1. Juan Pablo II a los jóvenes
"En realidad, es a Jesús a quien buscáis cuando soñáis la felicidad; es Él quien os espera cuando no os satisface nada de lo que encontráis; es Él la belleza que tanto os atrae; es Él quien os provoca con esa sed de radicalidad que no os permite dejaros llevar del conformismo; es Él quien os empuja a dejar las máscaras que falsean la vida; es Él quien os lee en el corazón las decisiones más auténticas que otros querrían sofocar. Es Jesús el que suscita en vosotros el deseo de hacer de vuestra vida algo grande, la voluntad de seguir un ideal, el rechazo a dejaros atrapar por la mediocridad, la valentía de comprometeros con humildad y perseverancia para mejoraros a vosotros mismos y a la sociedad, haciéndola más humana y fraterna. Queridos jóvenes, (JUAN PABLO II, Jornada Mundial de la Juventud, Roma, agosto 2000).
Cada uno tiene que pararse a pensar si son éstos los sentimientos que más frecuentemente ocupan su corazón: soñar la felicidad, sentir insatisfacción con lo que se encuentra, sentirse atraídos por la belleza, tener sed de radicalidad, dejar las máscaras que falsean la vida, hacer de la vida algo grande, seguir un ideal, hacer una sociedad más humana y fraterna. Cada uno tiene que pararse a pensar si verdaderamente se siente insatisfecho, si vive buscando algo que llene su vida.
Juan Pablo II no se limitaba a afirmar lo que con toda probabilidad eran los sentimientos más comunes de los jóvenes. Interpretaba esos sentimientos y declaraba su significado: "Es Jesús a quien buscáis., es Él quien os espera., es Él la belleza que os atrae., es Él quien os provoca., es Él quien os empuja a dejar las máscaras., es Él quien os lee en el corazón., es Jesús quien suscita en vosotros el deseo. Diciendo sí a Cristo decís sí a todos vuestros ideales más nobles. No tengáis miedo de entregaros a Él. Él os guiará, os dará la fuerza para seguirlo todos los días y en cada situación".
La llamada de Jesús resuena dentro de nosotros mismos, en nuestra propia vida. En nuestra insatisfacción, nuestra búsqueda, nuestros deseos de radicalidad y de algo grande, podemos reconocer la pregunta que hizo Jesús a los dos discípulos de Juan Bautista, cuando le seguían sin saber bien adónde: "¿Qué buscáis?" (Jn 1,37). Y podemos reconocer también la respuesta que acertaron a balbucir los discípulos: "Maestro, ¿dónde vives?" (Jn 1,39). Se dejaron atraer por Jesús y consintieron en seguirle.
2. Escuchamos la Palabra de Dios (Mc 1,16-20; Lc 9,59-62; Jn 1,35-42)
Existir es responder a una llamada
Nuestra existencia no es puro azar, no hemos sido arrojados al mundo, no existimos por casualidad o por un absurdo. El Señor tiene un plan para cada uno de nosotros, nos conoce y nos llama por nuestro nombre. Cuenta con nosotros para confiarnos una misión: es lo que estamos llamados a hacer en la vida para tejer la historia y contribuir a la edificación de su Iglesia, templo vivo de su presencia.
En origen de nuestra vida hay una llamada. Vivir es percibirla, permanecer a la escucha, ser valientes y generosos para responder. Al final de nuestra existencia en la tierra seremos considerados siervos fieles que han aprovechado bien los dones que se nos han concedido .
Llamados a vivir como hijos de Dios
Hemos sido creados a imagen de Dios, para ser sus hijos, unidos por la acción del Espíritu Santo a Jesucristo, que es el Hijo. Estamos tan fuertemente llamados a vivir unidos a Jesucristo, que sólo conociéndole a Él nos entendemos a nosotros mismos y comprendemos nuestro destino. El Concilio Vaticano II lo dice así: "El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio de Jesucristo, perfecto Dios y perfecto hombre" (Gaudium et spes 22). "Desde que existo, mi existencia no tiene otro fin que Cristo mismo", decía el teólogo Henri de Lubac.
Si, como hijos de Dios, estamos llamados a vivir unidos a Jesucristo, el primer paso de nuestra respuesta es el Bautismo, por el que fuimos hechos miembros de su Cuerpo. En Él se va formando el pueblo de los llamados. La Humanidad entera va realizando en Cristo el destino al que está llamada como pueblo, como comunidad.
Nadie mejor que Jesucristo, el Hijo Eterno de Dios hecho hombre, puede hablarnos y reproducir en nosotros su imagen de hijo. Por eso nos invita a seguirle, a ser como Él, a compartir su vida, su palabra, sus sentimientos, su muerte y resurrección. El Hijo de Dios se hizo hombre para que la llamada de Dios resuene siempre en nosotros. No existe un solo párrafo en el Evangelio, o un encuentro o un diálogo, que no tenga un sentido vocacional, que no exprese, directa o indirectamente, una llamada por parte de Jesús. Según los relatos de los evangelios, parece que, Jesús siempre deja a quienes se encuentran con Él la misma preocupación: ¿qué hacer de mi vida?, ¿cuál es mi camino?
Llamados por Jesús
La relación de Jesús con sus seguidores no era como la de los demás maestros. La forma en que Jesús llamó a sus discípulos, la finalidad de dicha llamada y las consecuencias que tuvo en la vida de quienes le siguieron son los rasgos más novedosos de la experiencia de discípulos que encontramos en los evangelios.
Lo habitual era que un joven buscara una escuela o un maestro para hacerse discípulo. Los discípulos de los rabinos buscan algo parecido a una enseñanza más bien técnica para luego llegar a ser maestros. Sin embargo, los discípulos de Jesús no eligen ellos. Jesús es quien da el primer paso llamándolos a ellos. Él es quien llama y pone condiciones (Mc 1,16-20; Lc 9, 59-62) con una autoridad poco común.
Jesús no enseña una doctrina, sino que pide una adhesión incondicional a su persona para hacer la voluntad de Dios. En ninguno de los grupos religiosos de la época encontramos una exigencia de adhesión personal como la que encontramos en Jesús. El imperativo ¡sígueme! constituye el núcleo de su llamada. Seguir a Jesús, ir detrás de él, constituirá el centro del estilo de vida de sus discípulos. Él siempre será el Maestro, y los llamados siempre serán discípulos.
La iniciativa de Jesús de llamar a los discípulos y la autoridad con la que llama revelan una conciencia singular de sí mismo. Al actuar así, Jesús se sitúa en el mismo lugar que ocupa Dios en los relatos del Antiguo Testamento, en los que se cuenta la llamada a caudillos y profetas del pueblo para encomendarles una misión. Jesús es el Hijo de Dios.
Llama a todos. Es una llamada universal. Rompe las barreras de lo puro-impuro, pecadores-fieles. Llama a los publicanos que están lejos de la comunidad, incluso a los zelotes, o a los simples iletrados pecadores. Y a algunos los llama para una misión concreta.
A algunos, dice el evangelio de san Marcos, los llamó para que "estuvieran con él y para enviarlos a predicar". En primer lugar, para que establecieran una nueva relación con él, una relación que implica no sólo el aprendizaje de su doctrina, sino compartir su estilo de vida e identificarse con su destino. Esta identificación con Jesús es, además, la condición para que los discípulos puedan ser enviados a anunciar y hacer presente el reinado de Dios.
La llamada de Jesús incluye una misión o servicio: ser pescadores de hombres, anunciar el reino de Dios.
La llamada es apremiante. La respuesta debe ser rápida y sin reservas. No valen excusas sutiles, ni hacerse el sordo. Ante su llamada no se puede tergiversar nada ni tomarse ningún tiempo para realizar otras tareas humanas. A la llamada de Jesús para el Reino los discípulos responden inmediatamente y con toda la vida. Esa misión de los discípulos comporta el mismo riesgo a que ha estado sometido el maestro.
Jesús responde a nuestras preguntas
"Venid y lo veréis" (Jn 1, 39). Así responde Jesús a los dos discípulos de Juan el Bautista, que le preguntaban donde vivía. En estas palabras encontramos el significado de ser discípulo de Cristo. En esta escena tan conmovedora reconocemos todo el misterio de la vocación cristiana.
Los discípulos siguieron a Cristo. Seguir a Jesús es la expresión evangélica favorita para designar el discipulado. Se sigue a una persona, y no un programa o una ideología. Cuando Jesús habla de la actitud de sus discípulos hacia él, Jesús dice: "seguir". Como las ovejas siguen al pastor (Jn 10,4.5.27). Seguir a Jesús es fiarse de Él, dejarse iluminar por Él: "El que me sigue no camina en las tinieblas, sino que tiene la luz de la vida" (Jn 8,12). La "obra" principal que el Padre pide de quienes siguen a su Hijo es "que crean en él" (Jn 6,29).
Los dos discípulos son invitados a seguirle viviendo con Él y como Él. Es la llamada de Jesús a todo hombre. Una llamada que, para ser escuchada, requiere búsqueda y generosidad. De otro modo es difícilmente perceptible.
El cristianismo prende en los apasionados por la verdad y por el amor. Hay mil maneras de buscar. Pero todos los corazones persiguen lo mismo. Se llama felicidad, amor, alegría, razones para vivir, etc. Son nombres más o menos afortunados. Todos los nacidos de mujer, sabiéndolo o no, buscamos lo mismo.
Eso, detrás de lo cual el corazón anda ansioso, tiene un nombre, toma cuerpo, se deja ver, se puede decir que pasa delante de uno. Un verdadero cristiano es quien se ha encontrado con el rostro de Jesucristo y este encuentro no le ha dejado indiferente. ¿Nos atrevemos a avanzar por el camino que se abre ante nosotros? ¿Consentimos al seguimiento sincero y generoso de Jesucristo?
Jesús llama a dar la vida
Lo experimentaron los primeros discípulos y todos los que le han seguido después. Seguir a Jesús consiste en compartir su propio destino, en ser y obrar como Él. Más en concreto: vivir su misma relación con el Padre y con los hombres, sus hermanos. Los discípulos de Jesús aceptan la vida como un don recibido de las manos del Padre, para "perderla" y verter este don sobre aquellos que el Padre les ha confiado.
La vida toda de Jesús, y todo su ser, gira en torno a la misión. En ella se concentra y se expresa su obediencia al Padre y su amor tan extremado a sus hermanos: "Nadie tiene un amor más grande que éste: el de dar la vida por los propios amigos" ( Jn 15,13).
Jesús hace a sus discípulos partícipes de la misión que ha recibido del Padre. "Como me ha enviado a mí el Padre, así también yo os envío a vosotros" (Jn 20,21). Estamos llamados, por tanto, a reproducir y revivir los sentimientos del Hijo, que se sintetizan en el amor. Pero estamos llamados a hacerlo visible diversamente, según las circunstancias concretas, los dones recibidos, el modo de participar cada uno en la misión de Jesús.
Las modalidades serán diversas, pero la vocación fundamental de los discípulos es única: entregar la propia vida como lo hizo Jesús. El envío es, en efecto, el mandato de la tarde de Pascua (Jn 20,21), la última palabra antes de subir al Padre (Mt 28,16-20).
Jesús llama hoy
"Jesús, al invitar al joven rico a ir mucho más allá de la satisfacción de sus aspiraciones y proyectos personales, le dice: 'Ven y sígueme'. La vocación cristiana nace de una propuesta de amor del Señor y sólo puede realizarse gracias a una respuesta de amor: 'Jesús invita sus discípulos al don total de su vida, sin cálculo ni interés humano, con una absoluta confianza en Dios.
Los santos acogen esta invitación exigente y, con humilde docilidad, se ponen a seguir a Cristo crucificado y resucitado. Su perfección, en la lógica de la fe que muchas veces no se comprende bien, consiste en dejar de colocarse en el centro y elegir avanzar contra corriente, viviendo según el Evangelio'
Siguiendo el ejemplo de tantos discípulos de Cristo, acoged también vosotros con alegría, queridos amigos, la invitación a seguirle para vivir intensamente y con fecundidad en este mundo. Por el Bautismo, en efecto, llama a cada uno a seguirle a través de acciones concretas, a amarle por encima de todo y a servirle en sus hermanos. El joven rico, infelizmente, no acogió la invitación de Jesús y se marchó muy triste. Le había faltado valentía para desprenderse de los bienes materiales para encontrar el bien incomparable que Jesús le proponía.
La tristeza del joven rico del Evangelio es la que nace en el corazón de cada uno cuando no se tiene la valentía de seguir a Cristo, de elegir la mejor opción. ¡Pero nunca es demasiado tarde para responderle!
Jesús no deja de volver su mirada de amor y de llamar a hacerse discípulos suyos, pero a algunos les propone una opción más radical.
En este Año Sacerdotal, querría exhortar a los jóvenes y adolescentes a estar atentos para saber si el Señor no les está invitando a un don mayor, por el camino del sacerdocio ministerial, y a estar disponibles para acoger con generosidad y entusiasmo este signo de predilección particular, emprendiendo el necesario camino de discernimiento con un sacerdote o con su director espiritual.
No tengáis miedo, queridos muchachos y queridas muchachas, si el Señor os llama a la vida religiosa, monástica, misionera o de especial consagración: él sabe dar una profunda alegría a quienes responden con valentía.
Invito, además, a los que sienten la vocación la matrimonio a acogerla con fe, comprometiéndose a poner sólidas bases para vivir un gran amor, fiel y abierto al don de la vida, que es riqueza y gracia para la sociedad y para la Iglesia" (BENEDICTO XVI, Mensaje a los Jóvenes en la XXV JMJ, 2010).
3. Nuestra respuesta
Un encuentro de dos libertades
La historia de toda vocación cristiana es la historia de un diálogo entre Dios y el hombre, entre el amor de Dios que llama y la libertad del hombre que responde a Dios en el amor. Un encuentro de dos libertades. Nada más sagrado, nada que exija más respeto.
La intervención libre y gratuita de Dios que llama es absolutamente prioritaria, anterior y decisiva. La primacía absoluta de la gracia en la vocación encuentra su proclamación perfecta en la palabra de Jesús: «No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros y os he destinado para que vayáis y deis fruto y que vuestro fruto permanezca» (Jn 15, 16).
Esa primacía de la gracia requiere la respuesta libre del hombre. Una respuesta positiva que presupone siempre la aceptación y la participación en el proyecto que Dios tiene sobre cada uno; una respuesta que acoja la iniciativa amorosa del Señor y llegue a ser para todo el que es llamado una exigencia moral vinculante, una ofrenda agradecida a Dios y una total cooperación en el plan que Él persigue en la historia . En la vocación brillan a la vez el amor gratuito de Dios y la exaltación de la libertad del hombre; la adhesión a la llamada de Dios y su entrega a Él.
"Para acoger una propuesta fascinante como la que nos hace Jesús, para establecer una alianza con él, hace falta ser jóvenes interiormente, capaces de dejarse interpelar por su novedad, para emprender con él caminos nuevos. Jesús tiene predilección por los jóvenes, como lo pone de manifiesto el diálogo con el joven rico (cf. Mt 19, 16-22; Mc 10, 17-22); respeta su libertad, pero nunca se cansa de proponerles metas más altas para su vida: la novedad del Evangelio y la belleza de una conducta santa.
Siguiendo el ejemplo de su Señor, la Iglesia tiene esa misma actitud. Por eso, queridos jóvenes, os mira con inmenso afecto; está cerca de vosotros en los momentos de alegría y de fiesta, al igual que en los de prueba y desvarío; os sostiene con los dones de la gracia sacramental y os acompaña en el discernimiento de vuestra vocación" .
Es posible responder "no"
El joven rico se acercó a Jesús preguntando por el algo más que le faltaba. Había vivido cumpliendo los mandamientos desde pequeño. Cuando el joven pregunta sobre el 'algo más': "¿Qué me queda aún?", Jesús lo mira con amor y este amor encuentra aquí un nuevo significado. Jesús añade: "Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes, dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos, y ven y sígueme".
El joven es invitado a vivir según la dimensión del don, una dimensión no sólo superior a la de las meras obligaciones morales, como a veces se consideran los mandamientos, sino más profunda y fundamental. El joven es invitado a pasar de la vida como proyecto a la vida como vocación.
El cristianismo sólo se puede vivir en plenitud si se vive desde la llamada. "Si quieres" dice el Señor. Él respeta nuestra decisión, nuestra libertad.
"En realidad, es a Jesús a quien buscáis cuando soñáis la felicidad; es Él quien os espera cuando no os satisface nada de lo que encontráis; es Él la belleza que tanto os atrae; es Él quien os provoca con esa sed de radicalidad que no os permite dejaros llevar del conformismo; es Él quien os empuja a dejar las máscaras que falsean la vida; es Él quien os lee en el corazón las decisiones más auténticas que otros querrían sofocar. Es Jesús el que suscita en vosotros el deseo de hacer de vuestra vida algo grande, la voluntad de seguir un ideal, el rechazo a dejaros atrapar por la mediocridad, la valentía de comprometeros con humildad y perseverancia para mejoraros a vosotros mismos y a la sociedad, haciéndola más humana y fraterna. Queridos jóvenes, (JUAN PABLO II, Jornada Mundial de la Juventud, Roma, agosto 2000).
Cada uno tiene que pararse a pensar si son éstos los sentimientos que más frecuentemente ocupan su corazón: soñar la felicidad, sentir insatisfacción con lo que se encuentra, sentirse atraídos por la belleza, tener sed de radicalidad, dejar las máscaras que falsean la vida, hacer de la vida algo grande, seguir un ideal, hacer una sociedad más humana y fraterna. Cada uno tiene que pararse a pensar si verdaderamente se siente insatisfecho, si vive buscando algo que llene su vida.
Juan Pablo II no se limitaba a afirmar lo que con toda probabilidad eran los sentimientos más comunes de los jóvenes. Interpretaba esos sentimientos y declaraba su significado: "Es Jesús a quien buscáis., es Él quien os espera., es Él la belleza que os atrae., es Él quien os provoca., es Él quien os empuja a dejar las máscaras., es Él quien os lee en el corazón., es Jesús quien suscita en vosotros el deseo. Diciendo sí a Cristo decís sí a todos vuestros ideales más nobles. No tengáis miedo de entregaros a Él. Él os guiará, os dará la fuerza para seguirlo todos los días y en cada situación".
La llamada de Jesús resuena dentro de nosotros mismos, en nuestra propia vida. En nuestra insatisfacción, nuestra búsqueda, nuestros deseos de radicalidad y de algo grande, podemos reconocer la pregunta que hizo Jesús a los dos discípulos de Juan Bautista, cuando le seguían sin saber bien adónde: "¿Qué buscáis?" (Jn 1,37). Y podemos reconocer también la respuesta que acertaron a balbucir los discípulos: "Maestro, ¿dónde vives?" (Jn 1,39). Se dejaron atraer por Jesús y consintieron en seguirle.
2. Escuchamos la Palabra de Dios (Mc 1,16-20; Lc 9,59-62; Jn 1,35-42)
Existir es responder a una llamada
Nuestra existencia no es puro azar, no hemos sido arrojados al mundo, no existimos por casualidad o por un absurdo. El Señor tiene un plan para cada uno de nosotros, nos conoce y nos llama por nuestro nombre. Cuenta con nosotros para confiarnos una misión: es lo que estamos llamados a hacer en la vida para tejer la historia y contribuir a la edificación de su Iglesia, templo vivo de su presencia.
En origen de nuestra vida hay una llamada. Vivir es percibirla, permanecer a la escucha, ser valientes y generosos para responder. Al final de nuestra existencia en la tierra seremos considerados siervos fieles que han aprovechado bien los dones que se nos han concedido .
Llamados a vivir como hijos de Dios
Hemos sido creados a imagen de Dios, para ser sus hijos, unidos por la acción del Espíritu Santo a Jesucristo, que es el Hijo. Estamos tan fuertemente llamados a vivir unidos a Jesucristo, que sólo conociéndole a Él nos entendemos a nosotros mismos y comprendemos nuestro destino. El Concilio Vaticano II lo dice así: "El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio de Jesucristo, perfecto Dios y perfecto hombre" (Gaudium et spes 22). "Desde que existo, mi existencia no tiene otro fin que Cristo mismo", decía el teólogo Henri de Lubac.
Si, como hijos de Dios, estamos llamados a vivir unidos a Jesucristo, el primer paso de nuestra respuesta es el Bautismo, por el que fuimos hechos miembros de su Cuerpo. En Él se va formando el pueblo de los llamados. La Humanidad entera va realizando en Cristo el destino al que está llamada como pueblo, como comunidad.
Nadie mejor que Jesucristo, el Hijo Eterno de Dios hecho hombre, puede hablarnos y reproducir en nosotros su imagen de hijo. Por eso nos invita a seguirle, a ser como Él, a compartir su vida, su palabra, sus sentimientos, su muerte y resurrección. El Hijo de Dios se hizo hombre para que la llamada de Dios resuene siempre en nosotros. No existe un solo párrafo en el Evangelio, o un encuentro o un diálogo, que no tenga un sentido vocacional, que no exprese, directa o indirectamente, una llamada por parte de Jesús. Según los relatos de los evangelios, parece que, Jesús siempre deja a quienes se encuentran con Él la misma preocupación: ¿qué hacer de mi vida?, ¿cuál es mi camino?
Llamados por Jesús
La relación de Jesús con sus seguidores no era como la de los demás maestros. La forma en que Jesús llamó a sus discípulos, la finalidad de dicha llamada y las consecuencias que tuvo en la vida de quienes le siguieron son los rasgos más novedosos de la experiencia de discípulos que encontramos en los evangelios.
Lo habitual era que un joven buscara una escuela o un maestro para hacerse discípulo. Los discípulos de los rabinos buscan algo parecido a una enseñanza más bien técnica para luego llegar a ser maestros. Sin embargo, los discípulos de Jesús no eligen ellos. Jesús es quien da el primer paso llamándolos a ellos. Él es quien llama y pone condiciones (Mc 1,16-20; Lc 9, 59-62) con una autoridad poco común.
Jesús no enseña una doctrina, sino que pide una adhesión incondicional a su persona para hacer la voluntad de Dios. En ninguno de los grupos religiosos de la época encontramos una exigencia de adhesión personal como la que encontramos en Jesús. El imperativo ¡sígueme! constituye el núcleo de su llamada. Seguir a Jesús, ir detrás de él, constituirá el centro del estilo de vida de sus discípulos. Él siempre será el Maestro, y los llamados siempre serán discípulos.
La iniciativa de Jesús de llamar a los discípulos y la autoridad con la que llama revelan una conciencia singular de sí mismo. Al actuar así, Jesús se sitúa en el mismo lugar que ocupa Dios en los relatos del Antiguo Testamento, en los que se cuenta la llamada a caudillos y profetas del pueblo para encomendarles una misión. Jesús es el Hijo de Dios.
Llama a todos. Es una llamada universal. Rompe las barreras de lo puro-impuro, pecadores-fieles. Llama a los publicanos que están lejos de la comunidad, incluso a los zelotes, o a los simples iletrados pecadores. Y a algunos los llama para una misión concreta.
A algunos, dice el evangelio de san Marcos, los llamó para que "estuvieran con él y para enviarlos a predicar". En primer lugar, para que establecieran una nueva relación con él, una relación que implica no sólo el aprendizaje de su doctrina, sino compartir su estilo de vida e identificarse con su destino. Esta identificación con Jesús es, además, la condición para que los discípulos puedan ser enviados a anunciar y hacer presente el reinado de Dios.
La llamada de Jesús incluye una misión o servicio: ser pescadores de hombres, anunciar el reino de Dios.
La llamada es apremiante. La respuesta debe ser rápida y sin reservas. No valen excusas sutiles, ni hacerse el sordo. Ante su llamada no se puede tergiversar nada ni tomarse ningún tiempo para realizar otras tareas humanas. A la llamada de Jesús para el Reino los discípulos responden inmediatamente y con toda la vida. Esa misión de los discípulos comporta el mismo riesgo a que ha estado sometido el maestro.
Jesús responde a nuestras preguntas
"Venid y lo veréis" (Jn 1, 39). Así responde Jesús a los dos discípulos de Juan el Bautista, que le preguntaban donde vivía. En estas palabras encontramos el significado de ser discípulo de Cristo. En esta escena tan conmovedora reconocemos todo el misterio de la vocación cristiana.
Los discípulos siguieron a Cristo. Seguir a Jesús es la expresión evangélica favorita para designar el discipulado. Se sigue a una persona, y no un programa o una ideología. Cuando Jesús habla de la actitud de sus discípulos hacia él, Jesús dice: "seguir". Como las ovejas siguen al pastor (Jn 10,4.5.27). Seguir a Jesús es fiarse de Él, dejarse iluminar por Él: "El que me sigue no camina en las tinieblas, sino que tiene la luz de la vida" (Jn 8,12). La "obra" principal que el Padre pide de quienes siguen a su Hijo es "que crean en él" (Jn 6,29).
Los dos discípulos son invitados a seguirle viviendo con Él y como Él. Es la llamada de Jesús a todo hombre. Una llamada que, para ser escuchada, requiere búsqueda y generosidad. De otro modo es difícilmente perceptible.
El cristianismo prende en los apasionados por la verdad y por el amor. Hay mil maneras de buscar. Pero todos los corazones persiguen lo mismo. Se llama felicidad, amor, alegría, razones para vivir, etc. Son nombres más o menos afortunados. Todos los nacidos de mujer, sabiéndolo o no, buscamos lo mismo.
Eso, detrás de lo cual el corazón anda ansioso, tiene un nombre, toma cuerpo, se deja ver, se puede decir que pasa delante de uno. Un verdadero cristiano es quien se ha encontrado con el rostro de Jesucristo y este encuentro no le ha dejado indiferente. ¿Nos atrevemos a avanzar por el camino que se abre ante nosotros? ¿Consentimos al seguimiento sincero y generoso de Jesucristo?
Jesús llama a dar la vida
Lo experimentaron los primeros discípulos y todos los que le han seguido después. Seguir a Jesús consiste en compartir su propio destino, en ser y obrar como Él. Más en concreto: vivir su misma relación con el Padre y con los hombres, sus hermanos. Los discípulos de Jesús aceptan la vida como un don recibido de las manos del Padre, para "perderla" y verter este don sobre aquellos que el Padre les ha confiado.
La vida toda de Jesús, y todo su ser, gira en torno a la misión. En ella se concentra y se expresa su obediencia al Padre y su amor tan extremado a sus hermanos: "Nadie tiene un amor más grande que éste: el de dar la vida por los propios amigos" ( Jn 15,13).
Jesús hace a sus discípulos partícipes de la misión que ha recibido del Padre. "Como me ha enviado a mí el Padre, así también yo os envío a vosotros" (Jn 20,21). Estamos llamados, por tanto, a reproducir y revivir los sentimientos del Hijo, que se sintetizan en el amor. Pero estamos llamados a hacerlo visible diversamente, según las circunstancias concretas, los dones recibidos, el modo de participar cada uno en la misión de Jesús.
Las modalidades serán diversas, pero la vocación fundamental de los discípulos es única: entregar la propia vida como lo hizo Jesús. El envío es, en efecto, el mandato de la tarde de Pascua (Jn 20,21), la última palabra antes de subir al Padre (Mt 28,16-20).
Jesús llama hoy
"Jesús, al invitar al joven rico a ir mucho más allá de la satisfacción de sus aspiraciones y proyectos personales, le dice: 'Ven y sígueme'. La vocación cristiana nace de una propuesta de amor del Señor y sólo puede realizarse gracias a una respuesta de amor: 'Jesús invita sus discípulos al don total de su vida, sin cálculo ni interés humano, con una absoluta confianza en Dios.
Los santos acogen esta invitación exigente y, con humilde docilidad, se ponen a seguir a Cristo crucificado y resucitado. Su perfección, en la lógica de la fe que muchas veces no se comprende bien, consiste en dejar de colocarse en el centro y elegir avanzar contra corriente, viviendo según el Evangelio'
Siguiendo el ejemplo de tantos discípulos de Cristo, acoged también vosotros con alegría, queridos amigos, la invitación a seguirle para vivir intensamente y con fecundidad en este mundo. Por el Bautismo, en efecto, llama a cada uno a seguirle a través de acciones concretas, a amarle por encima de todo y a servirle en sus hermanos. El joven rico, infelizmente, no acogió la invitación de Jesús y se marchó muy triste. Le había faltado valentía para desprenderse de los bienes materiales para encontrar el bien incomparable que Jesús le proponía.
La tristeza del joven rico del Evangelio es la que nace en el corazón de cada uno cuando no se tiene la valentía de seguir a Cristo, de elegir la mejor opción. ¡Pero nunca es demasiado tarde para responderle!
Jesús no deja de volver su mirada de amor y de llamar a hacerse discípulos suyos, pero a algunos les propone una opción más radical.
En este Año Sacerdotal, querría exhortar a los jóvenes y adolescentes a estar atentos para saber si el Señor no les está invitando a un don mayor, por el camino del sacerdocio ministerial, y a estar disponibles para acoger con generosidad y entusiasmo este signo de predilección particular, emprendiendo el necesario camino de discernimiento con un sacerdote o con su director espiritual.
No tengáis miedo, queridos muchachos y queridas muchachas, si el Señor os llama a la vida religiosa, monástica, misionera o de especial consagración: él sabe dar una profunda alegría a quienes responden con valentía.
Invito, además, a los que sienten la vocación la matrimonio a acogerla con fe, comprometiéndose a poner sólidas bases para vivir un gran amor, fiel y abierto al don de la vida, que es riqueza y gracia para la sociedad y para la Iglesia" (BENEDICTO XVI, Mensaje a los Jóvenes en la XXV JMJ, 2010).
3. Nuestra respuesta
Un encuentro de dos libertades
La historia de toda vocación cristiana es la historia de un diálogo entre Dios y el hombre, entre el amor de Dios que llama y la libertad del hombre que responde a Dios en el amor. Un encuentro de dos libertades. Nada más sagrado, nada que exija más respeto.
La intervención libre y gratuita de Dios que llama es absolutamente prioritaria, anterior y decisiva. La primacía absoluta de la gracia en la vocación encuentra su proclamación perfecta en la palabra de Jesús: «No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros y os he destinado para que vayáis y deis fruto y que vuestro fruto permanezca» (Jn 15, 16).
Esa primacía de la gracia requiere la respuesta libre del hombre. Una respuesta positiva que presupone siempre la aceptación y la participación en el proyecto que Dios tiene sobre cada uno; una respuesta que acoja la iniciativa amorosa del Señor y llegue a ser para todo el que es llamado una exigencia moral vinculante, una ofrenda agradecida a Dios y una total cooperación en el plan que Él persigue en la historia . En la vocación brillan a la vez el amor gratuito de Dios y la exaltación de la libertad del hombre; la adhesión a la llamada de Dios y su entrega a Él.
"Para acoger una propuesta fascinante como la que nos hace Jesús, para establecer una alianza con él, hace falta ser jóvenes interiormente, capaces de dejarse interpelar por su novedad, para emprender con él caminos nuevos. Jesús tiene predilección por los jóvenes, como lo pone de manifiesto el diálogo con el joven rico (cf. Mt 19, 16-22; Mc 10, 17-22); respeta su libertad, pero nunca se cansa de proponerles metas más altas para su vida: la novedad del Evangelio y la belleza de una conducta santa.
Siguiendo el ejemplo de su Señor, la Iglesia tiene esa misma actitud. Por eso, queridos jóvenes, os mira con inmenso afecto; está cerca de vosotros en los momentos de alegría y de fiesta, al igual que en los de prueba y desvarío; os sostiene con los dones de la gracia sacramental y os acompaña en el discernimiento de vuestra vocación" .
Es posible responder "no"
El joven rico se acercó a Jesús preguntando por el algo más que le faltaba. Había vivido cumpliendo los mandamientos desde pequeño. Cuando el joven pregunta sobre el 'algo más': "¿Qué me queda aún?", Jesús lo mira con amor y este amor encuentra aquí un nuevo significado. Jesús añade: "Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes, dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos, y ven y sígueme".
El joven es invitado a vivir según la dimensión del don, una dimensión no sólo superior a la de las meras obligaciones morales, como a veces se consideran los mandamientos, sino más profunda y fundamental. El joven es invitado a pasar de la vida como proyecto a la vida como vocación.
El cristianismo sólo se puede vivir en plenitud si se vive desde la llamada. "Si quieres" dice el Señor. Él respeta nuestra decisión, nuestra libertad.
A veces pensamos que el Señor nos llama a realizar cosas muy difíciles o complicadas. El Señor nos llama a dar amor, únicamente y eso a veces significa únicamente una sonrisa, una palmadita en la espalda, una oración... Él conoce cuáles son nuestras debilidades y nuestras fortalezas y en base a ello, nos irá indicando el camino y la entrega que quiere que tengamos!!!! solamente digamos SI y que ese SI crezca cada día, seamos Jóvenes o Mayores, cada quien en su situación y pensemos solamente por un segundo ¡CUÁNTAS cosas le debemos!!!! pues le debemos TODO LO QUE SOMOS, el ser, el existir, las alegrías, el dolor y el sufrimiento y éstos últimos para tener algo que ofrecer... Gracias Señor por amarme y ayúdame a ser mejor cristiana cada día!!!!!!!
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