Todos queremos ser felices. La felicidad es fuente de alegría cuando vivimos nuestro pensar en coherencia con nuestro actuar. Pero, en ocasiones, ponemos el corazón en cosas o personas que, más que producir dicha, nos dejan tristes o insatisfechos.
El ángel Gabriel revela un misterio a la Virgen. Es cierto que no existía proporción, humanamente hablando, en ese encargo del Ángel, pero la manera coherente con que vivió María, íntimamente unida a la voluntad de Dios, hizo que la revelación de Gabriel no fuera una amenaza, sino la prolongación de su alegría.
El gozo de ser Madre de Dios hizo que la maternidad de María alcanzara dimensiones universales. Quizá en aquel momento del anuncio, y a pesar de que conocía las profecías, no llegaba a comprender del todo lo que supondría en su vida el regalo que le traía el ángel, pero se sabía querida por Dios, y eso bastaba.
Cuando tú no llegues a entender totalmente lo que te pasa ahora o lo que te traerá el futuro, piensa que la felicidad no está en lo inmediato, sino en ese germen de alegría que Dios ha depositado en tu interior. Es el gozo de los que viven con la confianza de quien está abandonado en los brazos del Padre… No hay ningún temor que pueda amenazarnos, porque participaremos de ese gozo del mundo que recibió la Virgen.
Mater Dei
Archidiócesis de Madrid
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