“Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice ‘dame de beber’...” (Jn 4,10). Aquella mujer samaritana que llegó a sacar agua del pozo recibió el don inmenso de conocer a Jesús mientras le ayudaba a saciar su sed. Corazón de Cristo, conocido tarde y mal. Conocerte es amarte; amarte es seguirte; seguirte es cambiar de vida, pero no luego, después, mañana, sino ahora. Te conozco en tu Iglesia, en tu Palabra, en tus sacramentos, pero también en la fe oscura del día a día, cuando se esconden las ganas, el gusto sensible, la ilusión y el entusiasmo.
En esas fidelidades pequeñas y escondidas, casi rutinarias, pero nunca vacías de sólido amor, me muestras tu rostro más sediento y tu corazón más necesitado. En esa intimidad de lo cotidiano debo aprender a saborear la contemplación de quien sólo busca conocerte más para amarte mejor. Sólo por el camino del áspero –pero sabroso– conocimiento de la fe puedo entrar más profundamente en esa intimidad misteriosa e insondable de tu presencia de todos los momentos. Cuántas veces te escondes para que, buscándote con mayor avdez, el alma crezca en la fe ciega y oscura. El mundo no te conoce, porque no sabe buscarte en lo escondido, en lo que no cuenta, en lo que nadie valora. Así he de aprender yo ese estilo tan propio del Evangelio, que reviste lo más grande con los ropajes de lo más ínfimo y miserable. Corazón tan desconocido de Cristo, que sólo te muestras a los que te buscan con desnudez y pobreza interior. Que aprenda yo a buscarte, a conocerte, a encontrarte, en lo más escondido de mis miserias y debilidades, para que en ellas pueda manifestarse tu gloria y tu misericordia hacia los hombres. Conocerte es desearte más, vivir enamorado de ese Dios, que nada más que amor desea de ti.
Mater Dei
Archidiócesis de Madrid
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