Las grandes proezas sólo se realizan cuando hay confianza. Sin embargo, la seguridad en nosotros mismos puede ser muy limitada. Hay muchas circunstancias que pueden desanimarnos para no llevar a cabo nuestro propósito. Aquella niña de Nazaret, por muy joven que fuese, tenía su corazón anclado en el corazón mismo de Dios. Ahí ya no caben nuestras expectativas o nuestros proyectos. Sólo cuenta el deseo del Señor.
A la Virgen se le pidió confianza, y Ella nunca exigió una señal. Su fe se alimentaba de amor, y en ese darse de Dios, María concibió en su interior el fruto de su fidelidad: el amor de Dios hecho carne.
Qué importante es vivir con el convencimiento de que muchas de nuestras frustraciones o desánimos están motivados por nuestra falta de confianza en Dios. Nos puede la autosuficiencia y el afán de caminar sólo cuando tenemos seguro el apoyo de nuestras seguridades humanas. En cambio, es la confianza y el abandono oscuro en la providencia de Dios la que nos hace desterrar el agobio en nuestras acciones o deliberaciones. Sabemos que viviendo con fidelidad el plan de Dios en nuestra vida, podremos ver, incluso en aquello que a los ojos del mundo es una derrota, el resplandor del triunfo de lo divino: la humildad que genera un alimento que salta hasta la vida eterna. «Concibe» en tu interior esa gracia del Espíritu Santo, y tu fe quedará robustecida. Con esa gracia habrás de recuperar la confianza y la descomplicación de los niños, pues nunca deja el Señor de ser tu Padre, aunque tú renuncies a ser hijo. Alimenta ese resquicio de fe que llevas en tu seno, para que nazca en ti esa vida de Dios que has de comunicar al mundo.
Mater Dei
Archidiócesis de Madrid
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