El Evangelio detalla que, cuando el Señor preguntó el nombre a aquellos demonios que poseían al endemoniado de Gerasa, ellos contestaron que su nombre era “Legión, porque eran muchos” (Mc 5,9). La lógica de Satanás se alía fácilmente con el espejismo sutil de lo cuantioso y numeroso, haciendo creer que el fracaso de lo cristiano está en proporción a la cantidad de cizaña que intenga ahogar al trigo, o que el poder de Dios depende de la poca o mucha cantidad de trigo que crece en nuestros campos. Cuanto más hostil al Evangelio es el ambiente que nos rodea, con más fuerza nos acecha la tentación del número. Nos deslumbran las cifras hasta hacer de ellas el termómetro con el que medir la fecundidad de nuestras empresas apostólicas. Nos puede el complejo de ser una minoría y fácilmente caemos en el engaño momentáneo y pasajero de sustituir la calidad de la fe por la cantidad de creyentes. Y, sin embargo, son las minorías las que logran mover los más pesados engranajes del mundo, oxidados por tanta herrumbre del pecado. ¿Te imaginas al Señor contando cuántos le habían seguido aquel día, gozándose en las multitudes que acudían a ver sus milagros o preocupado de que sus apóstoles eran sólo doce?
El trigo y la cizaña han de crecer juntos. No te desanimes cuando tengas que vivir tu fe entre la broza y la maleza de la incomprensión y la crítica. Tampoco cifres su alegría en el éxito aparente de tus abundantes frutos, ni midas tu eficacia apostólica por esas pequeñas multitudes que se agolpan alrededor de tu entrega a Dios. La soledad con que a veces habrás de vivir tu fe, aun entre los que dicen trabajar contigo en la misma viña del Señor, es esa buena tierra en la que crecerá tu vida interior y madurará tu seguimiento de Cristo. Acostúmbrate a vivir tu fe en condición de minoría, al modo de la levadura. Para que Dios sea en ti tu infinito, has de ser tú para él su número cero.
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