LA PRESENCIA DE DIOS EN MEDIO DE LA HISTORIA DEL HOMBRE.



A lo largo de la historia, Dios ha hablado a los hombres de muchas maneras, hoy nos ha hablado por medio de Jesucristo. Él se hace hoy presente en medio de su Iglesia, la Iglesia que él ha querido fundar. Cristo, única promesa de felicidad, se hace presente en la realidad de cada día, en cada hombre y en cada acontecimiento.

Por ello, este blog lo que pretende es reconocer a través de los hechos en la Iglesia, la presencia de Dios en medio de su Pueblo.

viernes, 13 de abril de 2012

Las algarrobas de los puercos


Hambre extrema debió padecer aquel hijo pródigo cuando decidió ofrecerse como cuidador de cerdos a un paisano de por allí, viendo que ni siquiera su mendicidad por las casas del pueblo movía la compasión de las gentes. Eran tiempos difíciles y de gran necesidad, todos pasaban hambre y nadie podía dar nada a aquel forastero al que, tiempo atrás, habían visto malgastar de mala manera su fortuna. Entonces, nunca se preocupó de aliviar la necesidad y el hambre de nadie, y más de una vez trató con indiferencia y desprecio a los que mendigaban un poco de acá y de allá para malvivir. Ahora todos se veían obligados a almacenar y racionar la última cosecha, con la avaricia y el temor de quedarse sin nada para saciar tanta hambruna y necesidad. Sólo aquel hombre le ofreció una mísera ocupación, más por acallar la casina y lastimera insistencia del joven que por compasión y remedio de su necesidad.
Viéndose entre los cerdos, el joven sintió hasta el extremo la indigencia y la miserable condición a la que el hambre le había condenado. Aquellos animales tenían un sitio para dormir, algarrobas que comer, y él, que no recibía nada de nadie, los servía como porquerizo rodeándoles de cuidados y atenciones. Quién sabe si aquellos aldeanos del país, preocupados de saciarse a sí mismos con sus propias algarrobas, no tenían un hambre mayor que la de aquellos animales. Los puercos tenían su propio hogar, aquellos aldeanos también; pero, a pesar de todo, los hombres vivían con el hambre mucho más dura del alma y la intentaban saciar con las algarrobas de su autosuficiencia. Él mismo, tiempo atrás, había vivido también saciándose como aquellos animales con las algarrobas de sus propios vicios y desórdenes. Tú y yo seguimos mendigando del mundo esas pocas algarrobas de reconocimiento, aprobación y prestigio que nos hagan salir de la condición indigente y menesterosa en la que nos coloca el anonimato de nuestro propio pecado. Preferimos seguir viviendo como porquerizos que se alimentan de las algarrobas de los cerdos a salir de nuestra fe instalada y comodona para ponernos en camino de conversión. Ten cuidado: que tu alma no se acostumbre a saciarse y contentarse con el sabor rancio y desabrido de las algarrobas de la tibieza y mediocridad. 

Mater Dei
Archidiócesis de Madrid

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