Eva, nuestra madre primigenia, fue tentada para “intentar” desbaratar la hermosa obra creadora de Dios. La humanidad, Adán y Eva, parecía sucumbir ante un proyecto impresionante. La misma imagen de Dios en el mundo, puesta en la creación para llevar a término la gloría del Altísimo, quedaba emborronada a causa del pecado.
¿Quién podría recobrar semejante orden perdido? Dios, una vez que Adán le da a conocer su desnudez, da comienzo su gran plan de salvación. Después de condenar a la serpiente a ese arrastrarse sobre la tierra, bendice a la mujer para ser la portadora de la nueva condición humana. Vemos en ella a María, la que también será perseguida por el dragón en el Apocalipsis. Sin embargo, será la crónica de una muerte anunciada, porque el mal ya no tendrá cabida en ese nuevo orden.
La Virgen es la Nueva Eva. En Ella, da comienzo la nueva creación. Lleva en su vientre el destino de toda la humanidad. El fruto en María, ya no es la manzana de aquel Paraíso perdido, sino el mismo Dios hecho carne. Ese mismo misterio de la Encarnación será, una vez más, entregado a todos los hombres para que sea el alimento definitivo. Por eso, vemos también en la Virgen el origen de la Eucaristía. A través de esa entrega sin condiciones, la Madre de Dios tuvo en su seno ese primer Sagrario, fruto de un amor total al Padre, y que hizo, en esa donación al Espíritu Santo, ser portadora de la única salvación posible para todos. Jesucristo, asumiendo la radicalidad de su condición humana, se hace comida y bebida para alcanzarnos la vida eterna… ¡Es de la misma sangre de María!, la Nueva Eva por la que obtenemos las primicias de la nueva creación.
Mater Dei
Archidiócesis de Madrid
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