Al caer la tarde, después de una dura jornada de trabajo, José y María descansaban en familia junto a Jesús. En su corazón encontraban la paz y el sosiego interior, que inunda a aquellos que saben contemplar y adorar el rostro de Cristo. En mis trabajos, dudas, agobios, debilidades, caídas y pecados, ¿por qué no acudir al corazón de Cristo y descansar en Él esa cruz que, a veces, tanto me pesa y hasta me aplasta? “Venid a Mí todos los que estáis cansados y agobiados, que Yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mt 11,28-29). En mi oración, también yo soy para Dios su alivio y descanso, si dejo que apoye sobre mí esa cruz de todos los hombres que él lleva a veces muy solo.
Cómo se desgasta el alma cuando se prodiga y desparrama desordenadamente en las numerosas ocupaciones del día a día. Cuántas jornadas que acaban llenas de cosas y de prisas, pero vacías de Dios. Y eso, quizá, en nombre del Evangelio, de la virtud o del apostolado. Nuestros cansancios proceden, muchas veces, de no saber disfrutar de las cosas y personas, en las que no atisbamos a descubrir la acción sutil e invisible de Dios. Aprender a descansar en la Providencia es vivir en paz, con sosiego espiritual, aun en medio de los fracasos y problemas más acuciantes.
No busques tu descanso fuera de Dios, pues en nada ni en nadie encontrarás mejor alivio y refrigerio que en ese Corazón de Cristo, que tanto conoció los agobios y fatigas de los hombres. Sólo en el regazo de tu Creador, en su mano providente y amorosa, podrás descansar el peso y las cargas de esta vida, en la que el sufrir y el penar nos hablan con añoranza del descanso eterno del Cielo.
Mater Dei
Archidiócesis de Madrid
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