LA PRESENCIA DE DIOS EN MEDIO DE LA HISTORIA DEL HOMBRE.



A lo largo de la historia, Dios ha hablado a los hombres de muchas maneras, hoy nos ha hablado por medio de Jesucristo. Él se hace hoy presente en medio de su Iglesia, la Iglesia que él ha querido fundar. Cristo, única promesa de felicidad, se hace presente en la realidad de cada día, en cada hombre y en cada acontecimiento.

Por ello, este blog lo que pretende es reconocer a través de los hechos en la Iglesia, la presencia de Dios en medio de su Pueblo.

miércoles, 21 de agosto de 2019

Pensamiento

21.08.2019

PADRE PIERINO: ¡Cómo es dulce tener al lado hermanos y hermanas en los momentos del sufrimiento!

Com’è dolce avere a fianco fratelli e sorelle nei momenti della sofferenza!


PADRE PÍO:

Hace unos pocos días yo pensaba en lo que algunos dicen de las gaviotas, pequeñas aves, que hacen sus nidos en la playa del mar. Construyen sus nidos de forma redonda y se comprende que el agua del mar no puede entrar en ellos. En la parte superior del nido hay una abertura, por la que pueden recibir el aire. Ahí las gaviotas alojan a sus crías, que pueden nadar con seguridad y flotar sobre las olas sin llenarse de agua ni sumergirse. El aire que se respira por la abertura sirve de contrapeso y de balanza, de tal forma que los pequeños remolinos nunca terminan por volcar el nido.

Mis queridísimos hijos, ¡cómo deseo que vuestros corazones sean de tal forma que, por los lados, estén bien cerrados, para que, si los golpes y las tempestades del mundo, de la carne y del demonio os sorprenden, no logren penetrar dentro; y que no haya otra abertura que la de la parte del cielo, para aspirar y respirar a nuestro Señor Jesús.

Y este nido, hijos, ¿para quién estaría hecho si no para los polluelos de aquél que lo ha hecho todo por amor de Dios, llevado por sus inclinaciones divinas y celestes? Pero mientras las gaviotas construyen sus nidos y sus polluelos son todavía demasiado tiernos para soportar los golpes de las olas, Dios cuida y se compadece de ellos, impidiendo al mar que los sumerja.

(18 de enero de 1918, a los novicios – Ep. IV, p. 366)


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