La Liturgia de las Horas, al comentar este salmo de la Sagrada Escritura, nos dice: “Madruga por Dios todo el que rechaza las obras de las tinieblas”. Ofrecer al Señor nuestro día a día puede resultarnos un esfuerzo cansino. Tenemos la tendencia a convertir nuestras jornadas en algo rutinario y monótono, donde nos dejamos llevar por la inercia de lo cotidiano, olvidando que detrás de cada una de esas tareas y actividades personales se esconde la misma fuerza de Dios que sale a nuestro encuentro.
Se trata de despertar, cada mañana, con el convencimiento de que no hacemos las cosas en solitario. Ese es el sentido de ofrecer a Dios nuestras obras. La noche es el lugar de nuestro descanso por excelencia. Sin embargo, tal y como nos dice la Escritura, también es el ámbito donde la oscuridad puede atenazar nuestros pensamientos, donde las dudas y la reflexión sobre lo acaecido durante el día, puede mostrar su rostro confuso acerca del bien y del mal que hemos experimentado. Rechazamos las “obras de las tinieblas” cuando al abrir los ojos, en ese nuevo despertar, depositamos toda nuestra esperanza, no en nuestro solo esfuerzo, sino en el poder de Dios que nos acompañará en todo momento.
Madrugar por Dios es adelantarnos en el amor. Es vencer nuestra mediocridad ante la apatía o desidia, dando sentido divino a lo que hay en cada jornada. Ese vencimiento no es otro que abandonarnos, con sentido filial, en los brazos de nuestro Padre Dios, sabiendo que en cada contradicción, en cada dificultad o contratiempo, Él nos aguarda para darle un sentido redentor. Nunca estás solo. Aunque te encuentres con el desprecio o la incomprensión, cada alma es la figura entrañable del rostro de Dios que nos acompaña para vivir, ¡siempre!, junto al cuerpo llagado de Cristo… María, nuestra Madre, siempre estará al pie de Su Cruz… tu cruz. ¡Qué hermoso despertar cada mañana con semejante compañía!
Mater Dei
Archidiócesis de Madrid
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