CONFÍA EN S. JOSÉ
Es un santo
tan grande como desconocido. Pasa por el misterio de Cristo como de
puntillas y, sin embargo, qué poderoso es ante su Hijo. Ocupa un sitio
pequeño en las páginas del evangelio y, sin embargo, desempeña una
misión gigante, imprescindible para que se realice la obra de la
encarnación del Verbo. Despierta admiración su fe tan silenciosa, su
saber estar en el centro del plan de Dios, su amor exquisito y delicado a
María. Después de Ella, nadie como José conoció en tanta intimidad el
corazón de Cristo.
Encomiéndale
tus trabajos materiales y espirituales, tus necesidades, tus
preocupaciones, tus luchas, tu vida espiritual, tus empresas
apostólicas, todo. Privilegia sobre otras la devoción y el amor a este
gran santo, que tan eficaz intercesión muestra ante la Virgen y ante su
Hijo. Hazle confidente de toda tu entrega a Dios, de tus esfuerzos por
vivir determinada virtud, de tus dolores por caer una y otra vez en tal
pecado.
Confíale
tus debilidades, tus tentaciones, tus afectos, tus amores. Debería ser
el santo de cada día, de tu día a día. Encomiéndale en especial la
custodia del corazón y el cuidado de tu vida de oración, a él que vivió
en la contemplación continua del rostro de Cristo y al cobijo materno
del corazón de su Esposa María.
EL SILENCIO DE S. JOSÉ
La única
palabra que la Sagrada Escritura nos ha transmitido de labios de este
gran santo fue su silencio. San José calló siempre, sobre todo con el
alma, porque vivía junto a la Palabra encarnada. Aquello que eternamente
conversaron el Padre y el Hijo en el Espíritu se hizo carne ante él en
la Palabra concebida en María.
Así como el
seno virginal de María se hizo silencio para acoger a la Palabra así
también él debía hacerse silencio para escuchar, en la contemplación, la
carne creada de la Palabra increada. José aprendió a vivir en el
silencio contemplando en la maternidad de María cómo su carne y su
sangre acogían en el silencio de un seno virginal aquella divina
Palabra. Silencio de José que tanto me hablas de aceptación de los
planes de Dios sobre mi vida y del escondimiento necesario para que sólo
Dios sea escuchado.
Cuántas
palabras inútiles y ociosas, cuántas críticas, quejas, juicios, cuántas
palabras vacías, hirientes y cargadas de egoísmo, desparramo sin ton ni
son a lo largo del día. Has de apetecer el silencio no para
encapsularte en la celda de tu propio egoísmo narcisista sino para
escuchar, acoger y adorar esa Palabra eterna que quiere hacerse carne en
tu vida. Pídele a san José que te enseñe y eduque en el silencio como
él se dejó enseñar y educar en la escuela del silencio de María.
El mundo
busca y apetece el ruido, vive con la sordina de su propia palabra vacía
porque no quiere oír a Dios. Tú haz silencio en tu alma, como aquel
silencio que reinaba en la creación antes de que el hombre entrara en
ella y en el que sólo se escuchaba la conversación de los Tres creándolo
todo.
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