Si el hombre hubiera sido creado sin libertad no habría podido pecar. Hubiéramos vivido una salvación automática y necesaria, en la que todo estaba obligatoriamente dirigido y predeterminado al bien y a Dios. Y, sin embargo, Dios mismo se pilló las manos, aquellas que junto con la carne, dieron al hombre el don de la libertad, pues, con la libertad, el hombre que podía pecar, de hecho, pecó.
Sin embargo, Dios no puede arrepentirse de nuestra libertad. No podemos olvidar que Cristo no quiso imponer a nadie la salvación que nos alcanzó en su encarnación. Esa salvación nunca será obligatoria de parte de Dios, por más que el hombre siga disponiendo de esa libertad para volverse contra Él. En la Cruz nos alcanzó el Señor la redención, pero no nos la impuso obligatoriamente, pues tenía que redimir aquella libertad primera del hombre del Edén, que se apartó voluntariamente de Dios. San Agustín lo expresó bellamente: “Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti”. Has que querer tu salvación, pues nunca la tendrás segura hasta que no la hayas recibido. Has de querer poner todos los medios que te ayuden a vivir esa libertad liberada y redimida que Cristo te alcanzó en la Cruz. Pero, sólo la gracia te libera, no tus propios esfuerzos, puños y voluntarismos. Acércate, pues, al trono de la gracia que es la Virgen, Madre de misericordia, y pídele a Ella que te ayude a no flaquear, a no desanimarte, a no renunciar a la subida en tu escalada hacia Dios.
Mater Dei
Archidiócesis de Madrid
Cuanto bien me hace hoy escuchar estas palabras. Gracias Isaac por traerlas en tu blog hoy a mi casa.
ResponderEliminarUn abrazo.