Hay una indiferencia que es expresión y síntoma de nuestro egoísmo. Es esa actitud individualista que me hace vivir al margen de los problemas y necesidades de los demás y que suelo disfrazar de buena educación, diciendo que es mejor no meterse en donde no me llaman. Hay, en cambio, otra indiferencia más humana, incluso santa, que nace de Dios y lleva a Él. Es esa actitud de fe serena, que atisba a Dios detrás de todos los acontecimientos y situaciones, aun las más insignificantes y anodinas, y que lleva a un abandono confiado en la voluntad del Padre. Es una indiferencia que se vive no tanto desde los sentimientos cuanto desde la razón y la fe oscura. Desde esa confianza ciega en la providencia y en el actuar de Dios, ya no apeteces más una cosa que otra, ya no te rebelas ante imprevistos, fracasos o desconciertos, ya no buscas entender las circunstancias humanamente absurdas, porque en todo está Dios y todo conduce a Él. Porque "sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman" (Rm 8,28). Esta santa indiferencia es un don de Dios, que fructifica allí donde encuentra un corazón muy roturado por la sencillez. Bien asentado en esta santa indiferencia, que no tiene nada que ver con un alma insensible y fría, podrás ser roca firme en la que muchos apoyen su cruz y encuentren en ti el consuelo que Cristo crucificado encontró en María, firme al pie de la Cruz.
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LA PRESENCIA DE DIOS EN MEDIO DE LA HISTORIA DEL HOMBRE.
Por ello, este blog lo que pretende es reconocer a través de los hechos en la Iglesia, la presencia de Dios en medio de su Pueblo.
viernes, 14 de septiembre de 2012
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