No hay labor de pastoreo que no implique dar la vida por el rebaño. Porque el verdadero pastor es aquel que hace del pastoreo y de sus rebaños el centro de cada jornada y de la vida entera. Los asalariados no son pastores, pero se pastorean a sí mismos y hasta consiguen poner a las ovejas a su propio servicio. Son aquellos que sirven sólo puntualmente y a cambio de algún tipo de salario, para lo que han de acomodar y supeditar, en su conducta e ideas, su criterio propio al criterio del pagador.
Todos tenemos encomendadas labores de pastoreo espiritual allí donde transcurre nuestra vida ordinaria y con aquellos con los que nos topamos en el día a día. El problema es que hemos llegado a inventar el perfil del pastor asalariado, intentando ajustar a ese mediocre patrón el alto ideal de Cristo, Buen Pastor. Hay muchos pastores que en lugar de entregar su vida al rebaño la entregan como asalariados al servicio de sí mismos. Son pastores que, aunque ven al lobo haciendo presa en sus ovejas, prefieren solucionar el problema desde el sillón de su despacho, no sin antes haber recomendado a todos que tengan cuidado con los lobos. Y hay también muchos católicos asalariados y temporeros que se entregan a Dios sólo puntualmente o sirven al evangelio con un contrato por horas, más pendientes de recibir algún tipo de salario que de entregar la propia vida. También el evangelio está lleno de personajes que siguieron al Maestro sólo puntualmente, de lejos, o por alcanzar de Él la recompensa y el salario de una curación. Pero ese cristianismo de montón no sabe de ovejas y, menos, de entregar la vida por ellas. El buen Pastor y la verdadera puerta del redil la contemplamos sólo en la Cruz. Pero ni tú ni yo entraremos por esa puerta mientras nos empeñemos en vivir un cristianismo temporero y de montón, que poco sabe de entregas verdaderas.
Mater Dei
Archidiócesis de Madrid
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