Las lecturas que se proclaman cada domingo en la Eucaristía son fragmentos recogidos de los libros bíblicos. Estos fragmentos deben de ser entendidos siempre dentro del contexto en el que fueron escritos. La primera lectura del libro Isaías, leyéndolo a simple vista puede resultarnos algo complicado de entender. Sin embargo si vamos a su contexto podremos entenderla perfectamente. Isaías se dirige al pueblo de Israel que ha vuelto del destierro babilónico. Isaías les está invitando a reconocer la presencia de Dios en los acontecimientos imprevisibles de la vida, les invita a ver todo, incluso lo que nos pueda resultar doloroso o negativo como obra de la mano providente de Dios. Nos recuerda la lectura “buscarlo porque se deja encontrar” “invocarlo porque está cerca”. Fijaos, está tan cerca de nosotros nuestro Dios que no nos puede dejar indiferentes, su presencia cuestiona la vida del hombre en su forma de vivir y de actuar. Dios se ha dejado encontrar en Jesucristo, se ha hecho hombre, se ha hecho humano, semejante a nosotros menos en el pecado, habla el mismo lenguaje que nosotros y todo para que encontremos el camino de la vida. El Señor nos sale al encuentro, nos habla cada día, en cada momento a través de los acontecimientos cotidianos, ya sean buenos o malos, negativos o positivos, tristes o alegres, Jesús me habla a mi en estas realidades. Por nuestra parte debemos aprender a reconocerle siempre en estas circunstancias. Dios es tan grande que se ha hecho nuestro compañero de camino.
Nuestra respuesta a esta manifestación amorosa de Dios debe de ser la de adherirnos plenamente a su persona, entregar nuestras vidas para poder descubrir cuál es su voluntad para con nosotros. Solo podremos descubrirla a través de una escucha atenta de su palabra, en el silencio de la oración, del corazón. Cerca está el Señor de los que lo invocan decía el Salmo, invoquémosle para descubrir en nuestra vida su cercanía, su anhelo sobre nuestras vidas. Muchas veces pensamos que sabemos cuál es la voluntad de Dios sobre nuestras vidas y no nos damos cuenta que como dice el Señor “Mis planes no son vuestros planes, mis caminos no son vuestros caminos”. El camino que Dios quiere para ti y para mi es el camino de la conversión del Corazón.
El Señor en el Evangelio ya nos ha revelado un poquito cual es nuestra misión. Hemos sido llamados por él, cada uno con su nombre y apellido, para trabajar en su viña independientemente de cuál sea nuestro salario. Esta llamada a trabajar en su viña es algo precioso que nos hace descubrir una vez más la confianza que Jesús deposita en cada uno de nosotros. Nosotros somos la esperanza de la Iglesia, los santos del siglo XXI decía el Papa. Jesucristo ha confiado en nosotros a pesar de nuestra condición débil y nos ha encomendado la tarea más preciosa que un hombre puede hacer, anunciar su Palabra a todo hijo de Dios de buena voluntad que quiera escucharla. Este anuncio del Evangelio debe brotar del encuentro personal con Cristo, de la meditación asidua de su palabra, de la participación frecuente en la Eucaristía, un corazón vació de Cristo es un anuncio vacío. Al final de nuestra jornada, de nuestra peregrinación por esta vida recibiremos el salario que nos merecemos, un salario que es muy diferente al de los demás porque para Dios cada uno somos únicos, diferentes.
Un peligro que veo en nuestras vidas es el de trabajar por el reino para que Dios nos conceda aquello que pedimos, de tal forma que si no nos lo concede nos quejamos y decimos que Dios es injusto: “como puede ser, yo que me he matado por hacer esto o lo otro en la parroquia y aquel se le concede esto y a mí no”. Esta puede ser nuestra tentación, hacer las cosas para recibir. El Señor ante esta actitud nos debe de decir, ¿Qué pasa es que yo no puedo ser bueno? A cada uno el Señor nos da lo que necesitamos para nuestra santificación. Esa debe ser nuestra confianza, que Dios sabe bien lo que nos conviene a cada uno y así el nos da según nuestra necesidad. Porque vivir agobiados de si uno recibe más o menos, Dios es providente y él sabe bien lo que nos conviene en cada momento. Como vemos la forma de actuar de Dios no es la del hombre, lo que es injusto para el hombre es justo para Dios, todo está en la mente de Dios, en su providencia. Debemos pedirle al Señor que nos ayude a cambiar nuestros criterios mundanos y nos conceda pensar y actuar según los criterios de Dios, ver todo desde lo sobrenatural, desde la providencia de Dios que todo lo hace para bien de aquellos que le aman.
Queridos amigos, trabajar por el reino de Dios, respondiendo a su llamada con alegría, esforzándose por trabajar en su viña y esperar la recompensa del modo que él quiera y disponga, es lo que verdaderamente llena nuestro corazón. Dice S. Pablo “Ay de mi si no evangelizará sería triste y no podría vivir” porque “para mí – dice S. Pablo - la vida es Cristo”. Esa experiencia de amor de S. Pablo no puede quedarse con ella, él ve que irse al cielo porque estará cerca de Cristo, pero ve más necesario permanecer en la tierra para anunciar la buena nueva y que otros puedan conocer a Cristo Jesús. Teniendo esta experiencia personal podremos decir en primera persona como S. Pablo “para mí la vida es Cristo”
Muy buen artículo, es imposible ser indiferente a la llamada del Señor, es coma cosquilla dentro de nuestro ser y responder es una ilusón muy grande y para sentir todo eso sólo hay que abrir un poquito el corazón. Él es tan grande que entra del todo. Te amo Señor Jesús!!!!!!!!!!
ResponderEliminar