LA PRESENCIA DE DIOS EN MEDIO DE LA HISTORIA DEL HOMBRE.



A lo largo de la historia, Dios ha hablado a los hombres de muchas maneras, hoy nos ha hablado por medio de Jesucristo. Él se hace hoy presente en medio de su Iglesia, la Iglesia que él ha querido fundar. Cristo, única promesa de felicidad, se hace presente en la realidad de cada día, en cada hombre y en cada acontecimiento.

Por ello, este blog lo que pretende es reconocer a través de los hechos en la Iglesia, la presencia de Dios en medio de su Pueblo.

viernes, 29 de abril de 2011

LAS VIRTUDES DE JUAN PABLO II

A continuación publico un articulo tomado del Padre Alberto Royo Mejía, consultor de la Santa Sede en la Congregación para las Causas de los Santos. Él actualmente tambien es vicario judicial en la diócesis de Getafe.

Hablar de la santidad de Juan Pablo II llevaría mucho más espacio de lo que puede caber en un artículo de opinión como éste, es más, llevaría libros enteros y de hecho ya se han publicado un buen número de ellos. El objeto de estas líneas es más modesto: Habiendo podido consultar la documentación recogida en el proceso de Beatificación del muy querido Pontífice, he querido reproducir algunos testimonios que me han parecido especialmente hermosos.

La Causa de Beatificación de Juan Pablo II ha incluido tres procesos distintos, uno llevado a cabo en Roma, otro en Cracovia y uno en Nueva York. En ellos fueron escuchados 122 testigos, todos tomados de entre los que mejor conocieron y trataron más a este gran Papa. Entre los testigos se incluyen 35 cardenales, 20 obispos (o arzobispos), 36 laicos -el grupo más nutrido-, 19 sacerdotes, 6 religiosos, 3 cristianos no católicos y un judío. Fueron elegidos cuidadosamente, era necesario que le hubiesen conocido bien, pues no bastan algunos encuentros ocasionales para juzgar la santidad de una persona, se requiere un largo conocimiento a lo largo de los años.

Se podrían traer aquí infinidad de citas más, aquí he escogido algunas pocas. En primer lugar, sobre su fe y su amor a Dios, comenta en el proceso el que fue su primer ceremoniero y después, como obispo, su buen amigo Mons. Magee:
Era un verdadero hombre de fe. Desde el primer momento que le traté me impresionó la profundidad de su fe. Era siempre consciente de la protección de Dios, de la presencia de Dios, y no tenía miedo a nada… Se le notaba que estaba siempre en presencia de Dios, la oración le venía espontáneamente a la boca. Su amor al Salvador era evidente. Por ejemplo, desde el principio del pontificado yo personalmente lo encontraba con frecuencia postrado por tierra ante el Tabernáculo o en su despacho, y lo mismo todas las noches durante sus viajes apostólicos”. (Summarium Super Virtutibus, II. P. 264)
Y añade:
El Siervo de Dio manifestó un profundo amor por el Señor. Toda su vida estaba impregnada, por decirlo así, por esta actitud suya hacia Cristo, era su amor por excelencia. Su modo de orar, su modo de hablar, su modo de vivir cada momento manifestaban su amor profundo y habitual a Jesús” (Summarium, p. 266)
Destacan mucho los testigos su vida de oración. Así lo explica, por ejemplo, la profesora Wanda Poltawska, amiga suya por más de 50 años:
Prácticamente rezaba siempre, puedo decir que estaba inmerso en la oración. Nunca he visto un éxtasis, pero emanaba la certeza de la cercanía a Dios. Cuando aparecían problemas difíciles, iba a rezar a la capilla. En toda circunstancia enseñaba a tener esperanza contra toda esperanza. Estaba profundamente convencido y lo decía con las siguientes palabras: ‘Recuerda que Dios lo sabe todo, lo gobierna todo’. A El le confiaba todas las cuestiones y estaba seguro que El las resolvería” (Summarium, IV, p. 57)
Su fiel secretario, don Stanislao Dziwisz, explica cómo la fe llevaba a Juan Pablo II a un gran optimismo y abandono en Dios:
Veía todo en modo positivo, no era pesimista, creía que Dios lo gobierna todo, confiaba en la acción del Espíritu Santo en el mundo y abandonaba todo en las manos de la Madre Santísima. Esta era su fuerza, nunca se abatía ni se dejaba condicionar por las contrariedades; ante las noticias adversas que le llegaban reaccionaba con la oración, poniendo todo en las manos de Cristo” (Summarium, II, p. 808)
Una amiga suya de Polonia y que continuó la amistad en Roma, Luzmila Gryegel, explica:
Ejercitó la virtud de la esperanza en grado heroico durante toda su vida. Se le notaba especialmente en los momentos difíciles y durante los acontecimientos trágicos, sea en su historia personal, sea en la historia de Polonia, y después en el mundo entero. Nunca perdía la serenidad y la tranquilidad. Tenía una enorme confianza en la intervención de la Divina Misericordia en la historia del mundo y de la Iglesia y sabía transmitirla tanto a cada persona como a la multitud de los fieles (Summarium, II, p. 847)
Alimentaba su fe y su esperanza en la Oración. Acerca de ella narra una anécdota el que fue presidente de Italia, Giulio Andreotti:
Tuve una impresión profunda cuando, visitando Cracovia, donde recibí un doctorado Honoris Causa, pude ver la capilla del palacio arzobispal, en ella había una mesa pequeña y me dijeron que el entonces Cardenal Wojtyla no sólo pasaba horas en la capilla, sino que los textos más importantes de su trabajo pastoral los escribía en esta mesa, que estaba junto al altar.” (Summarium, II, p. 180)
Esta otra hermosa anécdota nos viene del Cadenal Carlo Caffarra:
Cuando era su huésped en Castel Gandolfo, cada tarde salíamos al jardín a rezar juntos el rosario. Al acabarlo, el siervo de Dios me pedía que me alejase y se acercaba a la estatua de la Virgen de Lourdes. Yo me alejaba, pero desde lo lejos veía cómo se quedaba rezando, al menos media hora, y parecía que se transformaba a los pies de la Virgen” (Summarium, II, p. 378)
De este modo lo explica una de las religiosas que siempre estuvieron con él, en Polonia y en Roma, sor Eufroznya:
Vivía en oración, desde la mañana pronto hasta la noche, se puede decir. Por la tarde, acabado el trabajo, iba a la capilla. Iba a visitarle antes de las audiencias y cuando volvía de ellas. Si se despertaba por la noche, iba a la capilla. Durante la jornada entraba con frecuencia en la capilla, por no hablar de la hora de adoración eucarística diaria, que nunca dejó. Deseaba transmitir a los demás su amor al Santísimo Sacramento” (Summarium, II, p. 165)
La consecuencia de todo ello era la caridad, como explica sor Eufroznya:
Nunca lo oí hablar mal o con desprecio de nadie. Cuando le pedían por carta oraciones, celebraba la Misa por esa intención. Cuando se le hablaba de algún conocido que hacía años que no veía, era sorprendente oírle decir: “Yo rezo por él todos los días”. Una vez le pregunté cómo hacía para recordar a tantas personas, pero guardó silencio, no me respondió” (Summarium, II, p. 168)
Caridad concreta con cada persona, como cuenta una enfermera que le cuidó en las dos últimas veces que estuvo hospitalizado, en febrero y marzo del 2005:
Cuando fue hospitalizado en febrero del 2005, se dio cuenta que yo tenía problemas y me invitó a hablarle. Fue a través suyo que se produjo en mi una conversión a Dios, a la fe y a la práctica religiosa. Yo antes de conocerlo no me sentía especialmente atraída por Juan Pablo II, porque me había alejado de la práctica religiosa. Pero cuando entré en la habitación donde él estaba, tuve la sensación de vivir una dimensión distinta. Atendiéndole cada día me di cuenta que era una persona extraordinaria y cuando me llamó por mi nombre y me preguntó ¿Qué te pasa? Porque se daba cuenta de mis problemas, eso me animó a abrirme a él y fue la puerta para mi regreso a la práctica religiosa” (Summarium, II, p. 525)
El fotógrafo del Papa, Arturo Mari, cuenta una anécdota conmovedora acerca de la caridad concreta de Juan Pablo II:
En una ocasión me llamó don Estanislao para que acudiese a apartamento pontificio, era hacia el 1984-85. Cuando llegué encontré al Papa en la capilla, de rodillas en el suelo y junto a él un joven en silla de ruedas, se veía que estaba gravemente enfermo. Estuvieron una media hora rezando juntos, y al acabar el Papa se levantó, se quitó una cadena que llevaba en el cuello y se la puso en el cuello del joven. Éste, con dificultad, tocó la mano del Papa y le dijo, ‘Nos vemos en el paraíso”. Efectivamente, aquel joven falleció tres días después” (Summarium, II, p. 630)
Otra anécdota, que en modo tergiversado ha corrido por Internet, la narra en el modo real como ocurrió el cardenal Carlo Caffarra:
Un sacerdote me contó que reconoció a un pobre que pedía en la Via Traspontina, en Roma, era un ex sacerdote. Consiguió introducirlo en una audiencia que había en el Aula Clementina, haciendo que advirtiesen antes al Siervo de Dios de la presencia del ex sacerdote. Acabada la audiencia, el Siervo de Dios llamó al ex sacerdote a una sala, a solas. Al salir, el ex sacerdote lloraba y cuando le preguntamos el porqué contó que el Siervo de Dios le había pedido que le confesara. Acabada la confesión, le había dicho más o menos estas palabras: ‘Mira qué grande es el sacerdocio, no lo arruines” (Summarium, II, p. 380)
Los testimonios de su caridad son incontables en los documentos del proceso de Canonización. El hoy cardenal Dziwisz, su secretario, explica:
Nunca destinó dinero para su uso propio, era un hombre totalmente pobre, no aceptaba ni siquiera la paga que destinaba a la diócesis. Solamente usaba de lo que le daban por los artículos y los libros y eso lo usaba para obras de caridad” (Summarium, II, p. 803)
Monseñor Smolenski, añade algunos datos sobre su pobreza:
Las personas quedaban edificadas en modo particular por su pobreza. Una pobreza extrema en el vestir y en las cosas. Después de la elección como Papa nos pidieron que llevásemos al Vaticano sus cosas, pero no había nada que llevar, porque no tenía nada” (Summarium, III, p. 13)
Sor Tobiana, otra de las religiosas que lo cuidaban, explica:
Era pobre en espíritu y en realidad. No tenía ninguna propiedad. Consideraba lo que usaba como prestado. No le interesaba el dinero, ni lo conocía bien. Estaba dispuesto a donarlo todo si alguien se lo pedía, no estaba apegado a nada. Se lamentaba porque, como Papa, tenía muchas sotanas, decía que dos eran suficientes, que el Señor había dicho que dos túnicas eran suficientes” (Summarium, III, p. 193)
El Postulador de la Causa recuerda una anécdota ocurrida en Brasil cuando visitaba a los habitantes de las favelas:
Cuando caminaba por aquellas calles estrechas, bruscamente se volvió y a la puerta de una chabola vio una anciana que estaba sola. La abrazó, la besó en la mejilla, le dio su bendición y, quitándose el anillo de su dedo, se lo regaló a aquella señora. Cuando abandonó la chabola, la mujer no podía contener sus lágrimas” (Informatio, pp. 352-353)
Caridad, celo por la salvación de las almas y una profunda humildad se conjugan en la siguiente anécdota que narra Arturo Mari acerca de los últimos momentos del presidente Sandro Pertini, agnóstico, que gracias a su amistad con Juan Pablo II se había acercado a la fe:
Cuando Pertini estaba agonizante, quiso ver a su amigo Juan Pablo II. El Papa, interrumpiendo sus audiencias, fue al policlínico Humberto I, donde estaba hospitalizado, pero en la puerta de la habitación estaba la mujer del presidente, que no le dejó entrar en la habitación. El Papa comprobó con sus colaboradores que era Pertini el que le había llamado, pero no hubo manera de convencerla. El Papa pidió humildemente a la señora poder por lo menos sentarse en una silla a la puerta de la habitación, lo cual ella aceptó con desprecio. El Papa estuvo rezando el rosario por unos veinte minutos y, al acabar, hizo la señal de la cruz sobre la puerta del enfermo y dijo: “Ahora está en paz”. Se fue con sus colaboradores, sin haber podido saludar a Pertini” (Summarium, II, 629)
La humildad, que según todos los testigos fue una virtud predominante en Juan Pablo II, tuvo su prueba de fuego cuando en 1995 se le declaró el Parkinson:
Aceptó la creciente impotencia física con total abandono a la voluntad de Dios: Las dificultades respiratorias debidas a la enfermedad del Parkinson y la imposibilidad de moverse… Al final no podía ni hablar, pero expresaba su gratitud con los gestos de la mano… La dificultad de tragar y alimentarse y las limpiezas frecuentes de la sonda le ocasionaban muchos sufrimientos, pero él era muy paciente. En los últimos días en el hospital repetía que a San Pedro le habían crucificado cabeza abajo… Aunque sufriese mucho nunca se lamentaba” (Summarium, III, p. 184)
Andrea Riccardi, el fundador de la Comunidad de Sant’Egidio, explica la evolución espiritual de Juan Pablo II con el paso de los años:
En 1978 era una gran figura de hombre, vigoroso, bueno, preocupado, un pastor muy disponible; con los años he visto que su corazón se ensanchaba en una dimensión universal para abrazar a todos, los pobres, los no cristianos, los pueblos lejanos. Creo que en el hubo un crecimiento en los dones espirituales y en su humanidad, fundado en la oración y una total disponibilidad a Dios manifestado en el darse a los hermanos. En resumen una dilatación de su amor y de su pastoralidad. Mi percepción es de un pastor bueno que con los años se convirtió en un pastor universal, probado por muchos sufrimientos, pero que no renunció a serlo.” (Riccardi, p. 567)
Y así la prudencia, la justicia, la templanza, la obediencia y las demás virtudes. Los testimonios son muchos y no me quiero alargar. Solamente concluyo con una anécdota que narra el Cardenal Deskur, gran amigo de Juan Pablo II. Es sobre el diálogo que tuvieron el joven sacerdote Farol Wojtyla y el P. Pío de Pietrelcina. Sobre dicho diálogo se ha especulado mucho, pero la realidad fue la siguiente:
He sabido directamente del Siervo de Dios que durante su encuentro con S. Pío de Pietrelcina se habló solamente de los estigmas porque el Siervo de Dios quería saber cual de los estigmas le procuraba mayor dolor. La respuesta de San Pío fue que la llaga más dolorosa era una que tenía en el hombro, donde Jesús llevaba la cruz. Esta llaga no la conocían los médicos y por eso no se la curaban nunca. No se habló del futuro del Siervo de Dios. Para él, su encuentro con el P. Pío quedó en la memoria como un recuerdo del peso de la cruz cotidiana” (Summarium., p. 93)
La santidad de Juan Pablo II no se basa en haber sido Papa ni en haber sido popular y querido por todos -o casi todos-, sino por haber vivido con heroicidad las virtudes cristianas día a día. En eso es un ejemplo para todos nosotros y por eso la Iglesia lo eleva a los altares.

miércoles, 27 de abril de 2011

La versión oficial de los hechos.

Más de un soldado romano protestó cuando les llegó la orden del procurador, que mandaba pasar la noche de aquel sábado custodiando el sepulcro del hombre que acababan de crucificar. La orden podía responder al capricho de un jefecillo romano, temeroso de que los seguidores de aquel ajusticiado promovieran nuevas revueltas contra el invasor romano. Pero podía ser también que el procurador hubiera llegado a un acuerdo con los sumos sacerdotes, capaces de pagar mucho dinero si con ello podían evitar que los seguidores del llamado Cristo iniciaran nuevas revueltas contra el sanedrín y su enorme poder religioso. Todos tenían miedo a perder su poder y, sobre todo, a que aquel hombre resucitara de verdad, tal como había anunciado al pueblo más de una vez. El evangelista Mateo, que conocía muy bien el mundo del poder político, lleno de sobornos y corrupciones, nos cuenta al detalle cómo el colegio del Sanedrín sobornó con una buena suma de dinero a aquellos guardias romanos para que no contaran la verdad. Los soldados presenciaron los primeros aquel terremoto y cómo el ángel del Señor hizo rodar la gran piedra que sellaba la entrada al sepulcro. Y, sin embargo, nunca dieron testimonio de la resurrección de Cristo. Tan grande era su miedo a las autoridades que aceptaron la suma de dinero para difundir como versión oficial que el cuerpo había sido robado antes que aceptar la verdad de los hechos. Y, desde entonces, esa sigue siendo la gran tentación de muchos: vender la verdad y contentarse con una fe políticamente correcta, mediocre y cumplidora, del montón, atemperada con compensaciones de poder, revestida de una aparente moderación y prudencia, sólo por miedo al qué dirán, a quedar mal o a perder el propio poder. Cuántas veces en tu vida, a lo largo del día, ves la acción de Dios haciendo rodar la piedra de tantos sepulcros y, sin embargo, prefieres seguir viviendo en la tibieza y mediocridad de quien no quiere creer para no complicarse la vida.





Mater Dei

domingo, 24 de abril de 2011

La expectación nocturna de la Resurrección

Las rúbricas litúrgicas llaman a la Vigilia pascual la “expectación nocturna de la resurrección”. Así es, en realidad, toda nuestra vida: una gran expectación, una búsqueda oscura, un caminar a tientas entre sombras de dolores y espejismos de alegrías, que preludia y dispone para la gran celebración del alba, allá, cuando lleguemos a la gran Vigilia y a la permanente pascua del cielo. La gloria que resplandece en el ser de Dios no es algo inalcanzable o irreal, y aunque se nos reserve en plenitud sólo para el cielo, la llevas ya en tu alma por la gracia.

Dios no puede crear oscuridades, porque la oscuridad es la negación de Dios. Su palabra es luz y, por eso, en el principio del tiempo crea todas las cosas en la luz, no en la oscuridad. Pero tu y yo tenemos que aprender a vivir en el claroscuro de la oscuridad y de la luz, de nuestro pecado y de la gracia, esperando esa definitiva y plena resurrección que veremos en la segunda venida de Cristo, cuando vuelva revestido ya no sólo en la carne sino también en la gloria. Allí, al final de estos tiempos, habrá un último alba que anunciará el día definitivo de la resurrección del cosmos y del hombre. Pero hasta que apunte ese alba y brille la luz de un día definitivo y eterno, hemos de aceptar la precariedad de nuestra gloria, la pequeñez de nuestros tiempos, la sucesión imperceptible de tantas noches y oscuridades que dejan siempre en el alma gran añoranza de eternidad. Qué tenue se hace la tiniebla de esta vida y qué transparente la oscuridad de sus noches, cuando se viven con el amor vigilante y despierto que espera la vuelta gloriosa de su Dios.

Mater Dei

¡CRISTO HA RESUCITADO! ¡RESUCITEMOS CON ÉL!

“Exulten por fin los coros de los ángeles, exulten las jerarquías del cielo por la victoria del Rey tan poderoso” Con esta alegría comenzábamos anoche la solemne Vigilia Pascual, la Iglesia entera proclama con alegría y entusiasmo el Pregón Pascual, en el que se anuncia de forma solemne la resurrección de Jesucristo. Goce también la tierra inundada de claridad con el fulgor radiante del Rey eterno.

¡Cristo ha resucitado! La tierra que estaba envuelta en un gran silencio y soledad por la dormición del Rey, hoy goza con inmensa alegría porque la tierra brilla gracias a la claridad de Cristo resucitado. Este es el día en que Cristo ha vencido a la muerte, Jesús ya no es un personaje del pasado. Él vive y como ser viviente camina delante de nosotros. Él nos llama a cada uno a seguirle porque solo siguiéndole a él podremos encontrar el camino de la vida. Es por eso por lo que nos alegramos en esta Pascua, porque Cristo no se ha quedado en el sepulcro, su cuerpo no ha conocido la corrupción, pertenece al mundo de los vivos no al de los muertos, el es el alfa y la omega, el principio y el fin, porque no solo ayer, sino también hoy y por la eternidad.

En el Evangelio se nos narra que el primer día de la semana, es decir, el domingo, de madrugada, las mujeres iban tristes y conmovidas por lo acontecido en Jerusalén. Iban con sus aromas preparadas para embalsamar el cuerpo de Jesús. ¿Cuál fue la sorpresa? Que se encontraron la piedra del sepulcro corrida. Allí, ellas asustadas y desconcertadas, buscaban el cuerpo de Jesús, pero no estaba. Se les presenta dos hombres con vestidos blancos y les dicen: ¿Porqué buscáis entre los muertos al que vive? Ellas recordaron las palabras que Cristo les había dicho y volvieron del sepulcro y anunciaron esto a los Once y a los demás.

Ellas fueron las primeras en saber de la resurrección del Señor. Había sucedido algo decisivo en la historia de la humanidad, que iba a afectar a todos los hombres, era un salto decisivo hacia una dimensión totalmente nueva. Cristo pudo dejarse matar por amor, pero justamente así destruyó el carácter definitivo de la muerte.

Después de este gran acontecimiento, ya no podemos seguir viviendo en la antigua vida de pecado, porque Cristo ha venido a darnos una vida nueva basada en la unión con él. El pecado ha sido destruido de nuestras vidas, por eso acudamos a la fuente de la misericordia, reconciliémonos con Cristo y con la Iglesia a través del sacramento de la reconciliación, que nuestro corazón también resucite cada día del pecado en el que ha sido inmerso.

Cristo, con su resurrección, nos ha concedido una vida nueva y para poder participar y disfrutar de esta vida nueva, basada en el amor y la misericordia hay que adentrarse por el Bautismo, donde Dios nos hace suyo para siempre. Por eso, por mucho que la humanidad diga, la vida verdadera dependerá de nuestra amistad con el Señor.

Cristo no nos ha dejado solos en este mundo que intenta apartarnos de él, ha querido quedarse mostrándonos una vez más lo que él ya dijo en el Evangelio “sin mi no podéis hacer nada”. Tenemos que recordar que el mundo no es malo, pues es creado por él, lo que destruye al hombre son los deseos del mundo, las propuestas pecaminosas que nos hacen apartarnos de la Vida. Cristo cada día si nos fiamos de él nos encontraremos que da verdadero sentido a nuestro vivir, a nuestros problemas, a nuestras cruces, a nuestras situaciones personales de dolor e incluso de alegría. Por eso acudamos a él, comencemos hoy una vida nueva con él, unámonos a él ofreciendo nuestra vida, dejando que él sea quien lleve las riendas de nuestra vida. Solo así él nos arrancará de nuestros vicios y pecados que tanto daño nos hace y tanto disgustos nos ocasiona.

Esta amistad con él también ha cambiado en la historia la relación entre los hombres, será una relación basada en el amor. El nos decía “amaros los unos a los otros como yo os he amado”,  el amor vencerá al mal (Juan Pablo II).

La resurrección de Cristo es la fuente de nuestra verdadera alegría, para ser felices tenemos que adherirnos a la vida evangélica, a la vida de Cristo vivo,  pues esta corresponde con lo que el corazón humano desea. Por eso necesario fue el primer pecado de Adán porque ha sido borrado por la muerte de Cristo ¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!

Con este gran acontecimiento que ha cambiado la vida de la historia se alegra también la Iglesia, pues ha sido revestida de luz. Esta nunca podrá ser destruida por ningún acto humano, porque la Iglesia no la llevan los hombres sino el mismo Cristo presente en ella cada día desde su origen hasta el final de los tiempos. Podrá ser atacada pero nunca destruida.

Esta nueva vida, que hemos visto y palpado con nuestras manos y nuestros ojos debemos anunciarla a todos los hombres, como hicieron las mujeres al volver del sepulcro, para que puedan conocer la verdadera vida y alegría que es Cristo resucitado, no nos lo quedemos nosotros sino lo que hemos visto démoslo a los demás.

Demos gracias al Señor nuestro Dios. Vivamos la comunión con él. La autentica vida nos llega de ser amados por Aquél que es la Vida, nos viene del vivir con él y del amar con él. Démosle nuestra vida al Señor para que el haga de nosotros lo que más necesite. 

sábado, 23 de abril de 2011

JESÚS MUERE EN LA CRUZ

Entre todos aquellos estudiosos que se han dedicado a estudiar la muerte de Jesús, podemos encontrar muchas coincidencias acerca del año y el día de la muerte de Jesús. Muchos de ellos afirman que este acontecimiento que ha cambiado la vida de los hombres fue verdaderamente un viernes, el día 7 de abril del año 30, que en el mes judío coincide con el día 14 del mes de Nisán.

Para hacer esta aproximación de la fecha de la muerte de Cristo hay que basarse en tres ordenes: la historia en general, la cronología evangélica interna y el cálculo astronómico. La unión de todas ellas nos da un resultado preciso con altas posibilidades de exactitud histórica.

Toda esta investigación se ha hecho porque en la antigüedad no existían actas de defunción como hoy donde aparecen los motivos del fallecimiento junto con la fecha y hora de la defunción.

Flavio Josefo, que es un historiador no cristiano, en una obra del año 93 que se llama Antiguedades judaicas, recoge que Jesús fue condenado por Pilato a morir en cruz. Al ser un historiador no cristiano no ganaba nada por añadir en su obra este hecho, el lo añadió y por eso podemos decir que es un hecho verdadero que ocurrió en el pueblo de Israel.

Pilato, según la historia, ejerció su mandato de prefecto de Judea del año 26 al 36. Fue por tanto entre esos años donde ocurrió la muerte de Cristo.
 
Si miramos la cronología evangélica nos ayuda a precisar un poco más. La muerte de Jesús tuvo que acontecer entre el año 27 y 32. Los cuatro evangelios coinciden en afirmar que la muerte tuvo lugar un viernes de Nisán. 

Para los judíos la pascua era siempre el 14 del mes de Nisan por la tarde. Según los sinopticos, el año en que muere  Jesús  el 14 de Nisán cayó en jueves, muriendo Jesús el viernes 15 de Nisán sobre la hora sexta (15.00 hrs) y según San Juan el viernes en que muere Jesús era el 14 de Nisán, moriría por tanto antes de la cena de pascua.  Los astronómos deben estudiar cual de los años este viernes coincidió con el día 14 ó 15 de Nisán. Tal coincidencia se dio solo en los años 27, 30, 33 y 34. En estos años el 14 ó 15 de Nisan cayó en viernes. De entre ellos se elige el año 30 porque es el más coherente con lo que dice San Lucas que “Jesús tenía unos treinta años al iniciar su ministerio público”. Esta expresión flexible “tenía unos treinta” permite contar con un margen de dos o tres años en torno a los treinta. Si Jesús nació el año 6 antes de Cristo y comenzó su vida pública el año 27, tenía para esta última fecha 32 ó 33 años. Podemos deducir en nuestro supuesto que Jesús habría tenido entonces unos treinta y tres años.

Por otro lado tenemos que decir que aquel viernes era día 14, o sea, el día de la preparación de la Pascua tal y como dice San Juan. Este dato es el más acertado por los estudiosos. San Juan es el que refiere el curso real de los acontecimientos. Jesús fue por tanto arrestado el día 13 de Nisán, jueves, y crucificado el día 14, viernes, víspera de la fiesta de la Pascua, que aquel año coincidía con el sábado día 15. Por tanto según este estudio la cena que tuvo lugar el jueves no pudo ser la cena ritual de Pascua porque los judíos suelen celebrarla el día 14, víspera de la fiesta de Pascua.

De todos modos vuelvo a reiterar que tenemos pocos datos para precisar la fecha de la muerte exacta de Cristo.


Descendió a los infiernos.



Un altar despojado de manteles, un sagrario abierto y vacío. Así expresa la liturgia del Sábado santo ese misterio del descenso de Cristo muerto a los infiernos. Sólo la Cruz, descubierta, permanece entronizada porque, si bien la humanidad de Cristo se ha ocultado totalmente en el sepulcro, la revelación suprema de la Cruz ya está cumplida y realizada. El silencio orante, cargado de Espíritu Santo, junto a la presencia también silenciosa y contemplativa de María, sostienen el ritmo litúrgico de este día.
El descenso de Cristo a los infiernos es un misterio profundamente eucarístico, por más que, durante todo este día, la liturgia se centre en el ayuno y en la oración devocional. La Iglesia contempla con expectación silenciosa esa ausencia de Cristo, de su cuerpo, ahora oculto en el sepulcro. Una ausencia en la Cristo llega al límite de la Encarnación, a lo más profundo de su abajamiento y humillación como hombre, experimentando por la muerte la separación de su propio cuerpo. En este misterio, ni siquiera ese cuerpo de Cristo es ya visible, sino que toda su humanidad permanece oculta en el sepulcro, tal como profetizó ya Isaías: “no tenía apariencia ni presencia” (Is 53,2). Y, en cierto modo, aunque en la Eucaristía contemplamos y comemos el cuerpo de Cristo, es tan sin figura ni apariencia humana que, en ese pan, no deja de repetirse y prolongarse el misterio de abajamiento y ocultamiento que Cristo vivió en su descenso a los infiernos. Vive hoy el silencio de la liturgia junto al corazón silencioso y adorador de María. También en su seno el Verbo se escondió y enterró, anticipando al principio de su vida terrena el principio de esa otra vida de gloria que había de empezar en el seno de la tierra. 


Mater Dei

viernes, 22 de abril de 2011

A LA HORA NONA



El viernes santo es, propiamente, el primer día en que comienza a celebrarse el misterio pascual de Cristo. Destaca la ausencia de una liturgia eucarística, porque todo el Triduo Pascual forma una unidad cuya única Eucaristía es la que se celebrará en la noche de Pascua, durante la Vigilia Pascual. Dado que la obra del Espíritu se realiza y celebra íntimamente asociada a la obra de Cristo, a la mayor humillación de la Cruz se corresponde también la mayor presencia silenciosa y escondida del Espíritu, que la liturgia expresa a través del silencio.

Silencio ha de ser también el clima del alma que acompaña, junto a María al pie de la Cruz, las lágrimas y los dolores de esta Madre entrañable. Besa esos pies traspasados de Cristo que se posaron tantas veces sobre la tierra salida de sus manos. Contempla los ojos cerrados de Aquel cuya mirada enamora las almas. Escucha el silencio mudo de esos labios que tanto hablaron a los hombres de las cosas del Reino. Acércate a ese corazón parado y quieto que tanto amor al Padre y a los hombres custodia dentro. Toca esa llaga del costado de la que brota a borbotones tanta gracia del Espíritu. Abraza, como María en su seno, ese cuerpo entregado que yace tantas veces en el regazo del altar haciéndose alimento de tu vida. Has de contemplar mucho la Cruz y encontrar en ella el centro de tu vida, si quieres entrar en lo más íntimo del misterio de Dios. 

Mater Dei

jueves, 21 de abril de 2011

Ante el sagrario vacío



La liturgia vespertina del Jueves Santo se celebra en la hora de las primeras Vísperas del Triduo Pascual, como pórtico solemne que abre e ilumina los misterios que se celebrarán en los tres días siguientes. Tiene, por tanto, carácter anticipatorio: de la misma forma que Cristo anticipó ritualmente en la última Cena lo que iba a realizar históricamente en la Cruz y resurrección, así también se anticipa en la Eucaristía vespertina de este día lo que se celebrará más propiamente del Viernes Santo al Domingo de resurrección. Junto con la institución de la Eucaristía y del sacerdocio, el mandato del Señor del amor fraterno es el gran misterio en que insiste la liturgia del Jueves Santo.
El sagrario vacío que contemplamos hoy en tantas iglesias recuerda aquella nada primordial, a partir de la cual Dios dio inicio al ser de toda la creación material, inaugurando así la historia de la salvación. Una nada en la que “el Espíritu de Dios aleteaba por encima de las aguas” (Gn 1,2). Ahora, una nueva nada, simbolizada en el sagrario abierto y vacío, preludia una nueva creación y anuncia el momento culminante de esa historia de salvación que es el misterio pascual que se va a celebrar en los días del Triduo Santo. A partir de la obra de Cristo, el Espíritu Santo da inicio a su obra, recreando por la gracia, de forma nueva y más plena, todo lo que el pecado había desordenado. También la virginidad de María se asemeja a aquella primera ‘nada’ primordial de la que surgió la creación material. Ahora, en esa nueva ‘nada’ virginal, comienza, por la encarnación del Verbo, una nueva creación, la recreación del hombre y de todas las cosas. La fecundidad divina hizo salir del seno del Padre toda la creación del principio; esa misma fecundidad hizo salir del seno virginal de María esta nueva creación y este nuevo principio. Así has de ponerte hoy tú también ante el Señor, como ese sagrario vacío y abierto, pronto y dispuesto para que entre en él esa gracia nueva con la que el Espíritu recrea y renueva tu vida y todas las cosas.   

Mater Dei

miércoles, 20 de abril de 2011

“He deseado comer esta pascua con vosotros” (lc 22,15)


El Verbo hubo de hacerse carne para tener deseos a la medida humana. Hasta entonces sólo conocía los deseos a la medida divina, esos que anidaban en lo más íntimo del seno trinitario, en el amor del Padre, del Hijo y del Espíritu. Pero el Verbo hubo de hacerse carne para que los deseos de Dios cupieran también en el corazón pobre y quebradizo de los hombres. Aquel ardiente deseo de Cristo por celebrar la Pascua con sus discípulos escondía en la diminutas dimensiones de lo humano la sed y el anhelo eterno de ese corazón de Dios tan enamorado del hombre. Detrás del deseo de Cristo por celebrar la Pascua e instituir en ella la Eucaristía, estaba ese otro deseo mucho más profundo y amado que era hacer la voluntad del Padre. Pero estaba también el deseo de ti, pues nada de cuanto hizo el Señor en aquella Pascua y en toda su pasión sucedió sin que tu no estuvieras muy dentro de su alma.

Has de agrandar tu deseo de Dios a la medida del corazón de Cristo, si no quieres sucumbir a la tentación de la mediocridad y de un cristianismo ramplón y cumplidor. No hay amor allí donde dos enamorados no se buscan. Mira si en tu vida diaria buscas las cosas de Dios por encima de tus propios intereses, si no escatimas tu tiempo y tu alma para esa intimidad y compañía que Dios te pide. Si no buscas a Dios y deseas estar con El, quizá es que tu corazón politeísta está lleno de otros diosecillos que intentan usurpar el puesto que a Dios le corresponde. A la medida de tu deseo de Dios así será también la grandeza de tu alma y tu capacidad de Dios.  

Archidiócesis de Madrid

martes, 19 de abril de 2011

¡¡FELICIDADES SANTO PADRE!!



¡FELICIDADES SANTO PADRE!

El Santo Padre Benedicto XVI celebra hoy el sexto año de Pontificado después de haber sido elegido por el Conclave el día 19 de abril de 2005. Que el Señor le siga bendiciendo al Papa con toda clase de bienes espirituales para que, iluminado con la luz del Espíritu Santo, pueda seguir guiando a su Iglesia en el camino hacia la santidad. ¡Felicidades Sto. Padre!

“Antes que el gallo cante” (mt 26,34)


Poco le duraron a Pedro los entusiasmos, propósitos y decisiones que había ido fraguando en su corazón fogoso durante aquella última Pascua que el Maestro acababa de celebrar. Toda la cena pascual fue tan desconcertante, tan sobrecogedora y nueva, en un clima de tanta intimidad con el Maestro, que los once apóstoles hicieron eco a Pedro confesándole ardientemente a su Señor que jamás le negarían y que estaban dispuestos a morir aquella noche con Él. Aquella última cena terminó bien entrada la noche y, a las pocas horas, en cuanto asomaron por el horizonte los primeros atisbos de juicio, flagelación y crucifixión, el miedo paralizó aquellos corazones débiles y asustadizos. Pedro negó al Maestro antes de que los gallos llegasen a cantar anunciando el alba y saboreó, entonces, la vergüenza y el dolor de haberse confiado en la fuerza autosuficiente de su propia soberbia.

Hay mucho de este Pedro en nosotros cuando nos entusiasmamos con el bien de las almas, el seguimiento de Cristo, la entrega apostólica o el atractivo por la oración pero, pasados los primeros fervorines, comenzamos a perder el gusto, la ilusión y el entusiasmo por las cosas de Dios. Y, sin embargo, en esa negación dolorosa y arrepentida de Pedro, el apóstol ofreció a su Maestro un amor mucho más grande, más realista, más maduro, más precioso, que aquel que, horas antes, había demostrado en el Cenáculo. El Señor no cambia. Somos nosotros los que cambiamos al vaivén de nuestros estados de ánimo, problemas, dificultades, sentimentalismos o conveniencias. Tu amor a Dios ha de pasar del sentimiento a las obras y de las ideas a la vida, si no quieres estancarte en un amor infantil e inmaduro que no es capaz de llegar a la Cruz.



Archidiócesis de Madrid