LA PRESENCIA DE DIOS EN MEDIO DE LA HISTORIA DEL HOMBRE.



A lo largo de la historia, Dios ha hablado a los hombres de muchas maneras, hoy nos ha hablado por medio de Jesucristo. Él se hace hoy presente en medio de su Iglesia, la Iglesia que él ha querido fundar. Cristo, única promesa de felicidad, se hace presente en la realidad de cada día, en cada hombre y en cada acontecimiento.

Por ello, este blog lo que pretende es reconocer a través de los hechos en la Iglesia, la presencia de Dios en medio de su Pueblo.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Espíritu Santo, que alientas la adversidad del alma con tu longanimidad

Hablar de longanimidad es hablar de serenidad, temple, valor, ecuanimidad, constancia y entereza en la espera del bien. Todas estas virtudes, muy distintas de la escala de valores que el mundo pregona hoy día, han de llenarnos de razones humanas y sobrenaturales, para no apartarnos de la única verdad de nuestra vida: Jesucristo. La longanimidad nos ayuda a perseverar en nuestros propósitos, en la lucha contra nuestros defectos, en la aceptación del mal que nos aflige, en la fidelidad pequeña o grande de cada día. Nos alivia esa pena que proviene, precisamente, del deseo de un bien que se espera y que tarda en alcanzarse. Es paciencia extraordinaria y requiere mucho dominio de sí. “El Espíritu es incoercible, bienhechor, amigo del hombre, firme, seguro, sereno, que todo lo puede, todo lo observa” (Sb 7, 23). La serenidad nos sitúa correctamente en la acción adecuada. Sin apresuramientos ni improvisaciones, el ejercicio de cualquier actividad ha de estar ordenada hacia el fin debido. Es posible, entonces, calibrar  el alcance de nuestros actos que, por muy insignificantes que parezcan, tienen un valor que trasciende lo meramente accidental.

“Confortados con toda fortaleza por el poder de su gloria, para  toda constancia en el sufrimiento y paciencia; dando con alegría gracias al Padre que os ha hecho aptos para participar en la herencia de los santos en la luz” (Col 1,11-12). Cuando algo nos desanima, la acción del Espíritu Santo nos recuerda que hemos de tener constancia y tenacidad en la labor iniciada. La oración asidua, la frecuencia de los sacramentos, todos los medios humanos y espirituales a nuestro alcance, nos hacen crecer en perseverancia. Se adquiere, entonces, la firmeza de no caer en la tentación de creer que hemos perdido el rumbo, porque nos guía el Espíritu.
Mater Dei
Archidiócesis de Madrid

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