Cuando aún era cardenal, el actual Papa Benedicto XVI, hizo esta consideración: "Lo que me inquieta es saber si me identifico con la idea que Dios tiene acerca de mi". Es cierto, son muchas las cosas que nos inquietan, nos preocupan y, en ocasiones, no nos dejan dormir. Pero, ¿son preocupaciones auténticas, o están motivadas por nuestro egoísmo, fruto de un perfeccionismo voluntarista?
Este discernimiento es fundamental, sobre todo a la hora de tomar decisiones en cuestiones cotidianas. Si mis ambiciones diarias no están traspasadas por esa inquietud a la que aludía el Papa, entonces estamos desviando la atención hacia entretenimientos que, al final, me llevarán a tener un corazón mediocre que se olvidó de amar. Sólo cuando en cada una de nuestras acciones y deseos podemos rectificar la intención, centrándonos en Aquel que nos dio el privilegio de asemejarnos a Él, el entendimiento y la voluntad podrán pensar y actuar con serenidad.
¿Cuál es la idea que Dios tiene acerca de mí? Esa medida sólo la encontramos en Jesucristo, la idea que, desde la eternidad, descansa en la Trinidad. Su encarnación es la capacidad que se nos da, en todo momento, para volver, una y otra vez, a esa idea de Dios sobre nosotros. San Pablo nos exhorta a identificarnos con los mismos sentimientos de Cristo Jesús. Todos los santos, a lo largo de la historia, después de haber hecho todo tipo de filigranas (ascéticas, místicas, o ambas a la vez), llegan a la misma conclusión: hemos de aprender a descansar en la infinita misericordia de Dios. Lejos de cualquier tipo de falsa desidia, es lo más activo que podemos hacer, pues se trata de actualizar en todo momento la presencia de Dios en nuestra vida. Así, la inquietud ya no será desorden o impaciencia desesperada, sino tensión espiritual para que Dios sea uno en nosotros, morada de la Trinidad en nuestra alma, a imagen del Hijo en la tierra.
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