LA PRESENCIA DE DIOS EN MEDIO DE LA HISTORIA DEL HOMBRE.



A lo largo de la historia, Dios ha hablado a los hombres de muchas maneras, hoy nos ha hablado por medio de Jesucristo. Él se hace hoy presente en medio de su Iglesia, la Iglesia que él ha querido fundar. Cristo, única promesa de felicidad, se hace presente en la realidad de cada día, en cada hombre y en cada acontecimiento.

Por ello, este blog lo que pretende es reconocer a través de los hechos en la Iglesia, la presencia de Dios en medio de su Pueblo.

martes, 10 de mayo de 2011

SAN JUAN DE ÁVILA, MAESTRO DE SANTOS.



S. JUAN DE ÁVILA
Patrono del clero español 



Nacido en Almodóvar del Campo (Ciudad Real) en 1500 en el seno de una familia acomodada, que le educó cristianamente, muy joven se trasladó a Salamanca para estudiar leyes (1516), con un futuro prometedor para un joven como él. El encuentro con Jesucristo cambió su vida radicalmente, y lo que estimaba ganancia lo tuvo como pérdida con tal de ganar el amor de Cristo que supera todo conocimiento. Y “lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo. Y más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo” (Flp 3,7-8). Esta experiencia de san Pablo se hizo carne en la vida del joven Juan de Ávila, y dejó Salamanca y el estudio de las leyes y el futuro prometedor, al ser “alcanzado por el Señor” (Flp 3,12), al que encontró pobre, humilde y penitente en su retiro de Almodóvar. Tres años dedicado a la oración y a la penitencia, años de crecimiento en el amor y de purificación interior, años que le preparaban para una donación más plena de sí mismo. El futuro de Juan de Ávila se fraguó en esos años de silencio exterior y de “atención a lo interior” en el despertar de su primera juventud.

Bien orientado por sus directores espirituales se encamina a Alcalá (1520-1526), decidido ya a ser sacerdote y a consagrar su vida a Cristo y a la evangelización. Doce pobres le acompañaron en la fiesta de su ordenación sacerdotal en Almodóvar del Campo, cuando ya sus padres habían muerto. Ni más banquetes ni más dispendios. Todo un programa de vida, cuando todavía Marx no había hablado de “pobres”, pero cuando Jesús hacía ya siglos “siendo rico se había hecho pobre para enriquecernos con su pobreza” (2Co 8,9) y cuando Francisco de Asís (1182-1226), un joven parecido a Juan de Ávila, en el seguimiento de Jesús dejó su hacienda y su casa para reconstruir la Casa de Dios desde los sólidos cimientos de la hermana pobreza y de la humildad.

Encendido en el amor de Cristo, a Juan de Ávila sólo le interesa ganar almas para Cristo (cf 1Co 9,19ss) e ir a gritar hasta el confín de la tierra, como lo hiciera Francisco Javier, que la salvación del hombre se encuentra solamente en Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, centro y plenitud de la revelación de Dios a los hombres, único salvador de todos los hombres. Y que la única desgracia del hombre es no haber conocido a Jesucristo y verse privado de su amor, aunque sólo sea por unos años, más aún si es para siempre. Por eso, se ofreció al obispo de Tlaxcala, Juan Garcés, para ir a Nueva España-México como misionero (1527). Pero D. Alonso Manrique, arzobispo de Sevilla, introduce una corrección en la trayectoria de esta vida misionera, a punto de embarcarse para México, y lo encauza en tareas de evangelización en su diócesis y después en otras diócesis del entorno, mereciendo por eso el título de “apóstol de Andalucía”.

Su obra principal Audi filia (con el incipit del Salmo 44) es todo un tratado de ascética de los más consultados y leídos en su época. “Ha convertido más almas que letras tiene” decía de este libro el cardenal Astorga, arzobispo de Toledo. La envidia de algunos lo llevaron a la Inquisición, que lo tuvo en la cárcel más de un año, de 1531 a 1533, saliendo de ella más encendido y purificado, plenamente identificado con Cristo crucificado, al estilo de san Pablo: “vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi” (Gal 2,19).

Al salir de la cárcel, en 1535 entabla contacto con el obispo de Córdoba Álvarez de Toledo y hace amistad con su sucesor el obispo Cristóbal de Rojas, al que entrega el Memorial para el Concilio de Toledo, que presidió el mismo obispo de Córdoba. En Montilla se instala en 1544. En Montilla, el Espíritu del Señor irá rematando su obra y desde su casa, cedida por los marqueses de Priego, escribe, habla, recibe a sus discípulos, sale para predicar algunas misiones, hasta su muerte el 10 de mayo de 1569.



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