Es posible opinar sobre todo, pero mejor con fundamento. Por tanto, se pueden hacer juicios sobre la Iglesia , sobre actuaciones de hombres de Iglesia -no es lo mismo-, sobre determinados aspectos de la doctrina católica, etc., pero preferiblemente realizándolo con razones que cimenten la opinión. Un ejemplo: es frecuente motejar como desfasada la doctrina de la Iglesia -¿cómo no?- en el tema sexual. Recientemente oí en la radio alguien que juzgaba así, afirmando como de sentido común la admisión de todo en este campo. Ese "sentido común" sexual ya existía en la Roma imperial y no importó a los cristianos chocar con el ambiente. Escuché de niño que el sentido común es el menos común de los sentidos pero, además, la Iglesia no se guía por el sentido común, sino por la revelación de Dios, que comporta y supera ese sentido.
Otro ejemplo: un amigo me narraba lo expuesto por un compañero: le animaba al olvido momentáneo de su fe católica -naturalmente para evitar dogmas- y pasaba a continuación a fabricar una serie de juicios poco menos que infalibles sobre la Iglesia a partir de la pederastia, el gasto en las catedrales, curas con barragana, etc. Se huye del dogma que uno cree procedente de Dios y se aplican rigideces humanas.
No hay que asombrarse: ya le sucedió a Cristo de muy diversas maneras, tanto que la contradicción lo llevó hasta la Cruz. También podemos pensar en la interrogación a sus Apóstoles sobre lo que se decía de él: unos dicen que eres Elías, otros que Jeremías, alguno de los profetas o Juan Bautista que ha resucitado. -Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondió Pedro en nombre del resto: -Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.
Bien, pues es necesario comenzar por ahí para entender la Iglesia. De otro modo, se puede opinar, pero se disparata más que sí yo intentara escribir sobre física cuántica. La Iglesia es lo que es. Y ninguno pretenda que sea diversa, porque nadie lo ha conseguido en dos mil años a pesar de los muchos errores de los cristianos. Hay una línea que une Dios, Cristo, la Iglesia cuya ruptura origina otra realidad diversa. Lo que equivale a manifestar que hay un estrecho vínculo entre Revelación de Dios, Jesucristo como culmen de esa revelación, y la Iglesia -con su Magisterio- como medio para asegurar que no se desvirtúe lo manifestado por Dios y se nos apliquen los méritos de Cristo. Puede no gustar, pero es así.
Publicado en Levante-EMV el 30.09.11
Pablo Cabellos Llorente
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