Muchas veces me desanimo y me dejo vencer por el desaliento cuando me detengo en mi vida interior. Ese diario empezar y ese diario volver a caer, casi siempre en las mismas faltas, va desgastando ese ánimo –muchas veces lleno de soberbia– que necesito para seguir luchando contra mis defectos. Me gustaría el milagro de la conversión instantánea, fácil y sin esfuerzo, que, por otra parte, tanto podría agradar a Dios porque me permitiría vivir más fácilmente la perfección de la virtud. Pero es, quizá, más duro, más escondido, más humilde, ese otro camino de lo pequeño, de lo que nadie –sólo Dios y yo– vemos, de lo que no tiene brillo ante los ojos de los demás, aquello que, además de no ser valorado, reconocido ni agradecido, me toca hacer sin ilusión y con desgana interior. Este camino de lo pequeño es seguro para llegar a unirme con Dios. Es ahí, en mi pequeña vida ordinaria, donde Dios me espera. Mientras sueñe con una santidad ilusoria, distinta –en el contenido y en el modo– de la que Dios quiere para mí, estaré echando agua por un colador y, lo que es peor, seguiré enredándome en la madeja de las mil formas de voluntarismo soberbio que me hacen creer que soy yo el protagonista y artífice de mi propia santidad.
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LA PRESENCIA DE DIOS EN MEDIO DE LA HISTORIA DEL HOMBRE.
Por ello, este blog lo que pretende es reconocer a través de los hechos en la Iglesia, la presencia de Dios en medio de su Pueblo.
martes, 24 de julio de 2012
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