Cuántas veces sólo necesitamos eso: que nos escuchen. Escuchar es acoger al otro dentro de ti como si fuera algo íntimamente tuyo, es dejar que el otro descanse en tu alma, como el Señor dejó que aquel discípulo amado descansara en su corazón. Es una forma sencilla y muy asequible de vivir la maternidad espiritual. Aprender a escuchar es también aprender a vivir el silencio, dominando la palabra superficial e inútil. Escuchar sin prisas, con interés, sin mostrar disgusto o contrariedad porque los demás te roban tu tiempo o te cambian tus planes, poniendo lo que recibes en la presencia de Dios, orando internamente por la persona que así se te entrega. En cada alma que te habla deberían resonar aquellas palabras del Padre en la transfiguración: "Este es mi Hijo muy amado, escuchadle" (cf. Mt 17,5). Escucha y acoge a Cristo en las almas. Con la misma paciencia, delicadeza, disponibilidad, con la que El te escucha y te acoge a ti. El trato con Dios en tu oración personal ha de ser tu mejor escuela y entrenamiento para saber escuchar a las almas. Piensa cómo escucharía María cada una de las palabras de su Hijo, cómo escucharía el Hijo cada una de las palabras de José, de sus discípulos, de los enfermos que se le acercaban. Pero, sobre todo, piensa cómo escucharía Nuestro Señor cada una de las palabras del Padre. Así también eres tu escuchado, siempre, en lo más íntimo del corazón de Cristo.
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LA PRESENCIA DE DIOS EN MEDIO DE LA HISTORIA DEL HOMBRE.
Por ello, este blog lo que pretende es reconocer a través de los hechos en la Iglesia, la presencia de Dios en medio de su Pueblo.
martes, 21 de agosto de 2012
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