Se nos dice que Dios está en todas partes, pero hay un lugar por excelencia, el de la Eucaristía, donde esa presencia se acomoda a nuestra condición humana, hasta el punto en que ese Dios se hace comida, y podemos alimentarnos de Él, física y espiritualmente.
La Eucaristía, o Santa Misa, no es un Sacramento más, sino el medio que Dios entrega al hombre para acceder a Él del modo más personal y real jamás antes imaginado (quizás, Adán y Eva, antes del pecado original, vivieron la originalidad de esa intimidad divina, en ese vivir cara a cara la presencia de Dios).
Ahora, es el sacerdote, ministro consagrado, el que hace de puente en ese milagro que se da entre Dios y los hombres. Por ello, la Eucaristía no es algo accidental al Sacramento sacerdotal, sino que el sacerdocio no se entendería sin la Misa.
Cristo, al instituir la Eucaristía, no quiso dejar un recuerdo sin más... Se dejó Él mismo. Esto sólo lo podía hacer Dios. Y así, culminando ese sacrificio en la Cruz, toda esa desnudez humana de Jesús quedó perpetuada, a lo largo de los siglos, en ese pan y en ese vino, que las manos, gestos y palabras de un sacerdote (por muy pecador que sea), hacen posible el milagro, día tras día, de poder "comer" al mismo Dios...
¿No te extraña la torpeza de nuestra fe para alcanzar, de manera sencilla y sublime a la vez, aquello que nos posibilita saltar hasta la vida eterna?
Mater Dei
Archidiócesis de Madrid
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