rendir una especie de homenaje a nuestro sacerdocio a través de nuestros hermanos sacerdotes, sin por ello quitarle nada al afecto que tenemos a los obispos, los cuales encontrarán más fácilmente biógrafos.“
Muchos de los que aparecen en el libro están en proceso de canonización y algunos han llegado ya a los altares, pero no todos. Si bien es cierto que la santidad es el mejor modo de dejar una huella perdurable, objetivamente hay sacerdotes que influyeron mucho en la Iglesia y en el mundo del siglo XX sin que se haya pensado en ponerles sobre un altar, quizás también porque no lo merecieron. Intentando ser lo más objetivos posibles, han incluido un poco de todo, oves et boves, fijándose en su aportación real y no en los encasillamientos en los que otros les hayan querido incluir.
Quizás a alguno le parecerá arbitraria la elección de los que aparecen en estas páginas, y realmente en cierto sentido lo es, pues uno habla de lo que conoce mejor y es difícil hacerlo sobre lo que se desconoce, pero no creemos que haya sido injusta. Sin duda se han tenido que dejar a muchos en el tintero, entre mártires, misioneros, confesores, fundadores y teólogos; pero la tarea se volvía imposible. Sin embargo, no podemos dejar de mencionar, aunque sea de pasada, a los seis mil sacerdotes asesinados bárbaramente durante la persecución religiosa de la II República española, a los varios miles que murieron en los campos de concentración nazis y comunistas, a los que fundaron nuevas iglesias en Asia y África, a los que sobrevivieron a las crisis postconciliares y perseveraron cuando muchos de sus compañeros se secularizaron, a los que con sus mejores esfuerzos evangelizaron en los tiempos de la modernidad y a los que le tocó ya los de la postmodernidad, etc.
Concretamente, explican, “en nuestro ámbito español podríamos haber incluido a muchos más, entre ellos a los curas diocesanos Pere Tarrés, Abundio García Román, Eladio España Navarro, Leocadio Galán Barrena, José Luis Martín Descalzo, Luis Zambrano Blanco, Juan Paco Baeza, José Luis Múzquiz, Juan Sáez Hurtado, Baltasar Pardal, Honorio María Sánchez, Manuel Aparici, José Pío Gurruchaga, Antoni Aguiló Valls, Diego Hernández González, Manuel Herranz Establés, Vicente Garrido Pastor, Juan Sánchez Hernández, José Soto Chuliá, Rafael Sánchez García, José María Hernández Garnica, Ángel Carrillo, José Luis Cotallo, Bernardo Asensi Cubells, Pedro Legaria, Antonio Amundarain Garmendia, Manuel Pérez Arnal, etc.; los jesuitas Ángel Ayala, Segundo Llorente, Manuel García Nieto, Pedro Guerrero, Francisco Tarín y Rodrigo Molina -sin olvidar a los egregios Urbano Navarrete y Antonio Orbe-; y además, el benedictino Justo Pérez de Urbel, los agustinos Anselmo Polanco y Agustín Liébana, el marianista Vicente López de Uralde, los dominicos Buenaventura García Paredes y José Merino Andrés, los pasionistas Aita Patxi y Francisco Sagarduy, el redentorista Francisco Barrecheguren, el trinitario Félix Monasterio. Y la lista podría continuar…“
El libro se divide en 6 secciones: “Los maestros del Espíritu“, que incluye a Carlos de Foucauld, Pío de Pietrelcina, Columba Marmión, Emiliano Tardif y José Rivera; “Los misioneros en tierras lejanas“, que habla de Arnold Janssen, Eustaquio Van Lieshout, Giuseppe Allamano, Joseph Gérard, Jan Beyzym, Nicolas Bunkerd Kitbamrung y Pedro Arrupe; “Los perseguidos por causa de la justicia“, entre los que encontramos a Ladislao Findysz, Jakob Gapp, Rupert Mayer, Miguel Agustín Pro, Maximiliano Kolbe, Teófilo Fernández Legaria, Ignacio Ellacuria y compañeros y Pino Puglisi; “Los grandes teólogos“, que son Hans Urs Von Balthasar, Henri de Lubac, Karl Rahner y Romano Guardini; “Los que se anticiparon a su tiempo“, que incluye a Joseph Kentenich, Josemaría Escrivá de Balaguer, Pedro Poveda, Giacomo Alberione, Tomás Morales, Luigi Giussani y Sebastián Gayá; “Los apóstoles de la caridad“, que trata de Edward J. Flanagan, Luigi Orione, Faustino M´guez, Benito Menni, Werenfried Van Straaten, Joseph Wresinski, Giovanni Calabria y Luigi Guanella; y por último, la sección tituada “En múltiples apostolados” que habla del Cura Brochero, Alberto Hurtado, Manuel García Morente, Patrick Peyton, José María Arizmendiarrieta, Henri Caffarel y José María Rubio.
Concluyen su presentación los autores diciendo que “escribir este libro ha sido una auténtica escuela para nosotros, pues a algunos sacerdotes que en él aparecen los conocíamos por el nombre y poco más, y ahora hemos aprendido lo mucho que tenían que enseñarnos. Adentrándonos en sus vidas, hemos admirado el testimonio que dieron y, sobre todo, hemos corroborado en cada uno de ellos aquello que decía el Santo Cura de Ars cuando definía el sacerdocio como “el amor del corazón de Jesús”. Esta hermosa frase, que podría parecer una teoría, se hace vida en la mayoría de los sacerdotes que, con sus limitaciones, a veces con errores, buscan únicamente vivir en profundidad ese amor y transmitirlo.”
P. Alberto Royo Mejía
Fuente: http://infocatolica.com/blog/historiaiglesia.php/
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