
Si volvemos 2011 años atrás nos encontramos con un pueblo, el pueblo de Israel. Este pueblo yacía en tinieblas y en sombras de muerte. Dios viendo esta situación no quiso quedarse parado, este pueblo vio por pura misericordia una gran luz que empezó a iluminar su camino: Jesucristo. Este pequeño pueblo no fue elegido por ser el más grande de todos los pueblos, sino al contrario, por ser el más pequeño, Dios se fijó en él por puro amor para con ellos.
Jesucristo ha sido enviado a la tierra por el Padre, al seno de una mujer, para llevar a cabo la salvación de todo el género humano. Esta salvación ha querido que se estableciese en el seno de la Iglesia Católica y no fuera de ella, así oímos a Jesucristo decir “tu eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”.
Muchos consideran, y se lo creen verdaderamente, que la religión o incluso la Iglesia es el opio del pueblo. Evidentemente esto no es así. El opio, si miramos su definición, es considerado como una medicina muy importante que se utiliza como analgésico, como un sedante y anestésico. Muchas personas opinan que la religión y la Iglesia católica es utilizada por numerosísimos hombres para sedarse o anestesiarse de la realidad sufriente en la que viven. Como los hombres, a lo largo de la vida, tienen determinados acontecimientos que les hacen sufrir, el único sitio para no sufrir y poder evadirse de la realidad es apoyarse en la religión ó en la Iglesia. La Iglesia sería el mejor anestésico para evadirse de la realidad. Si uno piensa así, se da cuenta de lo absurdo de la frase, porque, como todo anestésico al poco tiempo pierde su efecto y volverá otra vez el dolor, el sufrimiento.
Bien sabemos que esto no es así. Precisamente la religión o la Iglesia, no nos evade de la realidad, todo lo contrario, nos hace enfrentarnos a una realidad siempre nueva. La realidad está en nuestras vidas con sus alegrías y tristezas. No podemos saltarnos la realidad. Cristo nos invita a insertarnos en la realidad, a vivir la realidad con lo que nos viene cada día, en cada momento, en cada acontecimiento, a hacerlo verdaderamente nuestro, a darle un sentido nuevo a la vida. Cristo ha venido a hacer nuevas todas las cosas y todas las realidades en las que el hombre se mueve diariamente. Esta es la diferencia, el opio es para evadirnos de la realidad porque no queremos entrar en ella, la religión, la Iglesia Católica nos introduce en la realidad, asumiéndola con todo lo que conlleva, dándole un sentido nuevo y pleno, insertos en esta misma realidad que nos provoca.
La Iglesia es la comunidad de hijos de Dios, querida por el mismo Jesucristo que caminan junto a sus pastores hacia la Vida Eterna. En ella se vive de una forma plena el encuentro con Cristo que nos cambia la vida. Nuestra respuesta a este encuentro personal con Cristo es la fe. La fe es la respuesta del hombre a la entrega de Cristo a los hombre. Es decir sí cada día al Señor, es seguir a Cristo como lo hicieron los Apóstoles. Ellos inmediatamente lo dejaron todo por seguirle. Yo siempre me he preguntado ¿Qué es lo que vieron los discípulos en Cristo para dejar todo y seguirle? Evidentemente podemos decir que ellos descubrieron en el corazón de Cristo la respuesta a todos sus interrogantes, la respuesta a aquello que sus corazones buscaban desde hace mucho tiempo con inquietud: la felicidad.
El seguimiento pleno de Cristo es el verdadero secreto de la felicidad. Quieres ser feliz, sigue a Cristo. El Papa Benedicto XVI decía a los jóvenes que todos tenemos derecho a ser plenamente felices. Él nos recordaba que esta felicidad tiene un rostro concreto y humano: Jesucristo.

“Jesucristo debe presentarse en toda su altura y su profundidad. No podemos quedarnos con un Jesús a la moda; por Jesucristo conocemos a Dios y por Dios conocemos a Cristo, y sólo así nos conocemos a nosotros mismos y encontramos respuesta a la pregunta por el sentido del ser humano y por la clave para la felicidad definitiva y permanente” (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret)