Sólo en la Cruz contemplamos el amor verdadero en extremo. Allí se unen, en un solo corazón, el mayor amor y el mayor dolor. ¡Cómo sostuvo María aquel corazón de Cristo en la Cruz! En aquel regazo de Madre encontraba el Señor su descanso y consuelo. Ella sostuvo, al pie de la Cruz, la redención del hombre, con la misma entereza de Madre con que sostuvo en sus manos la carne infante del Hijo crucificado. Y el Espíritu Santo, misteriosamente oculto para el Hijo sufriente, sostenía aquellos brazos clavados como sostuvo a los inicios la obra creadora del Padre.
Mientras me empeñe en huir de una redención crucificada, y busque continuamente una entrega tibia y acomodada, no gustaré de esa paz y gozo inefables, que sólo llega a saborear quien se deja conducir por caminos de mucha cruz. La Cruz nos repele y, sin embargo, es donde más intimamente tocamos a Dios. No quieras atemperar tu cristianismo con la comodidad mediocre e instalada de quien busca otros caminos de salvación sin cruz, sin renuncia y sin dolor. No pases indiferente ante la cruz de tantos hermanos tuyos, que llevan a cuestas el fardo pesado de un sufrimiento sin sentido. El mundo nunca dejará de escandalizarse ante este Dios clavado y destrozado por tanto amor y tanto pecado. Pero yo no soy del mundo. Corazón crucificado de Cristo, clavado y destrozado por haberte enamorado de la carne pecadora del hombre. Que no tenga miedo de subirme a la cruz con Él. Que no tenga reparo en besar cada una de sus heridas. Que no me canse de contemplar esa Cruz que tanta salvación me trajo. Esa sangre y ese cuerpo, ese Corazón traspadado, esas lágrimas de Madre, han de ser, para mí, mi vida, mi amor, mi descanso y todo mi consuelo.
Mater Dei
Archidiócesis de Madrid
No hay comentarios:
Publicar un comentario