Hace unos años, gracias a un sacerdote de la diócesis de Alicante conocí la persona de Rebeca Rocamora. Esta joven es un ejemplo de santidad para todos los jóvenes de nuestro tiempo. Nos muestra que hoy es posible ser santos. Para ello tenemos que vivir siempre muy unidos al Señor, teniendo a Jesucristo como centro de nuestro corazón. Mirando en Internet pude encontrar esta breve biografía de su persona. Podéis encontrar más en www.rebecarocamora.es
Es la segunda de cuatro hermanas. Su nacimiento es motivo de enorme felicidad para sus padres, Óscar y Mª Rosi, que habían perdido un niño a los seis meses de gestación. Aunque peligraba un nuevo embarazo, Rebeca llega tan sana y fuerte, que la comadrona que asiste en el parto comenta: “Es un ángel rubio con ojos de cielo”.
Es bautizada a las dos semanas de nacer, el 21 de septiembre, en su Parroquia de San Pedro Apóstol. Recibe el nombre de Rebeca, que significa: la que une y que encajará perfectamente con su personalidad. Se le añade el de María para ponerla desde el primer momento al amparo de su mirada maternal.
Rebeca crece en un entorno de fe cristiana, modesto, acogedor y alegre. Su padre trabaja como encargado en un taller de aparado de calzado y su madre en una tienda de labores. De ellos irá aprendiendo poco a poco a amar a Dios y crecer como persona. Estas enseñanzas van calando hondo en su receptivo corazón y se transparentan en sus acciones. Es una niña cien por cien normal, dócil a la gracia, a la que irá respondiendo según su edad.
Tiene un carácter afable y generoso. Físicamente muy guapa: de cabello rubio, grandes ojos azules, con una mirada limpia y una sonrisa que a todos atrae. Es cariñosa, familiar, ama la naturaleza y la grandeza de las pequeñas cosas.
Cursa los estudios de EGB en el Colegio Público San Pedro Apóstol de su pueblo natal. Le gusta aprender, es buena alumna y compañera. Disfruta jugando con sus hermanas y amigos. Casi siempre acaba siendo el alma de travesuras y fiestas por su ingenio y espontaneidad. Dicen sus padres que “tenía un temperamento vivo que compaginaba perfectamente con su dulzura”. Rebeca se va abriendo a la vida como una niña feliz.
El 3 de junio de 1984 hace la Primera Comunión a los ocho años de edad. Rebeca prepara su corazón poniendo a Dios en el primer lugar… En esa época sus padres están pasando apuros económicos, no hay para gastos extraordinarios y su madre le comenta: “Hija, ¿quieres que la mamá te haga a punto el vestido de Primera Comunión y el papá te confeccione los zapatos?”. Y ella, con toda naturalidad, responde: “¡Claro que sí mamá, lo importante es el Señor!”.
Viendo la alegría que refleja al recibir a Jesús por primera vez, el párroco le manifiesta: “Rebeca, no pierdas nunca esa sonrisa”, y así lo cumplirá hasta en los momentos más difíciles. Muy pronto comienza a vivir abrazada a la cruz de la enfermedad. Ella misma escribe en su catecismo, con inocencia y determinación: “Acepta con agrado la llamada del Señor sin temor a lo que te pueda pedir” y esta promesa a Jesús: “Ser fiel a sus mandamientos y cumplirlos, dando así testimonio de fe y amor”.
En marzo de 1985, visitando un santuario mariano, aparecen los primeros síntomas de una diabetes insípida e idiopática, sufre fuertes dolores de cabeza y una parálisis ocular. Tras meses de reconocimientos médicos y dolorosas pruebas, le descubren un tumor en la hipófisis. El 9 de Mayo de 1986 es ingresada de urgencia en la clínica madrileña Puerta de Hierro, donde permanecerá tres largos meses.
Rebeca se enfrenta a una dura enfermedad, cuánto más para una niña de diez años, sin dar la espalda a Dios. Él va poniendo las mediaciones oportunas… Una de las más importantes, que marcará su interior para siempre, será conocer al Padre Lope Nuño Gallas, ejemplar sacerdote que le ayudará a aumentar su amor a la Virgen y el abandono filial.
No hay lugar para el aislamiento o la tristeza… Durante su estancia en el hospital, Rebeca es muy activa, derrocha amor a cada paso… A pesar de padecer las consecuencias de un tratamiento agotador, no piensa en sí misma y después de cada sesión, aún le quedan fuerzas para visitar a sus compañeros, enfermos como ella, y animarlos. La quieren tener a su lado… Deja en ellos, sus familiares y el personal sanitario, alegría, consuelo y esperanza. Vive pendiente de los suyos, a los que siempre saca una sonrisa, intentando hacerles olvidar las preocupaciones.
A finales de verano, los médicos temen que el tumor no desaparezca totalmente con la radioterapia, sin embargo, Rebeca sana por mediación de María, a la que se había acogido confiadamente. Cesa también la parálisis ocular, irreversible para muchos, atribuida a la intercesión de Santa Gema Galgani. Estos sucesos hacen de ella una muchacha agradecida, naciendo el deseo de darse a los demás como catequista de los más pequeños.
El tratamiento utilizado hará su salud algo frágil, debiendo viajar semestralmente a Madrid para ser revisada por los médicos. A su vuelta a casa manifiesta una gran fuerza interior adaptándose a su vida habitual, prosiguiendo sus estudios sin demostrar a nadie su nueva situación, aun a costa de muchas renuncias y sacrificios, incluso de sufrir la incomprensión de algunas personas… Su actitud ante la vida no cambia: acepta el dolor transformándolo en un sí. La enfermedad la acerca más a Dios y a los que están a su lado. Nada le hace perder la sonrisa.
El 2 de Junio de 1990, en la vigilia de Pentecostés, recibe la Confirmación. Este sacramento le hace comprometerse en su vida como creyente dando una respuesta personal. Sabe que a veces tiene que ir contracorriente, pero Rebeca vive su fe de forma natural, colaborando en la parroquia con sencillez y dinamismo.
Es elegida responsable de un grupo de jóvenes en el Neocatecumenado Parroquial, y por fin puede realizar su sueño: en octubre comienza a dar catequesis de Precomunión, cultivando en los niños la semilla de la fe, el amor a Dios y a los hermanos. Con entrega y disposición de servicio, con paciencia y entusiasmo por vivir lo que enseña… Es su particular misión en la Iglesia. Una labor apasionante de apostolado que, aunque la salud a veces no le acompañará, realiza hasta su muerte.
Rebeca continúa su vida como una chica a la que le gusta el deporte, las manualidades, los libros y el cine de aventuras, la música, bailar… Lo normal a su edad. A pesar de los obstáculos que se le presentan, concluye los estudios como Técnico Auxiliar Administrativo. Pone todo lo mejor de sí misma en los detalles cotidianos con sus familiares y amigos, siempre con un toque de humor. Para ella, la felicidad consistirá en hacer felices a los demás.
Dicen quienes la conocieron que “Rebeca te hacía sentir como la persona más importante del mundo”. Ama de una forma personal y, sin proponérselo, la transparencia de su mirada disipa las nubes que a veces se ciernen sobre los demás, como fiel reflejo de su vida interior.
Cuando está inmersa en lo más hermoso de la juventud, llega de nuevo una inesperada enfermedad… A principios de 1995 se le presenta un progresivo malestar. Las revisiones en Madrid y la visita a varios especialistas no dan con el diagnóstico. Todo lo que le recomiendan lo cumple fielmente, pero sigue sin encontrarse bien. En febrero de 1996 padece una parálisis facial y el 4 de marzo vuelve a ser ingresada en la clínica Puerta de Hierro, sufriendo una hemiplejia. Le diagnostican entonces un glioma de alto grado que le asegura pocos días de vida; aunque más tarde se descubre que el daño es por un medicamento que tomaba desde su primera enfermedad, salido defectuoso de laboratorio.
Regresa a casa desahuciada en lo humano, pero Rebeca no tiene quejas ni preguntas, sabe que Dios le ama. Es el momento en que brota una luminosa transformación interior que se intensifica día a día… Pide a su párroco ser bendecida por la reliquia del Lignum Crucis que se venera en su pueblo y éste permite que permanezca junto a ella toda su enfermedad. “La fe en la Santa Cruz es mi fuerza”, afirmará Rebeca. La cruz la une cada vez más a Dios, al deseo de aceptar Su Voluntad. La hace crecer a pasos de gigante y madurar en la fe, hasta el punto de contestar, cuando le dicen que pida la salud: “Es que el Señor ya sabe que, si conviene, me la tiene que dar. Yo sólo le pido que me aumente la fe”.
A diario se celebra la Eucaristía en su habitación, se convierte en iglesia viva donde emplaza a que la acompañen para alabar y dar gracias al Señor. Frente a su cama se coloca una imagen del Sagrado Corazón de Jesús que visita a los enfermos, con quien tiene una profunda comunicación espiritual. Y realiza su última visita al Santuario de Lourdes para que la Virgen le ayude a seguir adelante en los momentos más duros. En uno de ellos le dice su madre: “Hija, ¡cuánto vas a sufrir!”, pero ella contesta: “No, mamá, esto no es sufrir. Sufrir, sufrió el Señor”.
No quiere que nadie sufra a su alrededor, su delicadeza es cada vez más fina, incluso se acuerda del pobre que pedía limosna cerca de su casa durante las fiestas del pueblo, pidiendo que lo atiendan por ella. Y en una leve mejoría, su único deseo es seguir dando catequesis… Con sus padres y hermanas vive un auténtico cenáculo, les dice: “No pasa nada, todo se andará”. Desde su cama está pendiente de familiares, amigos y cuantos la visitan, siendo ella misma quien les da paz y una palabra de aliento, ofreciendo su enfermedad por todos. Se sienten envueltos en una atmósfera de cielo, atraídos por su testimonio de fe, esperanza y amor. Rebeca se convierte para ellos en señal de la presencia de Dios con una alegría contagiosa, una serenidad impresionante y una fortaleza poco común.
El corazón de Rebeca amplía horizontes hasta límites insospechados, comprendiendo poco a poco el designio de Dios sobre su vida… Recibe la visita del Obispo Emérito de la diócesis, Mons. Pablo Barrachina y Estevan, a quien confía: “Me voy al Cielo y poco a poco me llevaré a los que quiero… A medida que Dios les llame, yo estaré allí junto a Él para interceder por ellos”. Finalmente, a las nueve de la noche del 26 de mayo de 1996, domingo de Pentecostés, muere Rebeca a los veinte años de edad dibujando en su rostro una serena sonrisa mientras su familia reza el rosario junto a ella.
Tras su muerte acude a verla una continua peregrinación de gente de todas las edades, llegada espontáneamente de distintos lugares: jóvenes, adultos, enfermos, sacerdotes, muchos niños, incluso se da alguna conversión y otros sienten la llamada a seguir al Señor… Quieren besarla, tocarla, pedirle… Su funeral es también multitudinario, concelebrado por cuatro presbíteros que ofician la misa de gloria, cantada por un grupo de seminaristas del Seminario Diocesano. Es una celebración distinta, festiva… Un canto a la vida, a la obra de Dios realizada en Rebeca, que el párroco resalta bellamente en la homilía.
Desde ese día son muchas las personas que visitan su sepultura dejando flores, notas de petición o agradecimiento, y que asisten cada año a la misa por el aniversario de su muerte; así como quienes han pedido la introducción de su causa o atribuyen a su intercesión algunos favores obtenidos de Dios.
Con su vivencia sencilla y escondida, Rebeca deja una radiante estela de virtud y fama de santidad que está trascendiendo con fuerza, suscitando una respuesta a vivir la lógica del Evangelio, especialmente en los jóvenes. Para muchos, su estela es la de una verdadera cristiana… Como una antorcha, un punto de referencia o un estímulo para desear alcanzar la santidad, sólo hay que leer algunos testimonios…
Más que nunca, los hombres y mujeres de hoy necesitamos testigos, ejemplos cercanos y actuales que nos ayuden a vivir con entusiasmo nuestra fe en los ambientes donde nos movemos. Seguramente, lo que atrae de Rebeca es, por un lado, que su vida es común a la de cada uno de nosotros, encontrando en ella una amiga… Y por otro, que su secreto consistió en vivir la vida ordinaria de una manera sobrenatural, poniendo amor en todo lo que se hace, sea grande o pequeño. Esta es la invitación que Rebeca nos ofrece para descubrir la verdadera alegría.
La apertura de su Proceso de Canonización se celebró el 14 de marzo de 2009, presidida por el Obispo de la Diócesis de Orihuela-Alicante, Mons. Rafael Palmero Ramos, acompañado por familiares y amigos de Rebeca, varios sacerdotes y centenares de personas. Actualmente está a punto de concluir su fase diocesana.
Me pareció muy enriquecedor este testimonio de vida fortalecida en Jesús, un gran ejemplo a seguir,
ResponderEliminarGracias Don Isaac.
Bendiciones!!