Cuentan que, en una fría mañana de invierno, un gorrión, aterido de frío, buscaba refugio. Se encontró con una vaca y le pidió algún sitio donde encontrar un poco de calor. La vaca le "prestó" una de sus plastas, y ahí quedo calentito el gorrión. Al cabo de un rato, cuando se solidificó el lugar de su refugio, nuestro pájaro quedó aprisionado y pidió ayuda. Un zorro que merodeaba por el lugar acudió a donde se encontraba el gorrión, y éste le pidió encarecidamente que le librará de su opresión. El zorro sacó al pájaro de la plasta, ya seca, y se lo comió. La moraleja que podemos sacar del cuento es triple: piensa que, si alguien te ha metido en un "marrón", puede ser bueno; piensa que, si alguien te saca de un "marrón", puede que no siempre lo haga con buenas intenciones; pero, si te encuentras dentro de un "marrón", procura no decir ni "pío".
La aplicación a nuestra vida es evidente. El sacrificio, por ejemplo, puede suponer, casi siempre, un "marrón". Se trata de un plus de esfuerzo que ha de vencer nuestra desgana o nuestra pereza. Sin embargo, cuando se hace con generosidad, sin mirarse uno a sí mismo, la recompensa es evidente. En esa entrega a los demás, y con nuestra renuncia, realizamos un bien que dará verdaderos frutos que ayuden a otros en su crecimiento personal. Esa entrega, además, nos ayuda a alcanzar la madurez necesaria para vivir con fortaleza cualquier contrariedad. Sin embargo, cuando el sacrificio se hace sólo desde una actitud voluntarista, el corazón se endurece, queda sujeto a todo tipo de susceptibilidades, y los demás pueden volverse un obstáculo para nuestros propósitos egoístas. En cambio, cuando estés pasando ese sacrificio, percibiendo la soledad del cansancio y el agotamiento, no te quejes, interioriza esa entrega si no quieres que te devore la resignación a través de lamentos y excusas. Perderías, entonces, la fuerza de esa generosidad que busca hacer el bien a los demás. La gracia te ayudará a unirte a la entrega de Cristo en la Cruz, la que hizo por ti y por mi, y a hacer el bien desde el silencio de Dios, que es el que juzga la bondad de nuestros actos.
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