El cardenal Stanislaw Rylko, de 66 años, es un hombre tranquilo y sonriente que desempeña una tarea clave en la Curia vaticana. Como presidente del Pontificio Consejo para los Laicos, es el superior jerárquico de más de 150 movimientos y nuevas comunidades, algunas muy recientes, que llevan a cabo buena parte de la evangelización en el mundo contemporáneo. Es, además, el responsable de las Jornadas Mundiales de la Juventud, que ha visto nacer de la mano de su amigo y padre espiritual Karol Wojtyla, quien le acogió en el seminario de Cracovia en 1963 y le ordenó sacerdote en 1969. Juan Pablo II le llamó a Roma en 1987 para organizar las Jornadas Mundiales de la Juventud: Santiago de Compostela (1989), Czestochowa (1991), Denver (1993)… Desde entonces ha sido un colaborador directísimo de Juan Pablo II tanto en la secretaría de Estado como en el Pontificio Consejo para los Laicos, que preside desde el 2003. Ha sido, pues, el máximo responsable de las JMJ de Colonia (2005), Sydney (2008) y, naturalmente, de la de Madrid.
—Eminencia, esta JMJ es la más conocida mundialmente a través de redes sociales, páginas Web, etc.…
—Sí. Las JMJ se han vuelto parte integrante de la vida de la Iglesia. Al mismo tiempo, estos encuentros con el sucesor de Pedro atraen la atención mundial porque son un gran signo de esperanza, no sólo para la Iglesia sino para el mundo entero.
—¿Qué espera el Papa de la JMJ de Madrid?
—Benedicto XVI da una gran importancia a esta cita en España, es decir, en Europa. En su mensaje de convocatoria el Papa decía que Europa necesita redescubrir sus raíces cristianas y necesita el testimonio de la fe de los jóvenes: una fe llena de entusiasmo frente a los desafíos de la secularización y del laicismo.
—¿Cómo se ha preparado el Santo Padre?
—El Santo Padre es un maestro de la fe y también un maestro de la Palabra, por eso da tanta importancia a los discursos y homilías que pronunciará en Madrid. A mí me impresiona su capacidad de comunicar con los jóvenes, en parte gracias a su larga experiencia como profesor. En cuando al mensaje, recordaré lo que dijo antes de su primera JMJ en Colonia: «Quisiera convencer a estos jóvenes de que ser cristiano es algo muy hermoso». Creo que esto será también su objetivo en Madrid.
—El Papa volvió feliz de Colonia en el 2005 y de Sydney en el 2008. ¿Puede Madrid superar esos éxitos?
—¡Las JMJ no son competiciones deportivas entre unas y otras! Es algo mucho mas serio y mas profundo. Están pensadas como instrumento de evangelización. La Iglesia piensa en todos los jóvenes del mundo pero, al mismo tiempo, en cada uno de los participantes. La JMJ se desarrolla en el corazón de cada joven que participa. Es en esa intimidad interior donde se produce el éxito o el fracaso.
—¿Se puede esperar que el encuentro de Madrid ayude también a los españoles que ya no son jóvenes?
—Las JMJ son un regalo para los jóvenes pero también para toda la Iglesia, que muestra al mundo su rostro juvenil. De cada JMJ se benefician los jóvenes pero también toda la sociedad pues permite ver que los jóvenes de hoy no son tan sólo los que salen en la prensa por motivos penosos como la violencia o la alienación. Hay muchos jóvenes que buscan el sentido más profundo de la vida, y que están dispuestos servir a los demás por amor a Jesucristo.
—Usted es el máximo experto en las JMJ como organizador de las de Santiago de Compostela (1989), Czestochowa (1991), Denver (1993), y supervisor de las presididas por Benedicto XVI. ¿Cómo ha ido la preparación de la de Madrid?
—La colaboración con el comité organizador de Madrid ha sido excelente. Esto se debe a que España organizó ya una JMJ hace veinte años y a que el cardenal Rouco, que nos acoge ahora, era precisamente arzobispo de Santiago de Compostela en 1989. Le conozco desde entonces. El buen entendimiento y el entusiasmo han sido compartidos al cien por cien.
—En su carta de convocatoria del 6 de agosto del 2010, el Papa recuerda su propia vocación sacerdotal y también sus dudas en los tiempos difíciles de la guerra. ¿Está invitando a reflexionar sobre una posible vocación?
—Me parece que sí. Cada JMJ tiene una fuerte dimensión vocacional pues invita a los jóvenes a ver su vida como un don que reciben del Señor. Es lógico que en este encuentro se plantee la cuestión de «¿Qué quiere el Señor que yo haga de mi vida?». Muchos jóvenes encuentran el momento oportuno para decidirse, ya sea por el sacerdocio, la vida consagrada o el matrimonio cristiano. Muchos matrimonios jóvenes me han dicho: «Nuestra boda y nuestra familia es fruto de la JMJ». En Sidney, una ministra del Gobierno australiano me dijo: «Yo soy americana pero conocí a mi marido, que es australiano, precisamente en Czestochowa. Y así hemos creado un matrimonio cristiano y una hermosa familia».
—Hay una novedad en Madrid. El Papa irá al Parque del Retiro a confesar…
—Es un gesto muy significativo. Desde la JMJ de Roma hemos descubierto la importancia de la reconciliación sacramental. La JMJ invita a un cambio de vida y esa conversión recibe la forma sacramental en el sacramento de la Reconciliación, insuficientemente valorado en el mundo occidental.
—Hay también otra primicia: el encuentro del Papa con los profesores jóvenes…
—Esto responde al interés del Santo Padre por mostrar la armonía entre fe y razón, un gran desafío en nuestra época. El testimonio de estos jóvenes investigadores que viven su fe en plena sintonía con su investigación científica ofrece un mensaje muy fuerte a la cultura postmoderna, que a veces excluye la fe por motivos «científicos».
—¿Qué significa el encuentro con los discapacitados?
—Es un momento muy importante. Queremos llevar nuestro mensaje de esperanza a todos los jóvenes, incluidos los enfermos y los discapacitados. Por eso cada JMJ les dedica un encuentro para que se sientan parte de este bellísimo mundo de la juventud cristiana.
—Juan Pablo II, el «inventor» de estas Jornadas vuelve ahora como patrono...
—Vuelve de una forma nueva: como intercesor celestial, como patrono. La JMJ responde a tres apuestas de Juan Pablo II que han sido proféticas para la Iglesia. Apostó por los jóvenes, cuando muchos desconfiaban. Apostó por los grandes encuentros cuando algunos los consideraban demasiado «triunfalistas». Y apostó por poner la Cruz en el centro de la JMJ, yendo a contracorriente de la cultura contemporánea, que detesta la exigencia. Juan Pablo II decía: «Yo soy amigo de los jóvenes, pero soy un amigo exigente». A los jóvenes les gusta que les desafíen.
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